Actitud zen en la ciudad

Actitud zen en la ciudad

Por Esteban Rey
Qué tiempos estos y -fuzzzz!- qué veloces. Lo que, un siglo atrás, llevaba meses conseguir, hoy se plasma en minutos. Aquel libro o aquel disco que siempre quisiste, hoy te lo bajas, en segundos, de Internet. El hombre o la mujer que, tiempo atrás, te hubiese costado meses eternos de correspondencias en acercarte a él, hoy las dudas se liquidan rápido con una pregunta en redes sociales instantáneas como Whats Up. ¿Te perdiste un capítulo de tu serie favorita? Décadas atrás, debías esperar una eternidad a que la señal se apiadara de vos y lo repitiera en horarios incomodísimos, o que un amigo la hubiera grabado en videocasette. Ahora, es suficiente con unos clicks para que la red lo localice y puedas verlo online.
Si antes el tiempo valía oro, ahora vale aún más. Digamos, un barril de petróleo, un collar de esmeraldas o una isla paradisíaca en pleno Caribe.
Pero naturalmente, todo tiene su precio. Y el precio de la vida instantánea, de tener la lámpara de Aladino entre manos que plasme los deseos -bueno, algunos de ellos-más inmediatos, se paga caro. En medio del hormiguero de las grandes capitales del mundo, a cada vez más gente le cuesta parar.
Un estudio divulgado por la Revista Nature, encabezado por el psiquiatra alemán Andreas Meyer-Lindenberg, concluyó que las personas que viven en la ciudad tienen dos veces más chances de sufrir de esquizofrenia. Por si fuera poco, si vivís en una gran urbe, tenes un 21% más de posibilidades de que desarrolles ansiedad y un 39% más de que caigas en la depresión, a diferencia, claro, si te fueras a vivir al campo. Sin embargo, la gente -lejos de escapar del ruido y la multitud- se interna aún más. De acuerdo a un informe de la ONU, en la Argentina, nueve de cada diez habitantes vive en ciudades -nada menos que el 92%-, y supera en ese indicador a Estados Unidos, Suecia y Francia. En los últimos 40 años, Buenos Aires tuvo el crecimiento de habitantes más vertiginoso de toda su historia -115.000 flamantes vecinos-. En verdad, uno de cada dos habitantes del planeta vive en una urbe. Y si espera 35 años más, serán dos de cada tres. Un montón.
Aún así, la vida en la ciudad, tecnología en mano, se ha puesto tan atractiva, tan táctil, tan vertiginosa, que conducir por ella sin un buen freno, hace que, tarde o temprano, uno termine estrellándose. Pero a no desesperar. Dios no creó enfermedad sin su cura. Y a medida que el mundo se pone a girar cada año a mayor velocidad, más y más gente se dedica a devolver a sus vidas algo del ciclo natural que tanto necesitamos. ¿Cómo lo hacen? Desde propuestas de comidas orgánicas, el avance del slow food, técnicas corporales, desintoxicación corporal, terapias con plantas y hasta siestarios. ¿Siestarios? Sí, escuchó bien, pues cada vez más personas descubren que, el eje de muchos de sus pesares, se debe a la falta de una buena siesta.
Una vez que las oficinas del buscador Google se instalaron en Buenos Aires, un empleado telefoneó a Daniel Leynaud con un pedido urgente. “Queremos diseñar el siestario para los empleados y nos gustaría que usted nos ayude”. Leynaud es pionero en un tema propio de estos tiempos: diseña siestarios. Tiene lugares de siesta en la ciudad y asesora empresas para que, ellos también, puedan tener los suyos y sus empleados felices. Google no fue el único. Poco después, lo convocaron de la radio Metro, Blue y Rock and Pop para armar su propia área de descanso. Leynaud dice que los números hablan por sí solos: el 50% de los argentinos tienen trastornos de sueño.”En una muestra de más de 30.000 personas”, dice Leynaud a Cielos, “se demostró que las siestas cortas reducen en más del 64% el riesgo de enfermedades cardiovasculares en los hombres que trabajan. Y estudios de la NASA con pilo¬tos aéreos de vuelos transoceánicos han demostrado que una siesta de promedio 26 minutos, estimula la concentración, el rendimiento y el alerta en los pilotos”.
