21 Jun “Lo digital es la utopía tecnocientífica de hoy”
Por Pablo De Vita
El año pasado, Hervé Fischer, artista y filósofo francés que reside en Canadá, visitó Buenos Aires invitado por el Ministerio de Cultura porteño para debatir el papel de las ciudades en el mundo contemporáneo. En esa oportunidad, Fischer (autor entre otros libros de Ciberprometeo , El choque digital y Planeta hiper ) analizó, en diálogo exclusivo con adncultura , el devenir de las grandes urbes ante la irrupción del universo digital y cómo ha cambiado nuestra forma de entender el mundo.
-¿Cree que la tecnología permitirá crear ciudades más amigables?
-El camino es crear ciudades inteligentes en un planeta de conexión inteligente, porque lo digital es la utopía tecnocientífica de hoy. No tenemos más utopías políticas, como en el siglo XIX. Todos esos relatos han perdido credibilidad y hoy las nuevas generaciones siguen el progreso tecnológico a través de la creencia en lo digital. Las jóvenes generaciones creen sin límites en el progreso tecnológico pero llega el momento en que deben integrarse en la sociedad de los adultos, buscan un trabajo y entonces sobreviene la frustración. Como filósofo, considero que no podemos quedarnos con la posmodernidad, que tuvo mucho interés en desmitificar relatos fundamentales, como la religión, el racionalismo o el psicoanálisis, pero dejó como resultado la pérdida de un sentido y permitió así la aparición del cinismo, del consumo, del tiempo vertical y la idea de la crisis total. La credibilidad de la utopía de la tecnociencia que tiene vigencia hoy reside en la posibilidad de conectar las comunidades en una red global pero sin caer en el pensamiento mágico de que con lo digital vamos a cambiar el mundo.
¿No cree que la fe en la tecnociencia nos hace retroceder más de un siglo? Esa experiencia se vivió en buena medida con el positivismo.
-Tenemos sujeción por las lógicas, un modelo que tiene su propio racionalismo. Hoy los sociólogos piensan en el big data de recurrencias y comportamientos. Por ejemplo, cuando usted paga un pasaje de avión, la tarifa no tiene mucho que ver con la distancia sino con la información que manejan las compañías del proceso analítico del big data, que les dice que existen vuelos llenos o vacíos, y deciden cambiar el precio en función de ese análisis. El racionalismo conceptual ha sido reemplazado por un algoritmo que considera desde cómo hacer más dinero hasta cómo es posible que exista un asteroide que modifica su trayectoria. Entonces nuestro pensamiento ha sido reemplazado por híperlinks cuya información nos permite decidir un cambio en la ciencia o en la tarifa aérea. Es casi una lógica cero no basada en el sentido sino en una observación constante. Desde los tiempos de la Revolución Francesa le hemos dado un estatus de mito a la razón, reemplazando la capacidad de la superinteligencia divina por la inteligencia humana. Ahora se dice que reemplazaremos la inteligencia humana por la digital. El positivismo se fundó en la ciudadela de un racionalismo clásico como una creencia, reemplazando a Dios por la razón. La posmodernidad quitó la credibilidad tanto del positivismo como de la religión y ahora el big data no nos da una dirección que se continúe en la utopía de la inteligencia artificial. A mí no me satisface, porque no podemos delegar la responsabilidad en la naturaleza, en la religión, en la razón o en la computadora. Prefiero pensar en el mito del hombre como creador de su entorno, como ser responsable y libre.
-¿Eso lo ha llevado a volver a pensar en Spinoza? Él no creía en el libre albedrío.
-Hice mi tesis de maestría sobre Spinoza, es verdad, pero lo veo como el fundador del materialismo y nunca pensé en su creencia en Dios. Considero que para garantizar su seguridad física, él dijo: “El universo es Dios”, pero que pensaba que Dios es materia. Hay varias interpretaciones sobre Spinoza y ésa es la mía. La libertad es un fundamento para que el hombre construya su ética planetaria, ya que si hay libertad, debe haber responsabilidad. Lo universal debe atravesar las diferentes culturas porque, por ejemplo, no puede aceptarse que algunas desvaloricen el rol de la mujer. El compromiso es respetar un sistema universal de derechos humanos para que luego pueda desarrollarse, sin contradicción, la diversidad cultural sin problemas. Es la única manera de escapar del relativismo y del desencanto.
