23 Jun “El cerebro no funciona como una computadora”
Por Nora Bär
Por qué el Homo sapiens es la única especie que desarrolló y es capaz de transmitir una cultura compleja? Resolver este misterio cautivante condujo a uno de los más destacados neurocientíficos del momento, Stanislas Dehaene, a realizar extensos estudios sobre la capacidad de leer y, luego, a reunir en un volumen que acaba de publicarse en español (El cerebro lector, Siglo XXI) todo lo que hoy se sabe sobre las habilidades cerebrales que nos permiten transformar un conjunto de signos escritos en ideas: ciencia, arte, matemática, tecnología.
El resultado es una detallada “biografía” de ese talento que ejercitamos casi sin darnos cuenta, pero que comprende un complicado conjunto de mecanismos “exquisitamente dispuestos para el reconocimiento de las palabras escritas”. Contra lo que podría pensarse, estos grupos de neuronas están “sistemáticamente alojados en regiones cerebrales idénticas”, sean sus poseedores hablantes del chino, el hebreo, el francés, el inglés o el español.
Nacido en la ciudad industrial de Roubaix en 1965, Dehaene es hijo de un pediatra francés que fue pionero en el estudio del síndrome de alcoholismo fetal. Apasionado durante la adolescencia por la matemática y excelente alumno, fue admitido en la escuela de las élites francesas, la École Normale Supérieure de París. Allí se orientó hacia el estudio de la inteligencia artificial hasta que, a los 18 años, leyó el libro de Jean-Pierre Changeux, El hombre neuronal. Tras su encuentro con el científico cognitivo Jacques Mehler mientras realizaba su doctorado, Dehaene encararía el estudio de las más cardinales competencias humanas: la génesis del número en el cerebro, la lectura y la conciencia (sus otros dos libros que tratan estos temas, El sentido del número y La conciencia y el cerebro, serán publicados próximamente también por Siglo XXI).
Recientemente laureado con el Brain Prize, el más importante para la investigación en neurociencias, dotado de un millón de euros (que deberá compartir con Trevor Robbins y Giacomo Rizzolatti), Dehaene desmonta las bases cerebrales de la lectura como un maestro relojero que combina en un enfoque neurocultural las técnicas de imágenes cerebrales, la historia, la biología y la antropología. La obra, que le llevó cuatro años de trabajo, es un compendio exquisitamente ameno y ofrece una síntesis de este problema en el que confluyen las neurociencias cognitivas, la psicología y las ciencias de la educación.
-Doctor Dehaene, en este libro usted afirma que la capacidad de leer no surgió por la evolución genética, sino porque el cerebro humano se recicló para la lectura. ¿Cómo piensa que ocurrió?
-El ser humano tuvo una evolución muy larga. Tenemos circuitos que nos permiten reconocer las formas del mundo exterior de una manera muy eficaz. Por ejemplo, yo puedo reconocer su cara en un cuarto de segundo. Hay circuitos cerebrales muy antiguos, que eran las áreas del lenguaje, que nos permiten asociar nombres con objetos y con caras. Inventamos la lectura como una nueva forma de ingresar en esas áreas con símbolos mínimos que codifican el conjunto del lenguaje.
-¿Ocurrió por azar?
-No, creo que hubo una necesidad de codificar información. Hace más de 5000 años los agricultores sumerios se dieron cuenta de que necesitaban guardar trazos concretos, particularmente de sus cuentas. Parece ser que los números eran muy importantes, la gente necesitaba conservar registros de sus transacciones comerciales. El argumento que desarrollo en este libro es que este sistema evolucionó con las restricciones que le impuso el cerebro. Es decir, no fue nuestra corteza la que evolucionó para la escritura, sino que fue la escritura la que se desarrolló para poder adaptarse a nuestro cerebro.
-Esa área cerebral reciclada sin la cual la lectura es imposible es lo que usted llama letterbox o “caja de letras”. ¿Qué dimensiones tiene?
