Volver a empezar: emprender a los 50

Volver a empezar: emprender a los 50

Por María Gabriela Ensinck
A fines de 2009, Luis Mariñansky se había quedado sin trabajo y, con 47 años, le resultaba difícil reinsertarse. Invirtió su indemnización en el armado de Hospedajes.net, una plataforma web de promociones hoteleras, donde los establecimientos ofrecen noches en canje y los viajeros obtienen descuentos de hasta el 70% en alojamiento. “Es un proyecto de vida más que de negocio. Estoy seguro de que valió la pena”, afirma Mariñansky.
La plataforma tiene 95.000 usuarios y 5.000 hoteles suscriptos en el país, que utilizan su capacidad para promocionarse online. Con cinco empleados y a punto de incorporar un par más en Ventas, la compañía planifica facturar $ 1 millón este año y poner en marcha una filial en España: Hospedajes.es. “Tener un emprendimiento propio me dio libertad en lo económico y personal”, agrega el emprendedor. “Tomar la decisión no fue fácil”, admite. “Mi último empleo había sido en una firma de turismo online y mi mujer me alentó a que hiciera algo similar, por mi cuenta. Mientras armaba la web, junto a un programador y un diseñador gráfico, vivíamos con el sueldo de ella”, confiesa.
A partir de 2010, la plataforma comenzó a generar ingresos. No obstante, “a diferencia del sueldo fijo de un trabajo en relación de dependencia, cuando la empresa es tuya, tenés que empezar de cero y escalar la montaña mensual para llegar a una base que te cubra los gastos y salarios. Hasta ahora siempre llegué y fui creciendo, pero hay que remarla”, describe.
Como Mariñansky, un 13% de los emprendedores argentinos inician su negocio entre los 46 y los 55 años, y un 10% lo hace después de esa edad, según el Global Entrepreneurship Monitor (GEM). No es el grupo más numeroso (el grueso de los emprendedores tiene entre 25 y 35 años y le siguen los que emprenden entre los 36 y 45). Sin embargo, “la franja de emprendedores seniors está creciendo en todo el mundo, especialmente en las economías más desarrolladas”, apunta Silvia de Torres Carbonell, directora del Centro de Entrepreneurship del IAE y del capítulo local del GEM.
“Una sociedad puede beneficiarse con emprendedores de todas las edades”, dice Torres Carbonell. Mientras los más jóvenes suelen aportar nuevas ideas y asumir mayores riesgos, los más maduros pueden capitalizar su experiencia, conocimientos y contactos, todo un activo construido a través de su carrera”, dice la directora del GEM. Asimismo, hoy, “los seniors son usuarios de las nuevas tecnologías y la opción de crear una start-up o de participar en el proceso emprendedor como inversores ángeles, mentores o en advisory boards son modo atractivos de continuar su vida profesional”.
A medida que la población envejece, mantener en actividad a las personas más allá de los 50 años se vuelve prioritario en los países de la OCDE, analiza el investigador finlandés Teemu Kautonen en su trabajo ‘Senior Entrepreneurship’, de 2013. Según la investigación, los de mayor edad y experiencia estarían en mejores condiciones de emprender con éxito, dado su capital social y ahorros acumulados en una etapa en que ya no deben mantener a hijos pequeños ni comprarse una casa.
Sin embargo, culturalmente se sienten menos preparados para enfrentar el riesgo.
A la hora de lanzarse a crear un negocio “es preciso generar sentido al emprendimiento para producir valor y no solo ‘para salvarse’ o como la última alternativa”, recomienda Daniel Rosales, director de la Escuela Latinoamericana de Coaching. “Emprender implica asumir riesgos y comprometerse a realizar un sueño, sin bajar los brazos ante las adversidades”, puntualiza el coach.
Crisis a mitad de la carrera
Para Sergio Lamberini, soplar 45 velitas significó un replanteo de su vida laboral. Técnico mecánico desde hacía 20 años en una fábrica de plásticos, se dio cuenta de que sus posibilidades de ascenso eran nulas y cambiar de empleo implicaría trasladarse hacia algún parque industrial en las afueras de la ciudad. Con un hijo, la comodidad del sueldo mensual empezó a ser insuficiente y su mujer, Laura (40), arquitecta, le propuso fabricar exhibidores y piezas de diseño en acrílico. De este modo, a comienzos de 2005, invirtieron $ 5.000 de ahorros en comprar una máquina a un excompañero de trabajo.
Mientras su mujer se ocupaba del diseño, contactos con clientes y ventas, él comenzó a producir en el patio de su casa. Así nació, en 2006, Péndulo Objetos. Durante tres años, Lamberini continuó yendo a la fábrica. Finalmente, la pareja decidió dar el salto. “Antes, él tenía un sueldo seguro y yo trabajaba por proyecto. Estamos los dos en el mismo bote”, comparte su mujer.
