22 Jul Con Alfredo, Diego y Leo, comparar es divino
A menos de un mes de la muerte del histórico Alfredo Di Stéfano, compartimos este artículo que fue publicado por el diario La Nación en abril de 2012.
Por Daniel Arcucci
“¡Córtenla con las comparaciones!”
La frase se ha convertido en latiguillo, en lugar común o en postura políticamente correcta y se dispara, como si de un arma automática se tratara, cuando se osa ubicar a Messi -por encima o por debajo, según el caso- en la línea sucesoria de los más grandes futbolistas de la historia.
Es cierto, hay cuestiones que vuelven comprensible la reacción.
Por ejemplo, cuando el nivel de las opiniones encontradas desciende a las cloacas de ciertos comentarios en ciertos sitios web y en ciertas redes sociales, allí donde es lamentablemente posible confrontar a los que dicen o escriben “¿Cómo van a comparar a Leo con ese gordo drogón impresentable?” con aquellos que dicen o escriben “¿Cómo van a comparar a D10S con ese catalán pecho frío que no sabe el Himno argentino?”.
Por ejemplo, cuando esa comparación se transforma en una ridícula carrera para armar un ranking, en el cual no sólo uno de ellos debe desplazar al otro o a los otros, sino más bien hundirlos, pisotearlos, humillarlos, ningunearlos hasta gritarles en la cara la supremacía, sospechosamente fundamentada.
Una pena.
Si uno se dejara dominar por aquel imperativo inicial o se dejara atrapar por estos prejuicios desagradables, se perdería la fantástica oportunidad de disfrutar algunas definiciones en las que la enumeración de coincidencias y diferencias permite admirar y contextualizar la grandeza de estos, y también de otros, fantásticos futbolistas.
Messi y Maradona, pero también Di Stéfano, Pelé, Cruyff. Ellos.
Uno se perdería, por ejemplo, el análisis de Arrigo Sacchi en La Gazzetta dello Sport. Después de la necesaria aclaración de que lo que no se puede comparar son las épocas, quien fue el DT del Milan de los tulipanes (por cierto, competidor del actual Barcelona entre los mejores equipos de la historia) desgrana con altura y sabiduría las características de Diego y de Leo.
Primero, de los dos juntos: “Crean espectáculo, verlos es una alegría también para los adversarios”, escribe. “Maradona fue el intérprete único del fútbol de hace 20 o 30 años. El juego se confiaba más a la habilidad de una individualidad que a una idea de base y a entrenamientos colectivos. De la nada, podía inventar siempre cualquier cosa (.) Podía jugar en cualquier equipo y volverlo especial”, agrega. “Messi es hijo de nuestros tiempos, ama el fútbol y lo interpreta con profesionalidad y entusiasmo. Su enorme talento es menos instintivo y más cultivado por años de una escuela futbolística”, escribe. “Él se conecta magistralmente con el propio equipo y dentro de esa espléndida orquesta emite acordes extraordinarios”, agrega. Finalmente, con enorme respeto, los separa por una condición que podría ser aleatoria, pero resulta esencial: “Lionel, a diferencia de Diego, no tiene contraindicaciones, pero quizá no tenga todavía su personalidad (.) Lionel es más respetuoso de las reglas y menos showman”. Y remata: “Los dos aman el fútbol (.) Marcarán una época y dejarán una señal indeleble en la pequeña historia del fútbol”.
La autoridad a Sacchi para decir lo que dice está ampliamente fundamentada: fue rival de los dos, y como tal los sufrió (aunque también los disfrutó, según su particular visión). Es italiano, pero se escapa de esa mirada europeísta que suele olvidar a Sudamérica a la hora de los grandes repasos.
¿Puede que alguien cuestione esa autoridad?
Todo es posible, lamentablemente.
Por ejemplo, para los argentinos, es posible perder en el lodo del resentimiento la oportunidad de disfrutar de un hecho objetivamente irrefutable: de los cinco que todos sientan a la mesa de los más grandes, en el lugar que sea, tres han nacido por estas tierras.
Como si se tratara de un movimiento cíclico, cada 20 o 25 años, y haciendo foco exclusivamente en el fútbol posterior a las Guerras Mundiales (si miráramos hacia atrás, también se observaría a José Manuel Moreno), un argentino se coloca en el sitio de privilegio, en el trono que no necesariamente tiene que ser definitivo.
Di Stéfano en los 50, Maradona en los 80, Messi en este milenio componen una santísima trinidad futbolística en la que sólo se intercalan, nada menos, un tal Pelé y un tal Johann Cruyff.
En 1974, antes del Mundial que finalmente no ganaría (¿cómo es aquello de que “del segundo nadie se acuerda”?), el holandés fue elegido por segunda vez el mejor futbolista de Europa por la revista France Football. “Toda España habla del «nuevo Di Stéfano». Las analogías entre las carreras de Johann Cruyff y la inolvidable «Saeta» son más que llamativas y han abierto una notable proliferación de polémicas, no sólo en la península ibérica sino en todo el continente”, se escribía entonces en El Gráfico. “Soy apenas un aprendiz de Di Stéfano. En muchos sentidos, he copiado su manera de jugar. Lo he visto en acción cuando era niño y he gozado con las películas de la época de oro del Real Madrid. Él corría por toda la cancha, jugaba de defensor, de armador y de definidor. Era un astro en todo el terreno”, confesaba el propio Cruyff en aquella nota del 16 de abril de 1974.
Algo asimiló, evidentemente. Lo suficiente para convertirse en el eslabón de esa cadena dorada, entre la era de Pelé y la era de Maradona. Planteada así, como valor de referencia y como herramienta de aprendizaje, no como superficial y patética descalificación, la búsqueda de coincidencias y diferencias transforma el ejercicio, lo revaloriza: así, nada de cortarlas, ¡que vivan las comparaciones!
LA NACION