Stephen Hawking: la metáfora vital de un genio

Stephen Hawking: la metáfora vital de un genio

Por Ana María Vara
Los griegos postularon que la vida de un ser humano se juega entre su ethos y su pathos . EI ethos representa aquello que una persona es por legado, por genealogía (hoy diríamos, por genes y crianza). Y el pathos es aquello que le ocurre, lo que se cruza en su camino. Esas dos fuerzas nos definirían: una nos impulsa, otra nos pone a prueba. Como resultado, terminamos siendo aquello que hacemos con lo que nos pasa. Parece un comienzo muy solemne para comentar un texto ligero y amable como es Breve historia de mi vida , el pequeño volumen autobiográfico de Stephen Hawking. Y sin embargo, nadie duda de que el personaje merece, a esta altura, un tratamiento más profundo. Un análisis que explique el porqué de su atractivo para la cultura popular, que convirtió en best sellers sus libros y lo transformó en un ícono mediático del genio, con apariciones en Los Simpsons , Viaje a las Estrellas , The Big Bang Theory y hasta en un tema de Pink Floyd. Hoy es el físico más reconocido después de Albert Einstein.
Por supuesto, la combinación de una mente brillante en un cuerpo sin movimiento y hasta sin voz es una metáfora poderosa. Pero quizás más importante sea el trabajo consciente del propio Hawking para dar sentido a esa metáfora, alejándola tanto de las connotaciones trágicas como de las épicas y las edificantes. En ese sentido, su autobiografía resulta reveladora. En la tapa se lo ve joven, posando en Oxford en una foto de conjunto con el equipo de remo, del que fue timonel. Presuntuoso, ridículo, exultante, señalándose el pecho y saludando con un pañuelo, parece decirnos que la vida está para vivirla con intensidad y sin lamentos.
Breve historia de mi vida (que hace eco explícito del libro más famoso de Hawking, Breve historia del tiempo ) repasa velozmente setenta años de un recorrido a la vez previsible e inesperado. Hijo de dos graduados en Oxford, nada más natural que encontrarlo adolescente en esa misma universidad realizando sus estudios de grado. No fue la medicina, donde se destacó su padre, sino la física: un desvío menor. Pequeños golpes de suerte lo ayudan en esta etapa. Cuando inicia su doctorado en Cambridge, no lo acepta como alumno Fred Hoyle, el astrofísico más importante de la época; tiene que conformarse con un director menos famoso. El caso es que Hoyle se aferraba a una teoría agonizante, la del universo estacionario, y Hawking hubiera tenido que dedicar sus primeras investigaciones a sostenerla vanamente. A eso se agrega que una mala apreciación lo lleva a desestimar el estudio de la física de partículas y lo dirige directo a la que sería su especialidad: la cosmología.
Entonces ocurre el gran evento que pone a prueba su ethos : le diagnostican una enfermedad neurológica grave, esclerosis lateral amiotrófica, y sobreviene una crisis. Todo cambia pero, a la vez, no cambia nada. Ante la perspectiva de una vida corta, Hawking se concentra en la actividad académica y se casa, lo que lo lleva a redoblar sus esfuerzos para poder mantener a su familia. No sorprende tanto que el éxito le llegue tempranamente.
Otra virtud de esta Breve historia… es que presenta los distintos pasos en su carrera de manera clara y sintética. Si bien la traducción al español fue revisada técnicamente, presenta algunas imprecisiones. Pero no son insalvables y, en conjunto, el lector va a poder seguir y disfrutar este racconto , personal, marcado por el humor y que no abusa de la autocelebración. Es mucho decir para un científico que ha recibido todos los galardones imaginables (el primero en 1965 a los 23 años, el Gravity Prize Competition), con excepción del Nobel al que, sin nombrarlo, todavía aspira. Incluso se permite gaffes reprochables, como cuando declara: “Alguien dijo alguna vez que a los científicos y a las prostitutas les pagan por hacer lo que les gusta”.
En segundo plano queda la vida personal; muchos aspectos importantes son soslayados. Si bien Hawking termina de explicar el acuerdo que tuvo por varios años con su primera esposa (quien prácticamente convivía con un nuevo compañero mientras seguía casada con él), dice muy poco de su segundo matrimonio con una enfermera, sobre el que circularon rumores de maltrato. En todos los casos su relato es delicado, con un tono ecuánime que parece cuidadosamente revisado. Sí resulta extraño que haga escasas referencias a sus tres hijos: su nacimiento, alguna breve anécdota y poco más.
La enfermedad aparece ocasionalmente, en los momentos en que su avance la convierte en un obstáculo en su trabajo, su rutina diaria o su supervivencia. Cada mudanza, el momento en que comenzó a necesitar un sintetizador de voz, cuando requirió respirador permanente, la vez que lo dieron por muerto: son hitos, presentados eventualmente como decisivos pero menos significativos que otros, como acceder a la cátedra Lucasiana de matemática (momento que relata dos veces) o experimentar la gravedad cero en un vuelo fuera de la atmósfera. Donde las restricciones físicas se hacen más evidentes es en el estilo de la escritura: es sintético, por momentos sentencioso, como el de aquél a quien cada palabra le cuesta y que, por lo tanto, las mide cuidadosamente. Sin tener su belleza, el tono recuerda las poesías del último Borges, que dependía de otros para trascribirlas.
“Me lo he pasado en grande estando vivo y dedicándome a la física teórica. Soy feliz y he aportado algo a nuestra comprensión del universo”, cierra Breve historia… . Ni el modismo de la traducción llega a opacar una declaración que se percibe tan diáfana como sincera.
LA NACION