-¿Cómo ve los cambios en la iglesia católica a partir de la elección del papa Francisco?
-Los veo positivos porque, si bien soy ateo, considero que la religión católica no es más un integrismo, como lo fue en el tiempo del cisma. Es una religión que se ha hecho soft y, aunque conserva elementos integristas que también se observan en el judaísmo y el islam, es una religión que piensa mucho en la moral sin ponerlo en relación directa con el castigo de Dios. Asimismo la religión católica nos protege de las sectas, que son mucho más peligrosas porque son manipuladoras. El problema actual del islam es que hay demasiados integristas con diferencias de interpretación enormes y eso no pasa en la Iglesia Católica gracias a su centralismo.
-¿Por qué se vinculó con Raymond Aron, pese a pertenecer a una generación que se deslumbró con Sartre?
-Estudiaba en la École normale supérieure, donde estaban Lacan, Althusser, Foucault y Aron. Escuché sus seminarios, el único que no vino fue Derrida. Aron tuvo mucho impacto en mí, más que la idea del existencialismo, porque Jean-Paul Sartre fue cambiando hacia una postura radical abrazando el maoísmo. Por otro lado, a Aron lo vi más humano y tenía una diferencia fundamental con Sartre: era filósofo pero también sociólogo. Mi primera formación era la filosofía pero después de Mayo del 68 fui hacia la sociología. Le entregué varias ideas y él fue quien me llevó a investigar acerca de Spinoza. Aron era un hombre de derecha y después de 1968 mis ideas estaban lejanas al gaullismo de él, pero eso nunca fue un problema. Yo pensaba que Albert Camus era mucho más valioso que lo que decía Sartre sobre él, y hoy vemos que Camus ha tenido una postura mucho más humana con relación a la guerra de Argelia pero también sobre el nihilismo, y finalmente hoy pensamos más con Camus que con Sartre. En París en ese tiempo se daba una competencia entre grandes filósofos, como Lacan o Althusser. Tampoco creía en Lévi-Strauss o Greimas, con su estructuralismo en lingüística. Trabajaba mucho con Derrida pero, si bien no tenía demasiado interés en sus ideas, hoy lo entiendo mucho más que en el pasado, pese a su estilo escolástico. No tenía muchos modelos para pensar, a excepción de Foucault, pese a la experiencia que tuve con él.
-Es inevitable pedirle que se explaye sobre el asunto.
-Michel Foucault fue mi profesor en la mesa de examen para ingresar en la École normale supérieure. dos veces. La primera vez debía elegir un pequeño papel con una pregunta y ésta era: “¿Qué es un hombre normal?”, una pregunta típica de Foucault, que fue difícil de responder para mí y no tuve una buena nota. Al año siguiente me presenté otra vez y elegí otro papelito: “¿Qué es un hombre grande?”, decía esta vez. Yo estaba más preparado y pude ingresar. Pero Aron me parecía de una inteligencia aguda, pese a no tener una gran obra escrita. Recuerdo que una vez me dijo que lo único que iba a sobrevivir de su pensamiento era la idea de la “disuasión” pero, claro, eso no es mucho. Una época muy rica. yo estaba en ese mundo de debates que ya no existe más.
-Formalmente todos esos nombres integran los planes de estudio de cualquier universidad pero se desconoce qué sucede con la filosofía hoy. ¿Dónde está la filosofía contemporánea?
-Es una buena pregunta pero terrible porque parece que no está en ningún lado. Cuando me fui de todo ese mundo académico parisino a Quebec, descubrí que la labor intelectual en América del Norte no vale mucho porque su voz no es escuchada como parte hacedora del futuro. Vale menos que la opinión de un ingeniero. Eso me sirvió para aprender el valor de la modestia y a no hacer juegos de palabras. Pese al sufrimiento de escribir libros que no se leen mucho y la falta de debates intelectuales, aprendí a descubrir otros valores. No tenía ninguna razón para irme de la Sorbonne pero me interesaba cambiar de escenario sociológico e introducirme en otra esfera, con parámetros diferentes a los de la escena social francesa. Eso sirve para abrir la conciencia.
-¿Cuándo se refiere a América del Norte también incluye a los Estados Unidos?