El argentino Juan Carlos Kreimer, periodista, escritor, fundador de la revista es¬piritual “Uno Mismo” y cazador de tenden¬cias culturales, concluyó que para parar la mente, el estrés, y volver a conectarse con actividades íntimas y biológicas como la respiración y el pulso, lo mejor es -escuche bien- andar en bicicleta. Para Kreimer, que sabe del asunto, el acto de andar en bici es el equivalente a la meditación que propone el budismo zen. Fue el motivo de su libro “Bici zen”. ¿No lo cree? Escúchelo a Kreimer contarlo. “Cruzar en bici la ciudad y los barrios aledaños produce un efecto diferente que hacerlo en auto o colectivo. No se viaja en una cajita de zapatos mirando por los agujeritos, estás dentro de lo que ocurre”, explica. “Abrir la atención a todo lo que sucede, mirarlo sin quedar fijado, expandir la visión en lo visto es para el zen una ‘pre¬sencia mental plena'”
Su hallazgo despertó el interés en Japón, y lo contactaron de la compañía de bicicletas Shimano para que colaborara con ellos. Además, autoridades de municipios, ciudades, y medios de toda la Argentina hablaron maravillas de su libro. Sentido, tiene. Cada vez son más los que, como Kreimer, entienden que el desenchufe en la ciudad pasa por, primero, cambiar de medio de transporte. “Los intrusos en el tránsito de ayer, hoy somos bandadas, y pronto seremos plaga”, dice Kreimer. “Sin hablar y sin tocarnos, nos multiplicamos con naturalidad. Se forman asociaciones, los municipios organizan bicicleteadas, se trazan redes de ciclovías para cruzar la ciudad de norte a sur y este a oeste, aumentan el número de bicicletas públicas y de estaciones para tomarlas y dejarlas, se debaten temas de seguridad y conciencia vial, se demarcan lugares para estacionarlas, y algunos municipios hasta financian su compra. Algunas ciudades pequeñas del interior promueven jornadas turístico-ciclísticas rescatando lugares clásicos. La bicicletería tradicional vuelve a tener un lugar en los comercios del barrio. Se organizan festivales de películas en los que la bici tiene algún tipo de rol, la palabra ciclismo ya no se asocia sólo a las carreras y, cada vez con mayor frecuencia, los medios emplean la expresión cultura ciclista”.
Para frenar el runrún de la gran ciudad, algunos se contactan con la sabiduría de la tierra. Otros, como ahora verá, rescatan lo mejor del conocimiento de Oriente. Desde hace seis años, Natalia Cammarota es yoga coaching. Asiste cientos de personas en la ciudad para que -uf-, encuentren la paz a través de la respiración y las posturas yoguícas.”La mente con sus cogniciones falsas e imaginarias va por un lado, la ‘radio mente’ que no descansa nunca. El cuerpo va por otro. Ni que hablar del espíritu, nuestras emociones y sentimientos. Así vamos perdiendo el contacto por completo con nosotros mismos. No sabemos para que ni para dónde queremos ir. Por eso es tan importante restablecer el equilibrio, prevenirnos de enfermedades y mejorar nuestra salud”. A sus alumnos, cada vez que tos despide, Natalia les recomienda que una vez al día recuperen la sensación de reencuentro con ellos mismos. “Fundamentalmente, para paliar el vértigo diario, les digo que traten de tomarse un momentito al día, por pequeño que sea, para conectarse con ellos mismos y para recrear esta sensación de ‘Unión’ -entre cuerpo, mente y espíritu-que se experimenta durante una sesión de Yoga”. Y funciona.
Muchas veces estar en contacto con lo natural nos saca las tensiones que padecemos todos los días. Y varias personas ya están experimentando practicar el cultivo orgánico en el medio de la ciudad. Parece un pasatiempo menor pero sólo inténtelo y verá como pasan los minutos y hasta las horas, con la mente sólo puesta en el crecimiento de una planta o de algunos vegetales. Y no es necesario contar con un parque inmenso para eso, o retirarse al campo. En el propio hogar -y si se cuenta con un balcón no puede darle lugar a las excusas- es posible cultivar vegetales, plantas aromáticas y hasta frutales. El sólo hecho de observar todos los días nuestros cultivos, ver cómo van creciendo y echando flores, tratar de cuidarlos contra los climas inclementes que se están agravando en las ciudades y de las pestes típicas de las plantas, es casi una terapia -tal vez mucho mejor que algunas de ellas-. Sonia Pérez es dueña, desde el 2005, del Vivero Orgánico Sonyando. “Dedicar parte del tiempo al cultivo orgánico trae los mismos beneficios que gozaban nuestros mayores cuando trabajaban y cultivaban la tierra utilizando todos los elementos de la naturaleza que estaban a su alcance, reciclando los restos de vegetales y de residuos domésticos; y con el enorme placer de consumir lo que ellos mismos producían con todos sus colores, aromas, sabores y valores nutricionales intactos”, indica Sonia. Con esta actividad no se cuida uno mismo sino también el medio ambiente que se habita, tan percudido por causa de todos.
Él es Ahmed Salim, y practica el camino místico del islam llamado sufismo. Además, es columnista en revistas espirituales y da talleres de meditación en el corazón de Buenos Aires donde enseña las técnicas ancestrales de los sufis para purificarse y sintonizarse con Dios. “A la meditación aquí la llamamos murakaba y a través de la repetición de los nombres divinos de Allah, se logra que la sakina -la paz-, descienda como una lluvia de los cielos en aquellos que lo practican. No importa en la posición corporal en que uno esté”. Salim explica que, muchos de esos nombres divinos, ya los llevamos dentro nuestro. “Nosotros repetimos el nombre Hu. Él. Y en nuestra tradición se dice que el sonido de nuestro torrente sanguíneo emite el eco del ‘huuuuu’. Lo mismo sucede con nuestro corazón que repite una y otra vez, ‘Allah’, ‘Allah’, ‘Allah'”.
Dios nos libre del hormiguero de las ciudades. Y de la picazón que éstas producen en el cuerpo. Ahora, sabe que las alternativas, existen. Si se rasca, es porque aún no descubrió que, el mejor repelente para evitar las picaduras, lo llevamos dentro nuestro.
REVISTA CIELOS ARGENTINOS