08 Jun El poeta musulmán, la mafia y el FBI
Por Ezequiel Fernández Moores
King Liston will stay Only until he meetsCassius ClayMoore fell in four Liston in eight” (“Liston seguirá reinando/ Sólo hasta que se enfrente con Cassius Clay/ Moore cayó en cuatro/ Liston en ocho.”) Sonny Liston, un ex presidiario con patrones mafiosos, escucha furioso al apuesto fanfarrón de 22 años recitando el poema que había escrito tras vencer a Archie Moore, a fines de 1962. “Muchachito -le dice a Clay con su mirada helada-, si me aguantás ocho rounds te regalo el título.”
“No puedes predecir los asaltos. ¿Hay tongo?”, interroga el asistente Drew “Bundini” Brown a Clay. El choque llega catorce meses después, el 25 de febrero de 1964: “¡Vuela como una mariposa! ¡Pica como una abeja!”, arenga Bundini a Clay. En la butaca 7 del Miami Beach Convention Center, alienta también Malcolm X, ya amenazado por su pelea con los Hermanos Musulmanes. Clay ya estaba decidido a dejar su “nombre esclavo”. Pasaría a ser Muhammad Alí. Esa noche, al FBI le preocupa más el “Black Power” (Poder Negro) que rodea a Clay que el “Mob Power” (Poder de la Mafia) que protege a Liston. Sonny, que venía de precisar apenas cinco minutos para destronar en dos peleas a Floyd Patterson, el negro bueno, y era favorito 7-1 en las apuestas, es dominado inesperadamente por el bailoteo rival y abandona en el octavo round. Hoy, medio siglo después, el FBI dice que esa pelea, según Sports Illustrated uno de los cuatro más grandes acontecimientos deportivos del siglo XX, fue arreglada.
Clay provocó hasta la exasperación a Liston para lograr la pelea. “¿Quiero que mañana mismo dejes este pueblo?”, busca intimidarlo en el casino Thunderbird, de Las Vegas, refugio que la mafia ofrece a Sonny. Liston saca una pistola. Las balas son de fogueo. En otro momento, Liston, harto del bocón, lo frena con una bofetada. Pero a Clay nada lo para. “¡Oso feo! Caerás en ocho, porque soy el más grande!”, lo desafía invadiendo el jardín de su casa en Denver. “¡Fuera de mi casa, negro hijo de puta!”, lo echa Liston. “El oso perderá contra el hermoso”, se jacta Clay. “Es la pelea más popular desde Hitler y Stalin -escribe Los Angeles Times-, 180 millones de estadounidenses quieren un doble nocaut.” El colmo sucede en el pesaje. Clay, vestido con una chaqueta que dice “Caza al oso”, se abalanza primero sobre Liston, atajado por sus asistentes. “¡No sos un campeón, sos un mendigo!”, lo increpa una y otra vez, odioso al extremo. Cree que a Liston lo asusta su locura. Sammy Davis Jr. y Joe Louis, entre muchos, creen que el show, por lo contrario, es la manifestación del miedo de Alí. Apuestan fuerte por Liston. The New York Times pide a su periodista, Robert Lypsite, que averigüe los caminos más rápidos para llegar al hospital al que, todos pronostican, será trasladado Clay después de uno o dos rounds. Las botellas están selladas, pero antes de salir al ring, Clay pide que vuelvan a cambiar el agua. Los Hermanos Musulmanes desconfían del entrenador Angelo Dundee, blanco, italiano y vinculado a Frankie Carbo, el mafioso que sigue controlando a Liston desde su prisión en Alcatraz. Pero es Dundee el que evita el desastre. Le grita que siga combatiendo a Clay, que sale casi ciego al quinto round, por un linimento tramposo en los guantes de Liston. Tres rounds después, el que abandona es el campeón. Acusa una lesión en el hombro izquierdo. Clay inicia la leyenda de Alí: “¡Tráguense sus palabras! -grita a los periodistas- ¡Soy el rey del mundo!”.Liston, sugieren documentos de 1966 del FBI publicados la semana pasada por el Washington Times, abandonó porque apostó un millón de dólares a favor de Alí. Cita como única prueba los rumores que escuchó en Las Vegas de un apostador de credibilidad dudosa. Suficiente para que la prensa mundial reprodujera el supuesto arreglo. El libro Sonny Liston, escrito en 2003 por Rob Steen, detalla quiénes eran los patrones del campeón: Carbo 52 por ciento y el resto para los socios del mafioso (12% a cada uno a Frank “Blinkie” Palermo y John Vitale y el 24 para Joseph “Pep” Barone). Carbo, criado en el Bronx, miembro de la familia de los Lucchese, acusado de numerosos homicidios, no fue el primer mafioso dentro del boxeo, pero sí acaso el más poderoso a partir de sus vínculos con James Norris, presidente de la Internacional Boxing Comission (IBC) y hombre del Madison Square Garden. Liston fue su muñeco ideal para destronar a Patterson y entregarle a la mafia el título más apetecido, rey de los pesos completos. El senador Estes Kefauver cita a Liston a que declare ante la Comisión Parlamentaria que a fines de los años 50 busca poner fin a la corrupción en el boxeo. “No sé leer ni escribir”, insiste Liston cuando Kefauver le muestra un papel con números de teléfonos de mafiosos que la policía encontró en uno de sus bolsillos. Liston nunca supo dónde ni cuándo nació. Sí que tenía 25 hermanos, que su padre lo golpeaba, que a los 8 años comenzó a trabajar en la recolección de algodón y que a los 16 sufrió el primero de sus numerosos arrestos. Ya campeón, pedía que se lo respetara “como al presidente de Estados Unidos”. Maltrataba en público. “¿Cómo quieren que sea bueno si ni ustedes mismos lo dejan?”, reprochaba Geraldine, su esposa, a los periodistas que una y otra vez querían preguntarle sobre la prisión y la mafia. “Liston -escribía Norman Mailer- es la esperanza de cualquier desesperado.”
