01 Jul Angel y todos los santos: con el golazo de Di María, Argentina pasó a Suiza sobre la hora del alargue
Por Martín Mazur
Cómo arrancar cuando todo es emoción, cuando el análisis se hizo añicos, las uñas no existen más. Cómo ordenar las ideas, retomar el control, cuando el cuerpo todavía vibra, tiembla.
Apenas tres minutos faltaban. Dos minutos y medio, para ser más precisos. El Arena de San Pablo hacía mucho tiempo que ya se había convertido el Arena de San Parto. El sufrimiento de esos 117 minutos de Argentina 0 Suiza 0 había sido inabarcable, difícil de asimilar. Poco hacía prever que se estaba amasando un desenlace infartante, que nada de lo que había pasado hasta entonces tendría sentido.
La pelota estaba en poder del equipo europeo, sobre la derecha, cerca de la mitad de la cancha. La presionó Palacio y se la robó a Lichtsteiner. Así le llegó a Messi, detrás de los tres cuartos, con campo para arrancar un sprint memorable, digno del minuto 0 (sí, del minuto 0, ¡aunque iban 117!), esquivar una patada kareteca que con el tiempo puede transformarse en un himno a la superación, seguir y abrir hacia la derecha, por donde entraba Di María, libre y detrás de Higuain. Y Di María, con una tranquilidad impropia de un partido que había sido una usina de nervios, le puso ese toque suave, pie abierto, ojos más abiertos, para cruzársela al excelente arquero Benaglio, que había sido figura y pintaba para hacerse verdugo en los penales que se venían.
Es el momento en que la visión se nubla, las tribunas rugen, los escritorios se mueven, algunos suplentes invaden para ir a festejar, otros se quedan insultando a los hinchas brasileños que se venían burlando del sufrimiento argentino. “Pensé en jugármela, pero después lo vi aparecer a Fideo y se la di”, dirá Lionel Man of the Match Messi (4 partidos, 4 premios) un rato después.
En el Mundial de las emociones, en el Mundial no apto para cardíacos, Argentina volvió a demostrar que es una de las grandes candidatas. A llevarse el título, quizás; a llevarse el desfibrilador de oro, también. Porque si el gol suponía la victoria, el derrumbe moral de los suizos, lo que siguió directamente fue sólo comparable al Argentina-Perú con el gol de Palermo en las Eliminatorias para el 2010. Los últimos minutos, Benaglio los pasó más tiempo en campo argentina que en su propia área. El centro que le cayó a Blerim Dzemaili volvió a helar la sangre: su cabezazo, en el área chica, fue directo al palo. Primer milagro. El rebote en el poste, con la inmediatez de un pinball, y sin posibilidad de reacción alguna de Romero, le volvió a caer a Dzemaili, que venía cayendo, se la llevó por delante y la pelota se fue afuera. Segundo milagro. Pudo haber sido otro gol de Di María en una contra sin arquero, pero su tiro desde lejos salió cerca. Y en la última, propia de un drama impensado, llegó el foul en la medialuna. El árbitro sueco Eriksson puso la barrera a lo que parecía un kilómetro de distancia. La desesperación de Romero fue la de todo un país. Fueron casi dos minutos que se hicieron interminables, hasta que llegó la orden para Shaqiri, super activo toda la tarde. Verdugo o perdedor. Fantasmas de aquella Copa América en Perú, la del gol de Adriano y la derrota por penales ante una Argentina descompensada anímicamente. Todo eso estuvo allí, en ese último tiro libre, hasta que llegó el remate y el rebote en la barrera. Y tercer milagro.
Y así, en el Arena de San Parto, Argentina parió el pase a cuartos. Seguimos ganando. Seguimos sufriendo.
EL GRAFICO