-Es una región pequeña, de algunos milímetros cuadrados del córtex. Lo curioso es que si usted aprende a leer en inglés, necesita aparentemente un poco más de córtex que si usted aprende a leer en italiano. ¿Por qué? Porque el sistema inglés es muy irregular, mientras que el italiano, si aprende las letras, es transparente.
-Usted coincide con otros investigadores en que, al nacer, el cerebro del bebé no es una pizarra en blanco. ¿Cómo incide esto en la lectura?
-Para mí, éste es uno de los hallazgos más importantes de la investigación de los últimos 15 años. El bebé humano posee desde los primeros instantes talentos superlativos. Tenemos ahora imágenes extraordinarias que muestran que prácticamente todos los circuitos cerebrales ya están funcionando al nacer. Por ejemplo, cuando el pequeño va a la guardería, a los dos meses, ya tiene activo el mismo circuito del lenguaje que está activo en el adulto. Es un error pensar que antes de llegar a la escuela el cerebro no está organizado y que la educación consiste en verterle conocimientos. No ocurre nada de eso. Los maestros deben tener en cuenta las condiciones del niño y reorientar ciertos circuitos. Un ejemplo muy claro es el reconocimiento de las letras “en espejo”. Nosotros mostramos que, por la organización de su cerebro, el chico ve las letras simétricas (como la “p” y la “q”), como si fueran la misma. ¿Por qué? Porque en nuestra evolución desarrollamos un sistema que nos permite reconocer que una persona, vista de derecha o de izquierda, sigue siendo la misma. Ese artilugio de reconocimiento de caras se recicló en sistema de lectura. El problema es que esta capacidad no tiene beneficios para la lectura y debemos “desaprenderla”.
-¿Se emplean los mismos circuitos para aprender todos los idiomas, a pesar de sus diferencias?
-Es misterioso, pero la forma de las letras obedece a regularidades muy fuertes y hay mucha menos diversidad entre los sistemas de escritura de lo que se piensa. En particular, esta idea de que el chino es completamente diferente porque es ideográfico no es verdad. Las personas que analizan el chino hablan de un sistema morfosilábico; es decir que el chino tiene morfemas, elementos de sentido, y sílabas. Eso corresponde muy bien con lo que pasa en el inglés, el francés, el español… Denota la existencia de dos rutas de lectura: una que permite encontrar el sentido (los morfemas) y otra que permite encontrar la pronunciación, que en el caso del chino es la sílaba. Los chinos no carecen de una vía de pronunciación de las palabras. En realidad, cuando uno mira los trazos (y nosotros lo hemos visto en imágenes cerebrales), tanto en los franceses como en los chinos se activan los mismos circuitos de lectura.
-¿La comprensión es la misma si uno lee rápido o despacio?
-No se sabe muy bien. Sí se sabe que la lectura podría acelerarse considerablemente. Si uno presentara todas las palabras, una por una, en el medio de una pantalla, sin que la persona tuviera que mover los ojos, podría casi duplicar o triplicar la velocidad y pasar a entre 1100 y 1600 palabras por minuto. Una compañía que se llama Spritz Inc. está haciendo una gran campaña publicitaria para vender esta técnica como una nueva manera de transmitir información en dispositivos portátiles. Son pantallas pequeñas por las cuales las palabras se desplazan muy rápidamente para que uno las lea.
-Existe en este momento una gran discusión acerca de si el libro electrónico, Internet y los nuevos medios están modificando nuestra forma de leer y de razonar. ¿Usted qué opina?
-La investigación en la lectura demostró que una persona letrada y otra iletrada no difieren en su razonamiento. No hay un efecto específico de la lectura en ese sentido. La lectura mejora la memoria de forma muy importante: prácticamente se duplica entre las personas que aprendieron a leer en comparación con las que no lo hicieron. Entonces, hay mejoras específicas, pero no modifican los circuitos que utilizamos, que son los mismos de la lengua hablada. Ahora, Internet aporta nuevos avances. Hay estudios muy notables que muestran que los chicos que juegan a ciertos juegos de video tienen una mejora importante de la atención, de la flexibilidad mental y de la toma de decisiones. Entonces, a los padres que se desesperan por los jueguitos de video, yo les diría que no hay razón para desesperarse tanto. Siempre y cuando, evidentemente, el niño controle su consumo.
