El rompecabezas de Irak no se puede resolver con una guerra

El rompecabezas de Irak no se puede resolver con una guerra

Por Gideon Rachman
La reacción instintiva de occidente cuando se desata una crisis internacional es hacer dos preguntas: ¿qué deberíamos hacer? y ¿quiénes son los buenos? Sin embargo, cuando lo que está en juego es la desintegración de Irak, la triste realidad es que no hay personas buenas para apoyar, ni opciones decentes de políticas. No hay más que malas elecciones, confusión y tragedia. Por ello, formular las políticas con humildad y un claro sentido de las prioridades resulta esencial.
La noticia de que el Estado Islámico de Irak y el Levante, conocido como EIIL, tomaron Mosul, la ciudad más grande del país, y que pueden estar avanzando hacia Bagdad, parece un momento decisivo. Al fin y al cabo, se trata de un grupo islámico que hasta Al Qaeda considera intolerablemente vicioso. El gobierno central iraquí, liderado por Nouri al-Maliki -a pesar de sus fallas y sectarismo- es claramente preferible al EIIL.
Sin embargo, el aliado más cercano de al-Maliki en la región es Irán, un país que el oeste sigue considerando la amenaza estratégica más grande de Oriente Medio. Y en lo que respecta a Siria, el EIIL y el oeste tienen un objetivo en común: derrocar a Bashar al-Assad.
De este modo, si la derrota del EIIL es actualmente el objetivo principal del oeste, ¿esto significa que hay que hacer causa común con el gobierno sirio, Irán y Rusia? Ya se habla de consultas directas entre Estados Unidos e Irán sobre Irak… aun mientras el oeste sigue confrontando con Irán por su programa nuclear. Pero las relaciones entre Estados Unidos y Rusia se encuentran en su momento más álgido en años en virtud de la crisis de Ucrania.
Una política centrada principalmente en la “seguridad nacional” podría llevar a los gobiernos occidentales a llegar a la conclusión de mala gana que la continuidad del gobierno del presidente Assad en Siria es el menor de dos males enormes. A pesar de todos sus defectos, el régimen de Assad nunca apuntó directamente al oeste.
Pero Assad también está tan manchado de sangre que sería un golpe terrible a la imagen que el oeste tiene de sí mismo, y a la noción de valores occidentales en el mundo, para hacer causa común con él. Uno de los puntos fuertes de las democracias liberales es que -a
pesar de todos sus errores e hipocresía- intentan apoyar los valores, así como los intereses.
Los liberales con buenas intenciones intentan llegar a un consenso argumentando que la ayuda militar debería canalizarse a las fuerzas más liberales que luchan contra el régimen de Assad régimen y el EIIL en forma simultánea. No cabe duda de que hay personas valientes y admirables en la oposición siria. Pero es un gran salto de fe creer que, si tan solo el oeste se lanza al ataque tras ellos, las cosas mejorarán. Por el contrario, hay pruebas suficientes que indican que los “liberales” tienen muy pocas posibilidades de mantenerse en el poder luego de la caída de una dictadura de Oriente Medio. Desde Irak hasta Libia y Egipto, a los liberales pro-occidente se los hizo a un lado.
Los que apoyan la intervención militar occidental directa en el conflicto -y los que se oponen a ella- recurren a la historia reciente para defender su postura. Es cierto que una coalición liderada por Estados Unidos invadió Irak en 2003 y que el país es ahora un sangriento caos fracturado, con un movimiento islamista rampante. Por otro lado, occidente no intervino en Siria… y ese país es también un sangriento caos fracturado con un movimiento islamista rampante.
Pobre del responsable de la política que ha de dar sentido a todo eso. La tentación es caer en el realismo de sangre fría -del tipo que goza de popularidad en Moscú, Pekín y Tel Aviv- y decir que la única pregunta pertinente es: “¿Qué beneficia nuestros intereses como nación?”
Dada la extrema dificultad de los resultados positivos de ingeniería en las sociedades complejas que apenas entendemos, yo simpatizo con ese enfoque. Pero la pregunta sobre “qué beneficia nuestros intereses” no es tan sencilla como parece. Tiene sentido centrarse en el terrorismo. Sin embargo, los intervencionistas sostienen que las incubadoras últimas del terrorismo son los estados fracasados y las guerras prolongadas. Por lo tanto, es preciso que nos involucremos para estabilizar la situación. Los anti-intervencionistas responden que es precisamente el involucramiento occidental en guerras en el Medio Oriente lo que provocará el terrorismo. Los servicios de seguridad -los realistas finales- parecen compartir la opinión anti-intervencionista. Por el momento, ellos prefieren para tratar de contener la amenaza terrorista a través de huelgas de inteligencia y aviones no tripulados.
En medio de toda esta angustia, ¿qué principios deben sustentar la política occidental? Yo sugeriría tres: el interés nacional, el humanitarismo y la humildad. Ahora el principal objetivo occidental debe ser la derrota de las fuerzas jihadistas. El principal objetivo humanitario es contener la violencia que se está extendiendo en todo Irak y que ya se cobró más de 150.000 vidas en Siria. Afortunadamente, esto es coherente con el objetivo de detener el terrorismo.
El impulso humanitario también debe hacer que occidente se vuelva muy cauteloso acerca de las intervenciones militares que sólo podrían sumar a la cifra de muertos y desestabilizar aún más la región. La fuerza militar occidental sólo debe aplicarse cuando hay una justificación anti-terrorista directa… o motivos para creer que será decisivo inclinar la balanza del poder de una manera que conduzca a un resultado político sostenible.
¡Es aquí donde importa la humildad! La historia de la última década en Oriente Medio sugiere que la fuerza militar occidental, si bien capaz de lograr victorias rápidas en el campo de batalla, tiene un triste récord de aseguramiento de resultados políticos duraderos y aceptables. El presidente Barack Obama parece haber aprendido esa lección, incluso cuando sus opositores políticos opten por olvidarse.
EL CRONISTA