Phantom Punch, un film de 2008 dirigido por Robert Towsend, describe a un Liston caballero y reflexivo, acosado siempre por la brutalidad policial y por una mafia que terminó matándolo porque él se negó a perder en sus peleas finales. Suena demasiado ingenuo. La película lleva ese nombre (Golpe fantasma) porque alude a la segunda pelea contra Alí, el 25 de mayo de 1965, en Lewinston. Si el abandono de Miami fue polémico, peor aún fue la caída al minuto en la revancha por un golpe extraño, que pocos vieron. “¡Fix, fix, fix!” (¡Arreglo, tongo!), gritó la multitud, entre ellos Frank Sinatra, mientras Alí, enfurecido, le exige que se levante, como lo retrató Neil Leifer, una imagen aún hoy postal del boxeador más grande de todos los tiempos. La pelea se celebró bajo enormes medidas de seguridad porque Alí ya era un militante negro y musulmán amenazado por todos lados. “El FBI, los rumores de asesinato, los policías con rifles, afectaron a Liston.” Lo dice Alí en su libro El más grande (1975). Liston, según Alí, temía que la velocidad del rival confundiera al eventual asesino y que las balas terminaran impactándolo a él. Numerosos especialistas terminaron aceptando que el golpe, lejos de ser fantasma, encontró a Liston mal parado y desguarnecido. Pero el escándalo al día siguiente fue gigantesco. The New York Times llegó a pedir la abolición del boxeo. Imposible saber la verdad. Liston fue encontrado muerto en su casa el 5 de enero de 1971, en medio de jeringas, dosis de heroína y alcohol, un espectáculo, según muchos, montado, difícil de comprobar porque Sonny llevaba seis días como cadáver. La mafia, los Hermanos Musulmanes, apostadores de poca monta, vendedores de droga. La lista de los posibles asesinos se alargó con el paso de los años.
“Después de la guerra -escribió David Remnick en su fabuloso libro Rey del mundo (2001)- no había habido un solo campeón que de algún modo no estuviera tocado por la mafia.” El ex fiscal Jack Bonomi le cuenta a Remnick que la mafia controlaba también a casi todos los periodistas. Porque el boxeo era un espectáculo que debía ser difundido. Que en los años 30, 40 y 50 los cronistas pasaban por el Madison los días sábados para retirar su sobre. Y que tenían “otro sobrecito” en sus asientos los días de pelea. “Decidí no hacerlo público -cuenta Bonomi- porque necesitábamos a la prensa.” Norman Mailer, que cubría las grandes peleas en competencia con otros grandes escritores, interrumpió algo borracho la conferencia de prensa de Liston tras su primera victoria ante Patterson. “Estoy aquí para demostrar que soy la única persona que puede montar la revancha con dos millones de dólares”, afirmó. Lo sacaron de la sala, pero volvió para seguir con su propuesta, en medio de la furia de otros colegas, al punto que Liston pidió que dejaran seguir hablando “a ese pobre desgraciado”. “Me has llamado desgraciado”, provocó Mailer a Liston minutos después, ya en un diálogo más apartado. Y Liston, riéndose, le contestó: “Todos somos unos desgraciados. Empezando por mí. Lo que pasa es que yo soy un desgraciado mucho más grande que tú”.
LA NACION