En 2009, consiguieron el primer gran cliente: una fábrica de helados artesanales, con parque temático, les encargó 300 bandejas para todas sus sucursales. Desde entonces, se enfocan en clientes corporativos, como hoteles, joyerías y tiendas de museos. “Estamos trabajando al borde de nuestra capacidad y los clientes grandes nos pagan a 30 o 60 días. Necesitamos un crédito para poder seguir creciendo e incorporar más personas a la empresa”, apunta Lamberini.
Norberto Núñez (50) y Gabriela Díaz (47) se conocieron hace 25 años, trabajando como contadores en una empresa. Luego, tuvieron su casa, tres hijos y, hoy, desarrollan Protext, su compañía. “El proyecto surgió en 2011 por una necesidad personal, ya que nuestro hijo mayor tiene una arritmia cardíaca y, cuando se fue de viaje de egresados, temíamos que si le pasaba algo, le dieran una medicación que le estaba contraindicada”, observa Núñez.
Así nació la idea de crear un sistema de información personalizada para emergencias, que funciona a través de un código y un mensaje de texto. El código figura en una pulsera de plástico, llavero o sticker pegado al celular y almacena información vital cargada por el usuario en 160 caracteres: grupo sanguíneo, enfermedades crónicas, si tiene, medicación que toma y alergias. Ante un incidente, quien lo asiste manda un SMS al número de Protext (que figura con el código) y se envía un mensaje a la persona que el usuario designó para ser informada sobre la emergencia. Al tiempo, aparece, como respuesta al SMS, la información almacenada. “Funciona en cualquier celular”, explican.
En 2012, surgió la oportunidad de arrancar el proyecto. Núñez se dedicaba a la actividad inmobiliaria, que por entonces tuvo un freno. “Nos quedaba pendiente tener nuestra propia empresa”, agrega. Poco después, su mujer renunció a su empleo en el área comercial de una firma de cosmética, para poner todas las fichas en el emprendimiento.
“Una no tiene la misma energía que a los 20, pero lo suplís con redes de contacto y experiencia”, dice Díaz. Los primeros clientes -colegios y centros de esquí- surgieron de relaciones personales. Hoy, con una inversión cercana a $ 500.000 (fondos propios), el foco está puesto en el mercado corporativo. “Iniciar un proyecto implica levantarse y acostarse con el negocio en la cabeza. Elegimos dejar la zona de confort, buscando una realización personal y dejar una firma que nos trascienda”, agrega Núñez.
Lo que a uno le gusta
Guillermo Ferrari (67) acababa de jubilarse y estaba trabajando como arquitecto en forma independiente, cuando su cuñado, el también arquitecto Pablo Díaz (37), le propuso reeditar muebles de autor que habían sido íconos del diseño argentino entre las décadas del ‘30 y ‘70. “Terminé asociándome”, cuenta Ferrari.
Comenzaron a investigar y a recopilar muebles, comprándolos en subastas, mercados de pulgas y por Internet. “Desde El Bolsón, trajimos una silla Balerina del diseñador Walter Loos que estaba arrumbada en un galpón y viajamos a Montevideo a rescatar sillones de estilo. Al no haber planos digitales de los diseños, tenemos que conseguir las piezas originales para poder reproducirlos”, explica Ferrari.
En la investigación, colaboró la arquitecta Martha Levisman, con quien editarán un libro. “Antes de relanzar un diseño, se contacta a su autor o a los descendientes, a quienes se paga un royalty”, dice Ferrari. Las piezas se comercializan por pedido y se fabrican en talleres tercerizados, respetando el modelo y materiales originales. Se trata de productos numerados, que vienen con un libro con datos del diseño y de su autor.
Los principales clientes son arquitectos, decoradores e interioristas. Este año, incorporaron diseñadores contemporáneos al catálogo y empezaron a exportar a Chile y Alemania. Juntos invirtieron $ 180.000 (ahorros) en la investigación, el armado del proyecto y la constitución de la firma, Dos26. En 2013, se presentaron al programa Incuba, del ministerio de Desarrollo porteño, y quedaron incubados en el Centro Metropolitano del Diseño (CMD).
“Debo ser el más veterano en el CMD; me consultan por detalles técnicos y proveedores. Siempre trabajé en la industria del mueble, con puestos de responsabilidad y no tenía tiempo para encarar un proyecto como éste. Estoy feliz de poder hacerlo ahora”, concluye Ferrari. Los casos presentados demuestran que, a la hora de emprender, nunca es tarde cuando la idea es buena.
EL CRONISTA