El estudio de la historia, según Jacques Le Goff

El estudio de la historia, según Jacques Le Goff

Por Jaques Le Goff
Ni tesis ni síntesis, este ensayo es el resultado de una larga investigación: una reflexión sobre la historia, sobre los períodos de la historia occidental, en el seno de la cual la Edad Media es mi compañera desde 1950. Estábamos entonces en vísperas de mi agrégation [concurso de admisión en el cuerpo de profesores de enseñanza secundaria o superior. N. de T.], cuyo jurado estaba presidido por Fernand Braudel y en el cual la historia medieval estaba representada por Maurice Lombard.
Se trata pues de una obra que llevo dentro de mí desde hace mucho tiempo, alimentada de ideas por las que tengo el más vivo interés y que he podido formular, en diversos lugares y de diversas maneras.
La historia, como el tiempo que es su materia, aparece al principio como continua. Pero está hecha también de cambios. Y, desde hace mucho tiempo, los especialistas han tratado de distinguir y definir esos cambios recortando, en esa continuidad, secciones que al principio se denominaron las “edades” luego, los “períodos” de la historia.
Escrito en 2013, en el momento en que los efectos cotidianos de la “mundialización” son cada vez más tangibles, este libro-recorrido vuelve así a las diversas maneras de concebir las periodizaciones: las continuidades, las rupturas, las maneras de pensar la memoria de la historia.
Ahora bien, el estudio de estos diferentes tipos de periodización permite desgajar, creo, lo que puede llamarse “una larga Edad Media”. Y eso especialmente si se reconsideran a la vez las significaciones que, desde el siglo XIX, se han querido atribuir al “Renacimiento” y la centralidad de ese “Renacimiento”.
Dicho de otro modo, al tratar el problema general del pasaje de uno a otro período, examino un caso particular: la supuesta novedad del “Renacimiento” y su relación con la Edad Media. Este libro pone así en evidencia las grandes características de una larga Edad Media occidental que podría ir desde la Antigüedad tardía (del siglo III al VII) hasta mediados del siglo XVIII.
Esta proposición no elude la conciencia que de aquí en más tenemos de la mundialización de las historias. El presente y el porvenir comprometen a cada sector de la historiografía a poner al día sistemas de periodización. Este volumen exploratorio desearía también contribuir en esa tarea necesaria.
Si bien la “centralidad” del “Renacimiento” se encuentra en el meollo mismo de este ensayo, incitando a renovar nuestra visión histórica, a menudo demasiado estrecha, de esa Edad Media a la cual consagré con pasión mi vida de investigador, las cuestiones suscitadas conciernen principalmente a la concepción misma de la historia en “períodos”.
Pues resta saber si la historia es una y continua o si está seccionada en compartimentos. O aún, ¿realmente hay que recortar la historia en tajadas?
Este libro, al echar luz sobre esos problemas de la historiografía, quiere ser una contribución, por modesta que sea, a la nueva reflexión ligada a las historias mundializadas.

Preludio
Uno de los problemas esenciales de la humanidad, aparecido con su nacimiento mismo, ha sido dominar el tiempo terrestre. Los calendarios han permitido organizar la vida cotidiana, pues están casi siempre ligados al orden de la naturaleza, con dos referencias principales: el Sol y la Luna. Pero los calendarios definen en general un tiempo cíclico y anual, y no son eficaces para pensar en tiempos más largos. Ahora bien, aunque la humanidad hasta ahora no es capaz de prever con exactitud el futuro, sí le importa dominar su largo pasado.
Para organizarlo, se ha recurrido a diversos términos: se ha hablado de “edades”, de “épocas”, de “ciclos”. Pero el que mejor se adapta creo es “períodos”. “Período” viene del griego periodos que designa un camino circular. Entre los siglos XIV y XVIII, el término tomó el sentido de “lapso” o “edad”. En el siglo XX, produjo la forma derivada “periodización”.
Ese término de “periodización” será el hilo conductor de este ensayo. Indica una acción humana sobre el tiempo y subraya que su recorte no es neutro. Se tratará aquí de poner en evidencia las razones más o menos declaradas, más o menos confesadas que han tenido los hombres para recortar el tiempo en períodos, a menudo acompañadas de definiciones que subrayan el sentido y el valor que ellos les confieren.
El recorte del tiempo en períodos es necesario para la historia, se la considere en el sentido, general, de estudio de la evolución de las sociedades o de tipo particular de saber y de enseñanza, o aun de simple despliegue del tiempo. Pero ese recorte no es un simple hecho cronológico, expresa también la idea de pasaje, de giro, de rechazo incluso de la sociedad y los valores del período precedente. Los períodos tienen, por consiguiente, una significación particular; en su propia sucesión, en la continuidad temporal o, por el contrario, en las rupturas que esa sucesión evoca, constituyen un objeto de reflexión esencial para el historiador.
Este ensayo examinará las relaciones históricas entre lo que se denomina habitualmente “Edad Media” y “Renacimiento”. Y, como se trata de nociones nacidas en el curso de la historia, prestaré especial atención a la época en la cual ellas aparecieron y al sentido que entonces vehiculizaban.
A menudo se intenta asociar “períodos” y “siglos”. Ese último término, utilizado en el sentido de “período de cien años” que comienza teóricamente por un año que termina en “00”, no apareció sino en el siglo XVI. Antes, la palabra latina saeculum designaba ya el universo cotidiano (“vivir en el siglo”), ya un período bastante corto, mal delimitado y que llevaba el nombre de un gran personaje que le habría dado su esplendor: por ejemplo, “siglo de Pericles”, “siglo de César”, etcétera. La noción de siglo tiene sus defectos. Un año que termina en “00” raramente es un año de ruptura en la vida de las sociedades. En consecuencia, se dejó oír o incluso se afirmó que tal o cual siglo comenzaba antes o después del año bisagra y se prolongaba más allá de los cien años, o inversamente, concluía antes: así, para los historiadores, el siglo XVIII comienza en 1715, y el siglo XX, en 1914. Pese a esas imperfecciones, el siglo se convirtió en un útil cronológico indispensable, no sólo para los historiadores sino también para los numerosos individuos que se refieren al pasado.
Pero el período y el siglo no responden a la misma necesidad. Y si a veces coinciden, eso es sólo por comodidad. Por ejemplo, una vez que la palabra “Renacimiento” -introducida en el siglo XIX- se convirtió en la marca de un período, se lo trató de hacer coincidir con uno o varios siglos. Ahora bien, ¿cuándo comenzó el Renacimiento? ¿En el siglo XV o en el XVI? Pondremos en evidencia la dificultad para establecer y justificar el inicio de un período. Y veremos más adelante que la manera de resolverla no es anodina.
Aunque la periodización ofrece una ayuda para dominar el tiempo -o más bien, su uso-, a veces hace surgir problemas de apreciación del pasado. Periodizar la historia es un acto complejo, cargado a la vez de subjetividad y de esfuerzo por producir un resultado aceptable para la mayoría. Es, creo, un apasionante objeto de historia.
Para terminar este preludio, querría subrayar, como lo hecho en particular Bernard Guenée, que lo que llamamos la “historia, ciencias sociales”, requirió tiempo para convertirse en objeto de un saber, si no “científico”, al menos racional. Ese saber que se refiere al conjunto de la humanidad no se constituyó realmente hasta el siglo XVIII, cuando entró en las universidades y en las escuelas. La enseñanza constituye en efecto la piedra de toque de la historia como conocimiento. Ese dato es importante recordarlo para comprender la historia de la periodización.
LA NACION