A este equipo no hay que olvidarlo

A este equipo no hay que olvidarlo

Por Daniel Arcucci
La selección argentina le pudo haber ganado a Alemania. Hizo méritos para lograrlo. Si no lo concretó fue porque la ecuación que tantas veces le dio frutos, esta vez funcionó al revés: lo que la defensa fue capaz de sostener, el ataque no fue capaz de resolver. Sólo por eso. Ahora bien: si Higuaín, Messi y Palacio hubieran concretado alguna de esas situaciones de gol que contra un equipo como el alemán es un pecado desperdiciar, ¿el mundo del fútbol habría olvidado el increíble proceso de formación y transformación que llevó adelante Alemania? Seguramente no.
Pues lo mismo puede decirse de este segundo puesto de la Argentina. Olvidarlo, no acordarse, sumarlo como uno más a la cadena de frustraciones sería retroceder varios pasos cuando se han dado dos hacia adelante. Y no se habla sólo de haber “pasado el Rubicón” de los cuartos de final, frase de Alejandro Sabella que quedará en la historia junto con “Somos Argentina”, de Lionel Messi, y “No quiero comer más mierda”, de Javier Mascherano .
Se habla de una base sobre la cual seguir edificando. El espíritu de grupo es lo primero que surge como un valor, pero esta vez no sólo expresado en lo que puede ser una convivencia, que no se trata esto de un viaje de egresados, sino llevado al campo de juego, con la solidaridad como herramienta, cuando no funcionaron los mecanismos de la inspiración.
¿Qué pudo ser lo que generó semejante fascinación en la gente cuando en media Copa del Mundo a este equipo le faltó brillantez y juego? La entrega, seguramente, pero aún más que eso la disposición para reformularse y encontrar la mejor versión, en algunos casos por encima de sus propias posibilidades. Pasar de “los cuatro fantásticos” a los “once guerreros” cuando fue necesario, rendir como lo hicieron los Romero, los Garay, los Rojo, los Biglia cuando fueron requeridos.
Sería imperdonable no tomar el legado de Mascherano. En el balance, seguramente mejor que Messi, aunque sería una injusticia, también, no verlos como complementarios. Determinante uno al principio, determinante el otro al final. Si el Balón de Oro era para un futbolista argentino, como lo fue, esta vez lo merecía más El Jefe que El Genio, el corazón que la magia, al fin y al cabo más representativo de un equipo que fue eso.
Messi dejó pasar una oportunidad, es cierto, lo que no quiere decir que haya fracasado, ni mucho menos. Como dijo Maradona en enero, no necesitaba ganar en Brasil para “ser el mejor del mundo”, aunque no necesariamente haya sido el mejor del Mundial.
Muchas veces se miró al pasado en esta Copa. Primero, porque se quebraron varios récords de los indeseables, los que se extienden en el tiempo y se convierten en trauma e involución. Segundo, porque comparar sirve como valor de referencia. No llegó, este equipo, a lo que llegó el del 86, pero superó, este equipo, lo hecho por el del 90. Aquella vez hubo que empezar todo de nuevo. Esta vez es cuestión de capitalizar lo hecho. Y como el haber aprendido a perder sin buscar excusas también forma parte del balance positivo, vale observar, cómo no, el ejemplo del vencedor, Alemania, que a cambio de llevarse una Copa dejó un mensaje: formar lo que no se tiene, aunque eso lleve tiempo.
LA NACION