La vigencia de un músico que hoy es leyenda

La vigencia de un músico que hoy es leyenda

Por Juan Manuel Strassburger
Apenas se supo, la noticia se replicó en todos los portales de música y de noticias: ¡existía un nuevo álbum de Johnny Cash! Y no se trataba de otro volumen póstumo de American Recordings (la serie de discos con la que recuperó visibilidad, prestigio y ventas masivas a partir de reversionar en clave folk a rockeros clásicos y no tanto, como U2, Tom Waits y Nine Inch Nails, entre muchos otros) sino de Out among the stars, un nuevo álbum hecho y derecho. Un rescate directo a su época más olvidada de principios de los años ’80 cuando ser Johnny Cash, el “Hombre de Negro” y “padre espiritual” del Estados Unidos profundo –según no pocos de sus seguidores–, era casi como ser una leyenda muerta. Un millonario pagaré vencido que nadie se preocupaba por renegociar.
“Estábamos viejos y no estábamos de moda”, solía decir sobre aquellos tiempos de new-wave, raros peinados nuevos y sintetizadores pop en los que era moneda corriente que la industria discográfica y las radios desestimaran a quienes –ya cincuentones– habían constituido en los Estados Unidos el primer grito de liberación juvenil que vía Elvis se había expandido al mundo, a mediados del siglo XX. Pero que, en su primer momento, había tenido entre sus principales figuras (además de a Presley) a Carl Perkins, a Roy Orbison, a Jerry Lee Lewis, y obviamente a Cash. Sin dudas el más country y conservador de todos ellos. Pero también el más oscuro, religioso y perverso con sus gospels y temas como “Folsom Prison Blues” (donde describía con misantropía la frialdad de un asesino ante su acto) o “I walk the line” (donde el imperativo de mantener una conducta sólo podía alcanzarse en función de alcanzar un amor).
“Siempre nos llevamos bien con Carl, Elvis, Jerry y Roy. Nunca hubo graves competencias entre nosotros”, contó en su autobiografía, publicada algunos años antes de su muerte, ocurrida en septiembre de 2003, cuando su carrera –American Recordings y las reivindicadoras bandas de sonido de Quentin Tarantino mediante– había recobrado el estrellato y cierto revisionismo sobre su figura empezaba a ser inevitable.
“Según la prensa, de la noche a la mañana había pasado de ser un tipo acabado de Nashville a un ícono de la modernidad. Pero podían llamarme como quisieran, porque les estaba agradecido”, decía entonces, consciente de que tenía con qué defender aquella reivindicación que hasta le dio una no buscada pátina cool en sus últimos años.
“Mi vida ha sido simple: el algodón cuando era joven y la música ya de adulto”, resumía sobre sus comienzos. Pero el asunto, como siempre, era más complejo. Con la carga emocional de un hermano mayor muerto por un accidente rural (“Nunca olvidaré a Jack; era el mejor y el más bueno de todos nosotros”, coincidía Cash), el Hombre de Negro –como empezaría a ser llamado ya en su madurez– sufrió de lleno la Gran Depresión del ’30 y literalmente vivía con el pan al día, ansiando independizarse alguna vez y “hacer algo de su vida”, como le exigía su autoritario padre, que siempre había preferido a Jack sobre él.
Y así lo hizo: pasó en una temporada como telégrafo en la Fuerza Aérea y regresó a su tierra con un puñado de canciones bajo el brazo. El gospel, el country, el rockabilly, eran lo suyo, sí, pero desde una perspectiva joven e irreverente que lucía tan moderna como afincada en sus raíces, como demostraría sus primeros grandes éxitos en la pequeña discográfica independiente Sun Records: “Cry cry cry”, “Hey Porter” y por supuesto “Folsom Prison Blues”. Esa ambivalencia entre tradición y transgresión es una de las claves que explican el fenómeno de Cash y su vigencia hasta hoy. Y la razón por la que tantas figuras de la cultura alternativa de los años ’90 no dudaron en rescatarlo cuando la industria musical más indolente hacía rato que le daba la espalda.
“Cuando menos lo esperaba en mi vida, Rick Rubin llegó a mi vida y me abrió a todo un nuevo público”, dijo respecto al famoso productor y sus versiones folk de temas como “Personal Jesus” de Depeche Mode, “One” de U2 y “Hurt” de Nine Inch Nails, entre muchas otras incluidas en seis volúmenes de los citados American Recordings.
