En la era de las tablets vencen los cuadernos

En la era de las tablets vencen los cuadernos

Por Fernando Massa
Leonardo da Vinci dejó al menos 13.000 páginas de ellos con inventos y anotaciones. Charles Darwin los llevaba en sus viajes arriba del Beagle para armar listas de los libros que debía leer o para dibujar unos primeros bocetos en busca del origen de las especies. Thomas Edison dedicaba alguna hoja para dejar por escrito lo que planeaba inventar: la seda artificial, el piano eléctrico. Hemingway pasaba sus días en los cafés de París escribiendo sus relatos en ellos. Marilyn Monroe los utilizaba para sus poemas y pensamientos. Kurt Cobain los llenó de letras de canciones y dibujos. Y el comediante Larry David siempre anda con uno en el bolsillo para atrapar sus ideas en papel, como lo hizo con cada una que se le ocurría para su serie Curb Your Enthusiasm.
Anotar ideas o pensamientos, esbozar proyectos, escribir, dibujar o hacer listas en cuadernos, libretas o anotadores no perdió su vigencia. Ni siquiera ahora, cuando un dispositivo electrónico que nos entra en el bolsillo cuenta con la tecnología para cumplir esa función, y muchas más, de forma rápida y sencilla. Incluso, estos soportes para escribir en papel se han convertido hoy en un objeto de culto para unos y en una moda para otros, especialmente para aquellos con profesiones u oficios vinculados al diseño o al arte, y que ya los ven como una necesidad para despuntar el hábito diario. La oferta ayudó: artesanales o de diseño, cada vez existen más opciones originales y amoldadas a las necesidades de cada uno.
La bloguera Vero Mariani, de 33 años, siempre andaba con uno de esos Rivadavia de tapa dura y rayado, ya sea para las anotaciones de todos los días o para llevarse de viaje, hasta que una amiga periodista le regaló uno artesanal de Papelera Palermo. Ese quedaría como cuaderno de proyectos e ideas. El segundo de diseño que compró fue uno hecho a mano, del Almacén de Lou, que le gustó tanto que todavía no lo usó. Y tal vez quede así, en blanco, como el primero de una colección que ya supera los 150.
“Anoto todo por todas partes. Ahora tengo 15 en uso. Uno para canciones que escucho y me gustan, otro para la lista de las cosas que tengo que hacer a diario, para producciones de notas, el cuaderno de frases, uno sobre mi escritorio con la lista de películas que vi? Pero a veces son tan estéticos que terminan posando arriba de una mesa o en estantes de la biblioteca”, cuenta.
Esa afición por los cuadernos sumada a la proliferación de propuestas que iban apareciendo en el mercado la llevó a crear una sección en Alma Singer, su blog, llamada Sommelier de Cuadernos, donde entrevista y cuenta la historia de las personas detrás de estas creaciones.
En esto de crear cuadernos distintos a los tradicionales, Monoblock fue uno de los pioneros. “Nuestra idea es la de trabajar el cuaderno como un soporte y vehículo de contenidos. Pensar al cuaderno como un objeto más interesante”, dice Vik Arrieta, que junto con Pablo Galuppo son los makers -así se definen- de este proyecto que nació hace diez años con la misión de impulsar la integración de la comunidad artística a la vida cotidiana editando a ilustradores y artistas en distintos soportes, entre ellos, cuadernos.
“El primer nicho para los cuadernos fueron los diseñadores gráficos. Después hubo un derrame que llegó a los publicistas y creativos. Las ferias grandes, como Puro Diseño, ampliaron el público y otro salto fue en 2010, cuando empezamos a trabajar con Liniers”, explica Arrieta.
¿Qué encuentra la gente en sus cuadernos? Para Arrieta, por un lado, está la personalidad que da un cuaderno distinto a uno de tapas negras y, por el otro, la de apoyar a otro imaginador, concepto en que se inspiraron desde un principio. A la hora de elegir un cuaderno de Monoblock, las opciones son variadas. Como algunos dedicados a Nueva York, Berlín o Tokio, o uno para notas de café, que realizaron junto al periodista Nicolás Artusi, donde además de la fecha y el lugar de los escritos se puede anotar la variedad y el puntaje del café degustado.
La diseñadora gráfica Lucía Litardo siempre tuvo un fetiche con los cuadernos. Lleva uno de Sandía en la cartera, guarda en la biblioteca uno de Monoblock o arma otros con sobrantes que encola y engrampa para ideas que luego pasa en limpio en uno de los suyos, que hace artesanalmente con una máquina Minerva y que estampa en Letterpress con el nombre de Livré.
“Los cuadernos los compran diseñadores y artistas -dice-. Chicos y chicas jóvenes, que andan entre los 26 y los 35 años, que no tienen vergüenza de sacar un cuaderno de diseño.” Si bien la mayoría son mujeres, ella se propuso desde el principio que sus cuadernos y libretas fueran un objeto unisex. Fue en una edición de la feria El Mercat cuando se dio cuenta de que había cumplido su objetivo: llegaron tres amigos, un arquitecto y dos diseñadores, y se llevaron cada uno un cuaderno distinto.

UN MITO DE PAPEL
“Moleskine es a las libretas lo que la Bauhaus al diseño.” Con esa frase, Litardo reconoce que esta marca italiana que nació en 1997 en busca de ser la heredera de los cuadernos que utilizaban Chatwin o Hemingway, y que rápidamente se transformaron en objetos de culto, fue la que, en gran parte, abrió las puertas a este nuevo boom.
Con Pelpa, Lucía Ruiz Palacios rescató un hábito que comenzó en su adolescencia: hacerse sus propios cuadernos temáticos. La libreta para anotar sueños, la destinada a las frases, otra para llevarse de viaje y una más para recetas de cocina. Ahora, al coserlos para otros, lo que más disfruta es la interacción con quien lo encarga. “Me pasó con una amiga a la que le hice un Diccionario de ideas. Quería darle un incentivo, ver qué podía salir de su cabeza aportando a la motivación y la creatividad, cosas que hoy están un poco perdidas. Es esa magia que se genera en la gente cuando escribe en papel y que en la computadora se pierde”, dice.
En esa mística del lápiz y el papel cree María Marasco, que arrancó Ey Truman hace siete años. Sus Diarios de viaje, hechos en cuero y cosidos a mano, son para ella una forma de viajar a través de la escritura en un tren o sentado o en un bar. De ahí ese nombre. Justamente esta semana vendió uno que pasaría de las manos de esta clienta a las de un hombre que viaja a ver al Papa. ¿Por qué un diario? Por lo rústico y lo austero, pensó la clienta. Santo Padre Fancisco. Meditaciones puede leerse en la tapa. Y María ya se pregunta las cosas que puede llegar a escribir en sus páginas. ¿Las grandes reformas para la Iglesia? Porque más allá del atractivo estético, lo más importante sigue siendo lo que quede escrito adentro.
LA NACION