30 Jun Trámites, esperas y otras pesadillas de la vida urbana
Por Pablo Tomino
“Vos quedate en esta fila, que yo voy a la otra”, le dice el marido a su mujer, en una escena cotidiana que puede verse en cualquier supermercado porteño. Sin embargo, la táctica del desdoblamiento matrimonial para ahorrar tiempo no siempre garantiza el éxito. A pesar de que nos esforzamos por descubrir cuál es la fila que avanzará más rápido, tras calcular la edad de las personas que hacen la cola, la cantidad de mercadería que cargaron en cada carrito y si la cajera es algo remolona, aun así siempre nos paramos en la fila más lenta.
Globalmente, según un estudio del Massachusetts Institute of Technology (MIT), entre dos y tres años de la vida de un adulto promedio se pierden haciendo colas. Y los habitantes del área metropolitana, con todos los males y bondades de la gran urbe, parecen condenados a tediosas esperas. A malgastar el tiempo en un tránsito caótico que multiplica por cuatro los minutos de viaje; a no perder la esperanza de que alguna vez llegue el bendito colectivo, porque unos segundos antes pasaron, raudos, otros tres juntos; a que el mozo nos traiga la cuenta; a que el médico nos atienda una hora después de la cita ya que ofreció otros seis sobreturnos, y a que los empleados de los call centers respondan a los imperiosos reclamos por fallas en el servicio de Internet o por sobrefacturación.
El tiempo malgastado afecta la paciencia y estimula el malhumor, y además impacta en la productividad de la ciudad. Un ciudadano medio que utiliza el colectivo en la Capital consume, en promedio, una hora y 20 minutos por día sólo en ir y volver del trabajo, según mediciones del gobierno de la ciudad. Representa más de un día por mes, y más de 15 al año, el equivalente a los días que un empleado de menos de cinco años de antigüedad tiene de vacaciones. Además, se estima que la espera para abordar el subte, el tren o el colectivo supera la media hora diaria. Es decir, otro medio día que se esfuma, por mes, entre la mala fortuna de no llegar a tiempo a los andenes o las incumplidas frecuencias del transporte público, que son una verdadera risa. Aunque a veces den ganas de llorar.
“Por lo general, las dificultades del tránsito y las largas esperas generan una fuerte frustración que puede traducirse en malhumor, angustia y también agresividad. Lo importante es ser tolerante”, opinó la psicóloga Agustina Valle (UBA).
Florencia Uriburu es una madre de 29 años que vive en Recoleta. Ella realiza, cada martes, las compras en el supermercado Carrefour de Vicente López y Rodríguez Peña, en Capital. Pero un día su paciencia le dijo basta. “Resulta que los martes, el día que se superponen varios descuentos, es imposible comprar. La última vez tardé una hora y media en llegar hasta la caja. Claro que genera malhumor, porque a nadie le gusta esperar y tuve algunas discusiones. Lo curioso es que había cinco cajas fuera de funcionamiento y la gente se amontonaba”, contó Florencia, que desde la semana pasada decidió hacer sus compras vía digital. Desde Carrefour indicaron a LA NACION que los días de descuentos las sucursales suelen abarrotarse de clientes y que para evitar las largas esperas ahora implementan la técnica de la “fila única”, que hace que el recorrido hasta las cajas sea más rápido.
En el rojo de los semáforos también se escurre el tiempo de los porteños. En un viaje de Belgrano al Obelisco, ida y vuelta en horas pico, se pierden unos 10 minutos por día arriba del auto. Es un tiempo muerto en el que el conductor le dice que “no” al limpiavidrios o al vendedor de cargadores de celulares, y posiblemente “sí” a quien ofrece los indispensables pañuelitos. De hecho, hasta sobran segundos para calcular cuánto ganarán los avezados malabaristas de las esquinas.
También pasa lento el reloj en las casas de comidas rápidas, paradoja mediante. Allí, los mediodías transforman su promocionado eslogan de “eficiencia” en una ironía. Como ocurre en el McDonald’s de Libertador y Campo Salles, en Núñez, donde un sábado al mediodía uno puede esperar hasta 25 minutos por una hamburguesa. Si algo faltaba en esta ciudad con relojes de arena son los populares locales de pagos de facturas, donde la gente se ve obligada a permanecer de pie un buen rato, en el frío, con la boleta en la mano. Tal vez estos sitios debieran sincerarse y agregar una leyenda: “Fila difícil”.
PARA TODOS LOS GUSTOS
En la Unión de Consumidores de Argentina, entidad de defensa de los usuarios, se apilan las denuncias de los vecinos cansados de lidiar con las demoras. En esa asociación se registraron quejas por las colas de más de 8 horas para obtener la tarjeta SUBE; también por las filas de dos horas en Metrogas para prescindir del costo del gas importado en las facturas; por la espera en los andenes de los subtes después de que se quitaron 20 trenes del servicio; por las filas de entre 40 minutos y más de una hora en los bancos en los primeros 15 días del mes; por esperas de más de cuatro horas en los hospitales públicos, y por la demoras de 30 minutos que debe cumplir la parcialidad visitante para salir del estadio después de cada partido de fútbol.
“Son crecientes los niveles de maltrato hacia los consumidores. Se tiene la impresión de que siempre la carga de la prueba recae sobre el consumidor, que es quien debe movilizarse hasta las oficinas, quien debe hacer las colas, quien debe acreditar antecedentes”, dijo Fernando Blanco Muiño, presidente de la Unión de Consumidores de Argentina.
Para leer esta nota, usted tardó 250 segundos. Si la leyó mientras hacía una fila, todavía le quedan unos cuantos minutos para recordar otras situaciones en las que la ciudad le robó más de su preciado tiempo.
LA NACION