Otro punto fuerte era su sonoridad, esa gravísima voz de barítono, cálida a la vez que espectral, y su imagen de jopo altisonante como el de Elvis Presley, pero portando un rostro mucho más roto que el de su famoso par generacional. Una mirada turbia y esa nariz chata como de caer mil veces contra el suelo.
Además, Johnny Cash era un penitente y ya en sus primeros derrapes (principalmente con la anfetamina, la droga clave de los años ’50, pero también con los barbitúricos y el alcohol) se encontraba presente la semilla de redención que luego sería su gran marca autoral y su legado. Profundamente creyente, Cash no se privó de casi ningún exceso que le proveyó el rock’n’roll en su época porque después siempre tenía la chance de “volvía al rumbo del Señor”, aunque sin la hojarasca de cierta prédica puritana. Él lo sabía bien: Dios (al menos su Dios cristiano) solía estar más cerca de los pecadores arrepentidos que de los impolutos que se jactaban de su buena moral. “Hay un costado espiritual en mí que llega realmente profundo al mismo tiempo que me siento el pecador más grande de todos”.
El otro gran tema que magnificó la vida y obra de Johnny Cash fue su historia de amor con June Carter. Su biopic Johnny and June, protagonizada por Joaquin Phoenix y Reese Witherspoon, lo retrató bien: pobre, pobrísimo, en su casucha de Arkansas, el pequeño John acercaba la oreja a la portatil que custodiaba con su hermano Jack para escuchar las dulces voces de las hermanitas Carter y soñar alguna vez con conocerlas. Años después se le cumpliría el sueño y June, una de las dos chicas Carter (que allá, en relación al country, es como como acá, respecto al folklore y la chacarera, los Carabajal), sería LA gran mujer de Cash, el único gran amor en su vida, si exceptuamos a su primera mujer, Vivian, con la que tuvo cuatro hijas, y terminó en en malos términos. June, en tanto, también estaba casada y con hijos al momento de conocerlo a Cash, pero sólo tras el divorcios de ambos accedió a comprometerse con él, en una famosa escena de declaración amorosa sobre un escenario que la película supo retratar. Un episodio que quedó cristalizada en “Jackson”, el tema que invariablemente cantaban juntos.
Lo que no cuenta la biopic del director James Mangold, sin embargo, es todo lo que significó Johnny Cash luego de concretado ese amor idílico a fines de los años ’60. Y de cómo, sin pretenderlo, se convirtió en uno de los mayores padres espirituales del sentimiento americano, al mismo tiempo que ícono mundial de cierta transgresión de cuño tradicionalista (como muestra su famosa foto haciendo “Fuck you!” con el dedo índice, replicada en millones de remeras juveniles en todo el mundo). ¿Cómo sucedió eso?
Como toda leyenda de estas características, la carrera de Cash tuvo sus altibajos, siendo el más pronunciado el ya citado momento a principios de los años ’80. Pero aun así, el autor de “Ragged old flag” siempre se mantuvo fiel a sí mismo, o sea a la música de la tierra, de la Norteamérica profunda. Así fue que durante largos años editó todo tipo de discos donde recorrió con cierta mirada crítica a la vez que orgullosa los tópicos recurrentes de su país: los trenes, la conquista del Oeste, los bandidos, las guerras, los nativos (y “pieles rojas”), y los marginados rurales del sistema.
Por eso, en épocas de Vietnam, dijo: “Con esa dolorosa guerra en mente llevo el negro de luto por todas esas vidas que podrían haber sido y hoy no están”. Luego, con la guerra ya terminada, agregó: “No veo muchas razones por las que cambiar mi opinión: los ancianos siguen descuidados, los pobres siguen siendo pobres, los jóvenes siguen muriendo antes de tiempo, y no nos movemos para hacer las cosas bien”.
Cash cumplió su palabra. Décadas después, su credo e impronta se volvieron icónicos en el mundo: enamorando tanto a amantes de aquellos valores rurales en retroceso como a transgresores urbanos que admiraba su tendencia a no encajar en los moldes preestablecidos. “Desde Juan el Bautista que no se escuchaba una voz que sonara así en la soledad. A lado de él, todo los demás parecíamos blanditos”, decía Bono de U2. Y así parecía.
TIEMPO ARGENTINO

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