06 Jun “No tomo píldoras para dormir, tomo vino”
Por Florencia Halfon-Laksman
El mundo vitivinícola está reconociendo a la mujer como una trabajadora más, incluso para puestos gerenciales. De a poco, va dejando de ser machista”, celebra la ingeniera química Claudia Quini, subgerenta de Investigación para la Fiscalización en el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), y con ello y sus más de 30 años en la materia parece explicar por qué fue seleccionada para ser la primera mujer en presidir la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV). Hasta 2015, ese organismo, el máximo en su materia, que reúne a los 45 principales países productores y consumidores de vino, está presidido por una argentina.
Cuando terminó sus estudios universitarios, mientras en su Mendoza natal, tierra del vino, las mujeres se volcaban a la industria alimentaria, y los hombres, al petróleo, Quini se tentó con el mundo enológico y dedicó a eso sus posgrados. Entró al INV en 1984, en el área de investigación y ahora es la mayor autoridad técnica de la institución, después del presidente.
Sobre su lugar en la organización internacional –que lo atribuye a “un trabajo en equipo”–, cuenta que cuando empezó a participar allí, representando al país como experta, hace más de diez años, “era una época de crisis y se había dejado de pagar la membresía; era muy caro ir a las reuniones, que se hacían en distintas partes del mundo”. Remarca que hoy hay una posición distinta en la industria, impulsada por el decreto presidencial de 2010 que declara al vino argentino “bebida nacional”.
Entre sus principales objetivos, Quini da precisiones sobre el descenso local y mundial del consumo de vino en las últimas décadas y se propone atraer a los más jóvenes. En diálogo con Tiempo Argentino, describe la dificultad que encuentra en las nuevas generaciones: “Estamos trabajando en la conquista de ese sector, al que le resulta más fácil volcarse a las bebidas nuevas, los tragos de boliche”, cuenta.
–¿Cómo se conquista a los jóvenes?
–Estamos buscando hacer vinos con menos graduación alcohólica, algo de burbujas y cierto dulzor, porque los chicos se sienten atraídos por ese tipo de bebidas. Hasta hace poco luchaba para que mis hijos cambiaran sus bebidas por el vino y ahora que lo logré, me lo reclamo porque me quedo sin stock de vinos en casa. En los últimos años, con la invasión de otras bebidas y los cambios de costumbres, cuesta volver a casa a comer al mediodía y el consumo de vino, en todo el mundo, es más ocasional. En los ’60, se consumían 90 litros per cápita por año. Hoy en la Argentina estamos debajo de los 30, cerca de los 25. Sin embargo, hay algunos países emergentes, como los asiáticos, China en especial, que están aumentando de a poco su curiosidad por el vino.
–¿Cómo se trabaja para evitar el exceso de alcohol en la población y al mismo tiempo promover el consumo de vino?
–El decreto que lo declara bebida nacional establece que es un alimento y, como tal, tiene que consumirse en forma moderada. Esa es la base de las publicidades que hacemos. Es algo para compartir y para ciertos momentos. Mientras más se lo conoce, se toma más moderadamente. Si uno toma y se embriaga, pierde el deleite del vino. Los cursos de cata también ayudan: la idea es probar un poquito de cada uno y tener la satisfacción de haberlos conocido.
–¿Qué significa el vino para la Argentina?
–Es el producto de varias economías regionales, desde Cafayate hasta Chubut, y es un producto elaborado, no fabricado. Elaborar significa seguir un proceso natural guiado tecnológicamente y donde hay cultura. Representa la expresión de la región, de la tierra, del clima. Están los afectos, la región, la tipicidad y la expresión de un sector productivo. Es una de las bebidas más naturales, que menos químicos usa y los que usa no tienen incidencia en la salud humana.
–¿Cuánto hay de cierto en que las propiedades del vino son beneficiosas para la salud?
–Hay mucho de cierto y otras cosas no comprobadas. Es un alimento que complementa la dieta. Tiene que beberse con moderación, pero la carne también, porque sino impacta negativamente. Es digestivo, tiene componentes antioxidantes que trabajan para prevenir enfermedades cardiovasculares, e incluso, según algunos estudios recientes, previene ciertos tipos de cáncer.
–¿Cuál es la tarea de la OIV?
–Es un organismo científico técnico intergubernamental, en el que los Estados designan los expertos de las distintas áreas temáticas. Basado en ciencia y técnica, establece estándares internacionales que sirven de referencia para el comercio internacional. Estudia la producción de la viña, la elaboración de vino y los jugos de uva para que sean de calidad.
–¿Qué significa para el país que la autoridad máxima de la OIV sea argentina?
–Debe ser un orgullo. Entre los miembros hay países productores clásicos, como España, Italia y Francia; también latinos, como Chile, Brasil, Perú; los del nuevo mundo, como Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica; y los nórdicos, como Suecia y Finlandia, que son principalmente consumidores. Con toda esa diversidad, decidieron que fuera Argentina quien presidiera la organización. Son tres años de presidencia y otros tres de vice. Creo que ayudó mucho el accionar del gobierno nacional, que apoyó al sector.
–¿Tiene algún significado especial que por primera vez se elija a una mujer en ese puesto?
–Sí. Una mujer y latina. Para un mundo vitivinícola que viene siendo algo machista, sobre todo en los segmentos de conducción, es un impacto muy positivo. Están reconociendo a la mujer como una trabajadora más y para puestos gerenciales. Es un cargo ad honorem que requiere mucha dedicación.
–¿Qué otros proyectos tiene en este nuevo puesto?
–La idea es mostrar que esta industria es amigable con el medio ambiente porque usa pocos productos químicos y la idea es reducir cada vez más los impactos ambientales y estar preparados para eventos climáticos. Buscamos remplazar tecnologías por el efecto invernadero. Se está trabajando también con la huella del agua: reducir cada vez más el uso para ahorrar el recurso. Y también la sustentabilidad y su pata social: que aquellos que las antiguas familias productoras, puedan capacitar a sus hijos para sostenerlo en el tiempo.
–¿Cuál es la medida ideal para beber?
–Una copa chica por comida. Son 100 o 150 cm³, según el peso y la biología de cada uno. Los hombres tienen mayor tolerancia y podrían llegar a 200. Eso es un consumo moderado. Lo bueno es tener el hábito. Yo no me imagino una cena familiar sin el vino en la copa. Es el momento de compartir. No tomo píldoras para dormir, tomo vino.
TIEMPO ARGENTINO