-Es peor en los Estados Unidos, donde los intelectuales, salvo dos o tres, son periodistas que se dedican a hacer gigantescos dossiers académicos que no construyen una visión que se articule. No son filósofos pero debí aceptarlos, leerlos y me dieron muchísimo material para analizar.
-Cuando se acabe el reinado del papel, ¿cómo va a ser la preservación del patrimonio?
-El papel es un soporte menos volátil que el digital. La idea de digitalizarlo todo y olvidarse de los libros de papel es equivocada. Cada año tenemos dos veces más información que en el anterior. Pero llega el momento de decidir con qué quedarse y entonces sobreviene el peligro porque, ¿con qué criterio vamos a decidir que un libro, una película o una partitura no valen la pena? Conozco una pequeña biblioteca en Quebec que tenía el problema del espacio, llegó un nuevo director y vio qué libros se leían y cuáles no. Comprobó que Balzac o Flaubert no se leían demasiado y decidió que los iban a sacar para dar espacio a los libros que se piden hoy. Lo digital es una herramienta de acceso pero no de conservación del patrimonio. Es una obligación pensar en los libros de papel como los masters y preservarlos.
-Hace unos años usted predijo que lo digital iba a cambiar al espectador. ¿Qué se cumplió de su hipótesis?
-La imagen es un flujo de vibraciones donde se pierde precisamente la imagen. Para que se entienda: tiene cierta relación con la música y ese flujo le ha hecho perder a la imagen su estabilidad icónica. Considero que hay que “parar” las imágenes y analizarlas para poder elegirlas y pensarlas. De lo contrario, es ver un libro sólo como un flujo de letras, y eso no permite un pensamiento. Como filósofo y artista, no me interesa abrir la canilla del flujo de píxeles y, por eso, he desestimado el arte digital, porque se consume y se olvida rápidamente.
-¿Qué lugar queda para la pintura tradicional frente al universo digital?
-El problema no es la pintura sino sus temas, que no pintan el mundo digital que vivimos hoy. No es obsoleta sino que lo son muchas de sus temáticas, pero la pintura tradicional permite buscar los íconos del universo digital. Creo que la pintura va a seguir porque el problema de las artes digitales es que no tienen perennidad y, como cultura, necesitamos de una memoria. Lo digital tiene la debilidad de no preservarse.
-Lech Majewski dijo que uno de los problemas del arte contemporáneo es que las vanguardias negaron la figura humana reduciéndola a la experimentación o la propaganda y que la figura humana se había fugado al cine. Con lo digital, ¿dónde estamos hoy?
-Estamos en un punto de intersección entre redes de información que nos ayudan a construir nuestra personalidad y estamos emitiendo mensajes. Claro que muchas personas tienen una identidad virtual gracias a la web, y para muchos jóvenes hoy la realidad de Facebook tiene mayor importancia que lo que sucede en la realidad de su familia. Y así se cambia la figura humana. Aquí tiene mi explicación, un autorretrato.
-En su momento usted dijo que Facebook era una red cínica ¿sigue pensando lo mismo?
-Sí, porque el contrato dice que cuando uno pone su password, acepta el contrato y que toda la información que va a poner es propiedad de Facebook, que se da el derecho de aumentar la información sobre uno. Cuando uno se va, toda la información volcada queda en el sistema. La ingenuidad de los adolescentes que desean tener muchos amigos es manipulada y para mí es una pesadilla. Debería existir una legislación para proteger la vida privada y poder escapar de esa manipulación, y uno de los caminos es la educación frente a lo digital. El derecho está atrás del progreso tecnológico, dado que se necesita tiempo para fundar la ley porque si no podría tener efectos perversos, pero eso presenta un nuevo problema en las sociedades de velocidad digital.
-¿No cree que aún hoy vivimos regidos por ideas fundadoras del Renacimiento?
-En el Renacimiento la idea fundamental fue que el hombre debía tomar posesión de su identidad, su cuerpo y su razón, que en la Edad Media había delegado en Dios. El humanismo redescubrió esos valores y son el inicio de lo que sucede hoy. Pero ahora nos encontramos con la delegación del humanismo en la computadora, como un Dios del futuro. No se puede pensar el humanismo hoy sin integrar la tecnociencia y lo digital, haciéndolo evolucionar, porque nosotros somos los creadores de la tecnología.
LA NACION