Shakespeare nació hace 450 años y sigue hablándonos del presente

Shakespeare nació hace 450 años y sigue hablándonos del presente

Por Ivanna Soto
William Shakespeare es, para muchos, el inventor de lo humano. Lo aseguró Harold Bloom, lo anunció Borges. Su obra funciona como un manual para entendernos a nosotros mismos, que no prescribe. Ya su contemporáneo Ben Jonson decía que el gran autor isabelino no pertenecía a una época sino a todos los tiempos. Irreductible, hay un Shakespeare para cada contexto, infinitas interpretaciones de sus historias. Por eso, aunque en estos días se cumplen 450 años de su nacimiento –fue bautizado el 26 de abril de 1564–, su obra resuena como la de un contemporáneo.
Hamlet fue la primera obra que cobró vida en nuestros escenarios, en 1821. Y de ahí en adelante, las múltiples representaciones del clásico no se detuvieron. Desde la tradicional y falaz asociación entre el famoso monólogo de “Ser o no ser” y el príncipe de Dinamarca sosteniendo una calavera hasta la relectura de la condición del actor que inauguró Ricardo Bartís en su puesta de 1991. Pero Hamlet también permitió barajar la política, la fuerza y la moralidad. Dinamarca supo ser la Argentina podrida de la dictadura y el propio Hamlet, el restaurador de la justicia. Lo contó miles de veces nuestro extraordinario Alfredo Alcón, enorme actor shakesperiano: cuando decía “Hay algo podrido en Dinamarca”, la platea murmuraba. “Sus obras son tan ricas, extraordinarias y abiertas que pueden tocar temas y ejes diferentes. Sus personajes son eternos, por eso es un clásico”, asegura Cristina Banegas, que con excelencia dio cuerpo a tantas obras del genio isabelino. Y está en lo cierto: en septiembre de 2011, llegó a haber cinco versiones de Hamlet al mismo tiempo, completamente distintas.
“Shakespeare es un autor que ha logrado que gente que jamás ha ido al teatro sepa que existe un señor que duda con una calavera en la mano, unos amantes que se quieren y se mueren y un negro que mata a la mujer de puros celos”, afirma Rubén Szuchmacher, director de teatro que puso en escena al gran Falstaff en Enrique IV, segunda parte, convocado en 2012 por el Festival Globe to Globe, parte del World Shakespeare Festival. Ese personaje inmenso que nace en la primera parte de Enrique IV y que luego reaparece en Las alegres comadres de Windsor también tiene sus lecturas en relación a nuestra tradición política. Falstaff es el gran chanta: se jacta de muertos que no mató, guerras en las que no peleó y hazañas que no le corresponden. No le interesa el poder, sino la vida. Su corona son las mujeres, la comida y el alcohol. “Falstaff tiene una poderosa habilidad para hacer temblar el poder desde lo que las sociedades rechazan. Si bien es corrupto y mentiroso, su simpatía es arrolladora. Por eso gusta ese personaje, porque es la expresión de esa parte destructora que tienen todas las comunidades”, explica Szuchmacher.
El Bardo de Avon escribió treinta y ocho obras de teatro en veintinueve años, a través de las cuales dio vida a cientos de personajes. De todos ellos, según Bloom, estudioso de la obra shakesperiana, Hamlet y Falstaff son los que manifiestan las conciencias más abarcadoras de toda la literatura. Mientras Falstaff es el antihéroe por excelencia, el príncipe de Dinamarca es el primer héroe moderno. Universales, ya son nuestros, tan argentinos como La señora Macbeth de Griselda Gambaro, como el amor narrado en nuestro castellano rioplatense en la traducción de los sonetos de Shakespeare por el poeta Miguel Angel Montezanti o ese eterno Lear tan particular e inigualable que encarnó Alcón. El escritor y psicoanalista Luis Gusmán lo resume: “Hay una frase muy citada de Macbeth que Leónidas Lamborghini cita en su libro Mezcolanzas: ‘Para los dioses somos como las moscas para los niños traviesos, nos matan para divertirse’. En Antes de la Fiesta, una obra de teatro de Jorge Palant, el personaje es una especie de Falstaff del Río de la Plata. A esa obra la llamamos alguna vez ‘un Shakespeare pasado por agua’”.
Gran reflejo de la humanidad, nuestra imagen sobre Shakespeare es distorsionada y arbitraria. Como un espejo resquebrajado, nos vemos en los fragmentos, en los intersticios, en lo faltante. Desordenados, allí estamos, porque Shakespeare es a la vez ficción y alegoría; su teatro no es de ideas sino de pasiones. El destino es lo que sus personajes eligen y hacen; la angustia es su autoconocimiento; la contradicción es su naturaleza. A 450 años, no hay trama de poder o historia de amor que no nos remita a él. No habrá amantes en los que no se vea a Romeo y Julieta, ni hombre enceguecido por los celos que no nos recuerde a Otelo ni manchas de sangre que no salen y que no nos remitan a Lady Macbeth. En cada obra, reinventó el mundo. Sus personajes resisten el tiempo. Somos sus cómplices.
CLARIN