22 Jun Las cartas que Poniatowska envió a Diego Rivera, firmadas por “Quiela”
Por Ivana Romero
En los papeles que están sobre la mesa, en vez de los bocetos habituales, he escrito con una letra que no reconozco: ‘Son las seis de la mañana y Diego no está aquí’. En otra hoja blanca, que nunca me atrevería a emplear si no es para un dibujo, miro con sorpresa mi garabato: (…) No tengo en qué ocuparme, no me salen los grabados, hoy no quiero ser dulce, tranquila, decente, sumisa, comprensiva, resignada, las cualidades que siempre ponderan los amigos. Tampoco quiero ser maternal; Diego no es un niño grande, Diego solo es un hombre que no escribe porque no me quiere y me ha olvidado por completo.” La carta está fechada el 2 de enero de 1922 y quien la firma es “Quiela”. Así llamaba el muralista mexicano Diego Rivera a la pintora rusa Angelina Beloff, su primera esposa.
Vivieron juntos diez años en París durante la Primera Guerra Mundial. Harto de la guerra, Rivera regresó a México y dejó a Angelina con una promesa de reencuentro que nunca se concretó. Mucho tiempo después, Elena Poniatowska conoció esta historia y se puso en la piel de la artista para escribir una novela epistolar con una única voz: la de esta mujer enamorada que cree en un hombre ausente. Querido Diego, te abraza Quiela se publicó en 1978. Ahora, luego de que Poniatowska recibiera el Premio Cervantes, la editorial española Impedimenta acaba de lanzar una edición especial del libro.
A lo largo de estas 12 cartas apócrifas, escritas entre 1921 y 1922 –”nueve meses en los que parece gestarse algo”, dirá Enrique Redel, editor de Impedimenta– Quiela le habla a Diego como quien dialoga con un fantasma amado. Y lo hace con una pasión obstinada, que la va hiriendo de a poco, como el hambre, como el olvido.
Allí relata las penurias que deja la guerra, el vínculo confuso con los otros amores de Rivera; su dolor ante la muerte del hijo de ambos, Diego María Rivera, Dieguito, quien falleció de meningitis cuando apenas tenía un año y cuatro meses (“sé que tú no piensas ya en Dieguito; cortaste sanamente, tu mundo es otro y mi mundo es mi hijo”, escribe).
Mientras Quiela se desdibuja, Rivera va adquiriendo un perfil monstruoso. Leer estas cartas puede sumergir al lector en una fiebre romántica pero también en cierta inquietud frente a una mujer que acepta la ausencia como un destino inmutable (la literatura, sabemos, es un espacio de libertad que la vida real no siempre admite). Si esto último ocurre, para entender las complejidades del amor se puede recurrir a ese exquisito fragmento de La balada del café triste de Carson McCullers (ese relato es parte de El aliento del cielo, una compilación de los relatos de la norteamericana cuyo título guarda curiosa simetría con La piel del cielo, de Poniatowska, una novela publicada en 2001). Escribe McCullers: “En primer lugar, el amor es una experiencia común a dos personas. Pero el hecho de ser una experiencia común no quiere decir que sea una experiencia similar para las dos partes afectadas. Hay el amante y hay el amado, y cada uno de ellos proviene de regiones distintas. Con mucha frecuencia, el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. No hay amante que no se dé cuenta de esto, con mayor o menor claridad; en el fondo, sabe que su amor es un amor solitario.”
Claro que para leer este libro también es necesario tener en cuenta la enorme sensibilidad que Poniatowska ha desplegado a lo largo de su obra con la situación de las mujeres en un mundo desigual. De hecho, cuando a fines de abril recibió el Cervantes, durante un discurso de media hora Poniatowska reivindicó a aquellas que levantaron la voz para denunciar toda forma de injusticia desde los días de Sor Juana, en el siglo XVII. En esa oportunidad incluso se refirió a la lucha de las Madres de Plaza de Mayo.
En 2005, el Fondo de Cultura Económica presentó la obra completa de esta escritora y periodista mexicana, la primera mujer en recibir el Premio Nacional de Periodismo, en 1979. Uno de los tomos reúne su narrativa breve. Y ahí es donde ella cuenta cómo surgió Querido Diego… tras leer el libro de Bertram Wolfe, La fabulosa vida de Diego Rivera. No hay mucho secreto: “me puse en el lugar (de Quiela) y escribí las cartas que pensé que ella le había escrito a Diego”, cuenta. Y también confiesa que, en realidad, esas cartas eran para Guillermo Haro, su marido astrónomo. Parece que cuando Haro leyó las cartas exclamó: “¡Pero esto es un tarro de melcocha!” “Sin embargo –dice Elena– a los hombres les gusta sentirse muy amados y de vez en cuando me decía ‘A ver, enséñame de nuevo ese engendro que perpetraste'”.
El libro está dedicado a Jan, el hermano menor de Elena, que falleció muy joven en 1968. Así que desde la primera página se sabe que Querido Diego… hablará del amor, de la ausencia, cuestiones sobre las cuales la escritora vuelve y una y otra vez; quizás porque la literatura es el único espacio donde el amante y el amado pueden reunirse otra vez, aunque provengan de regiones distintas.
TIEMPO ARGENTINO