Juan Carlos Onetti, el fundador de una ciudad hecha sólo con palabras

Juan Carlos Onetti, el fundador de una ciudad hecha sólo con palabras

El grueso cristal de sus anteojos que no permitía llegar al fondo de sus ojos, su compleja relación con las mujeres, la reclusión a la que se autocondenó los últimos años de su vida y su literatura “escrita en voz baja” hacen de Juan Carlos Onetti un enigma nunca totalmente descifrado. Lo más claro de su trayectoria vital y literaria es que fue un hombre que jamás hizo concesiones. Onetti nació el 1 de julio de 1909 en Montevideo y murió en Madrid el 30 de mayo de 1994. Entre las múltiples distinciones que recibió a lo largo de la vida, en 1980 obtuvo el Premio Cervantes, pero nada logró integrarlo al mundillo de las vanidades literarias. Y quizás porque vivía en cierto amargo desencanto, tenía una concepción más bien modesta de lo que era la dicha: “Whisky y una buena novela policial que todavía no he leído” y alguna vez definió el estado de su espíritu como “resignado”.
Las novelas Tiempo de abrazar, El pozo, La vida breve, Para esta noche, El astillero, Para una tumba sin nombre, Dejemos hablar al viento, Juntacadáveres y sus cuentos constituyen parte fundamental de su legado literario. La variedad de su obra tiene un común denominador: una prosa tan despojada y austera como el cuarto en que pasó acostado los últimos años de su vida, apoyado sobre su brazo derecho para poder fumar, tomar wisky y leer. Esa fue su forma de retirarse activamente del mundo. No había en su prosa ninguna fornitura, ningún exceso verbal que pudiera emparentarlo o tan siquiera acercarlo al barroquismo que, como secuela del boom, parecía sinónimo de “escritor latinoamericano”.
Cierta vez un periodista le preguntó por qué sus novelas eran elaboradas crónicas del fracaso y él contestó: “En mí, creo que se trata de un pesimismo natural; natural y radical. En el fondo, creo que soy una de las pocas personas que cree en la mortalidad. Eso influye mucho. Sé que todo va a acabar en fracaso. Yo mismo. Vos también. De todos los escritores del boom se ha dicho que son pesimistas, que en ellos los personajes siempre se frustran. Quizá. Pero en García Márquez o en Vargas Llosa, yo noto una gran alegría de vivir. Sinceramente, no creo que vean la muerte como un problema. Y no se trata de que ahora yo tenga 64 años y que pueda morirme esta noche. No. Es algo que he sentido desde la adolescencia. Así como se descubre que yo soy yo, así se descubre la muerte, se marcan sus linderos. Uno de los descubrimientos más terribles, el más terrible, que tuve de muchacho, fue que todas las personas que yo quería se iban a morir algún día. Eso me pareció absurdo, y de esa impresión no me he repuesto todavía. No me repondré nunca.” Quizás por este sentimiento de desamparo del ser “arrojado en el mundo” la escritora urugaya Cristina Peri Rossi lo considera “uno de los pocos escritores existencialistas en lengua castellana”.
Mario Vargas Llosa le dedicó un libro de ensayo, El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti. En él afirma: “Onetti construyó un mundo literario a partir de una experiencia universalmente practicada por los seres humanos: huir con la fantasía de la realidad en la que viven y refugiarse en otra, mejor o peor pero más afín a sus inclinaciones y apetencias. Éste es el origen de la literatura y muchos escritores convirtieron en ficciones semejante propensión recurrente en la narrativa universal. (..) Pero, a diferencia de otros escritores, que tocaron este tema de manera pasajera y entre otros, Onetti consagró su vida entera de escritor a elaborar una saga en la que la voluntad de fuga hacia lo imaginario fuera la columna vertebral alrededor de la cual girase toda su obra, el eje que la trabara y diera coherencia.” Tan lejos llegó con su fantasía que, así como su admirado Faulkner fundó un condado literario, él fundó la ciudad de Santa María. Cuando le preguntaron si viviría en esa ciudad, contestó: “Santa María no existe más allá de mis libros. Si existiera realmente, si pudiera vivir o viviera allá, inventaría una ciudad que se llamara Montevideo.”
TIEMPO ARGENTINO