San Martín casi muere en Roma

San Martín casi muere en Roma

Por Daniel Balmaceda
A fines de 1845, San Martín vivía en París. Su salud flaqueaba y le pesaban los 67 años cuando resolvió viajar a Italia en busca de mejor clima. Iría en compañía de su mucamo, acostumbrado a lidiar con los problemas del Libertador, algo que ya había señalado Florencio Varela en 1844, cuando escribió que San Martín “padece con frecuencia violentos ataques de nervios y suele tener arranques de malhumor en que aborrece a toda la sociedad, aun a los suyos”.
Arribaron a Nápoles el 25 de diciembre de 1845, coincidiendo con la visita del zar de Rusia Nicolás I. Pero el Libertador no disfrutó de la estadía porque las convulsiones lo tuvieron a maltraer. El 27 de enero de 1846, el viejo soldado y el mucamo abandonaron Nápoles y se dirigieron a Roma. Se hospedaron en el Gran Hotel de la Minerva, vecino de la plaza Navona, del Panteón y de la Fontana di Trevi. Aquel importante edificio, cuya construcción data del siglo XVII, aún se mantiene en pie, es vecino de la iglesia Santa María sopra Minerva (se la llama así porque se supone que fue construida sobre -sopra- un templo de Minerva), donde se encuentra sepultada Santa Catalina de Siena, y de uno de los monumentos más llamativos de la ciudad, el Pulcino della Minerva: un elefante que transporta un obelisco egipcio. El hotel estuvo a punto de convertirse en un lugar célebre para la historia argentina. Veamos por qué.
En Roma se sumó al grupo Gervasio Antonio de Posadas, nieto y homónimo del director supremo (su abuelo había muerto en 1833) y pariente de Carlos de Alvear, antiguo camarada de San Martín. Posadas mantenía relación epistolar con Esteban Echeverría y en Europa también se relacionó con Juan Bautista Alberdi. Con el tiempo se convertiría en director de Correos, durante los gobiernos de Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento. Cuando San Martín cruzó los Andes, él tenía dos años. Ahora, con 30, acompañaba al general, que estaba interesado en comprar un busto de su admirado Napoleón y le dio instrucciones acerca de cómo actuar frente a problemas clínicos que podrían surgir. Pero una noticia muy grave suspendería la recorrida por los negocios de Roma.
Una noche de febrero de 1846, Posadas llegó tarde al hotel y fue directo a su cuarto. No había terminado de quitarse el abrigo cuando golpearon la puerta. Era el mucamo de José de San Martín, que le anunció con tono informativo y gesto adusto: “El señor general se ha muerto”.
Posadas corrió al cuarto del infortunado. Lo observó tirado en la cama, inmóvil y tieso. Tomó remedios de la maleta de San Martín y los inyectó en su cuerpo inerte. El general volvió en sí ante la sorpresa de su mucamo personal, quien nunca antes lo había visto tan muerto. San Martín había sufrido convulsiones o un nuevo ataque de epilepsia que lo había dejado tendido, con sus signos vitales muy disminuidos. El viaje continuaría por Florencia y Pisa, sin novedad. Poco más de cuatro años duró aquel renacimiento italiano del Libertador, hasta el sábado 17 de agosto de 1850 a las tres de la tarde.
LA NACION

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