La conspiración de los bailarines

La conspiración de los bailarines

Por Daniel Balmaceda
Entre los muchos problemas que tuvo que sortear Manuel Belgrano cuando estuvo al frente del ejército del Norte, figuró la interna de las distintas armas. La Caballería y la Infantería eran como el agua y el aceite. No era un cuestión entre las tropas, sino de sus oficiales, entre quienes se encontraba Manuel Dorrego, jefe de los Cazadores, la infantería de elite del ejército patriota.
La interna militar tuvo un difícil momento de tensión, luego de que los Cazadores organizaran un baile en la ciudad de Tucumán. Todo anduvo de maravillas, y aún resonaban los ecos de la fiesta de los oficiales de Dorrego, cuando dos compañías de la Caballería resolvieron preparar una celebración propia. José María Paz -integrante del grupo de artilleros, aliado a la Infantería- cuenta qué ocurrió cuando recibieron la invitación de los ocasionales adversarios:
“Hubo serias discusiones entre nosotros, sobre si asistiríamos o no a la función: era ya llegada la noche y aún no se había resuelto esta importante cuestión. Estoy tentado a creer que algunos de mis compañeros esperaban que alguna grave diputación, o cosa semejante, viniese a rogarnos para que concurriésemos al baile; mas, como no sucedió, y no nos faltaban deseos de bailar, se resolvió al fin, la afirmativa”.
El orgullo quedó de lado. Con sus botas bien lustradas y sus uniformes de gala, los oficiales partidarios de Dorrego se dirigieron a la fiesta de la Caballería, formados en columna, en filas de a dos.
Parece insólito, pero se fueron desfilando al baile. Decenas de soldados se apiñaban en la puerta de la casa. Eso no fue un obstáculo para la avanzada de la columna, que se abrió paso a los empujones -siempre con Dorrego a la cabeza- y se detuvo en la puerta del patio donde se bailaba. Por más que no existía la alfombra roja, semejante entrada ameritaba una reacción amable de los oficiales de Caballería anfitriones. Sin embargo, para sorpresa de los recién llegados, nadie anunció su importante arribo. “No habiéndose presentado en el acto algún personaje a hacer los honores de recepción a los nuevos huéspedes -narra Paz-, el señor Dorrego se dio por ofendido y tocó retirada.”
Pegaron media vuelta y la retaguardia de la columna se transformó en vanguardia para marchar en fila, marcando el paso, de regreso a la casa donde habían sesionado una hora antes. “Allí se emitieron los dictámenes más desatinados, como era el de volver a deshacer el baile, a mano armada, o de llevar un cadáver que estaba en el cuartejo del depósito de la Iglesia Matriz.” Estaban todos muy enojados, más bien ofendidos. Era necesario vengar el honor de los Cazadores desairados delante de las agraciadas tucumanas. Seguían sumándose planes y propuestas. “Entre tanto, la noche se avanzaba, empezó a venir el sueño y se levantó la sesión para irnos a dormir.”
Belgrano fue a la fiesta y se mantuvo alerta para que no terminara mal, como ocurre ahora a la salida de los boliches. Pero no hizo falta: la conspiración bailantera había fracasado.
LA NACION