-¿El envejecimiento daña las neuronas que participan de la lectura?
-Sí y no. Por supuesto que el envejecimiento hace más lentas muchas funciones del cerebro, pero la lectura es una de las que persiste. Está muy automatizada, y cuando una función está automatizada, en general resiste la degradación normal.
-Usted dice que la lectura es un proceso automático e inconsciente. ¿En qué momento se vuelve consciente lo que uno lee?
-Precisamente sobre este tema hay mucha investigación de nuestro laboratorio. Lo que hemos demostrado es que casi todo el proceso de la lectura, hasta el acceso al sentido de las palabras, es inconsciente. El cerebro puede trabajar hasta un tercio de segundo de manera no consciente. Y después, si uno toma una imagen del cerebro, se ve que cuando una palabra se hace consciente hay toda una actividad suplementaria que se desarrolla en el córtex. Si uno lee de forma inconsciente, la información permanece bloqueada en ciertos centros del lóbulo temporal; si lee y tiene un acceso consciente a lo que lee, la información es en cierto sentido repartida: llega hasta la región frontal y de allí se difunde a muchas otras áreas cerebrales. La teoría que hemos desarrollado es que ser consciente de una información es tenerla disponible para que se difunda en el conjunto del córtex de modo que podamos hablar de ella, recordarla. Lo que llamamos “estar conscientes” es justamente tenerla disponible dentro de este espacio de trabajo global que es difuso.
-Investigaciones del argentino Rodrigo Quian Quiroga mostraron que una misma neurona se activaba cuando se mostraba la foto, el sonido o el nombre escrito de Jennifer Aniston. (El hallazgo se difundió en los medios internacionales con el título de “Descubrieron la neurona Jennifer Aniston”.) En su libro usted afirma que contamos con un “diccionario mental” de aproximadamente 50.000 palabras. ¿Dónde se guarda?
-Es algo que no está totalmente resuelto, pero no pensamos que haya una neurona por cada palabra, sino que hay varios cientos de miles de neuronas por cada palabra, de forma que hay una redundancia del sistema. Son modelos matemáticos que están empezando a ser validados. Personalmente, creo que ésa es la próxima revolución. Tenemos una revolución de las imágenes cerebrales, que volvieron transparente el cráneo y accesible el cerebro en todos sus recovecos, pero sólo con una resolución de un milímetro. Y en esa escala entran varios cientos de miles de neuronas que no podemos distinguir entre sí. La próxima revolución será la que comenzaron Quian Quiroga e Itzhak Fried, que permitirá descifrar el código neural, neurona por neurona.
-Antes se comparaba el cerebro con una computadora. Usted habla de la “democracia del cerebro”, de un modelo descentralizado… ¿Hasta qué punto las metáforas y analogías con que contamos limitan nuestros modelos sobre el cerebro y sobre la lectura?
-El cerebro no funciona como una computadora. Las computadoras actuales están muy lejos de la forma de funcionamiento del cerebro. Tienen un sistema central que gira a gran velocidad, pero procesando una información por vez. Con el cerebro ocurre exactamente lo contrario: va lentamente, pero trabajan cien mil millones de neuronas en paralelo, todas al mismo tiempo. El cerebro es un dispositivo de tratamiento de la información y tal vez un día alcanzaremos a reproducir sus capacidades con una máquina. Por el momento, no hay una arquitectura para eso.
-Su libro tiene 437 páginas. ¿Es posible explicar cómo leemos en pocas palabras?
-Ah, bueno… Voy a tratar de hacerlo en un minuto. Las palabras entran por la retina, llegan al córtex occipital, en ese momento explotan: un millón de neuronas reciben cada una un pedacito muy chiquito de la imagen. El trabajo del córtex consistirá en recomponer, detectar que hay partes, que esas partes forman una combinación como la “t”, por ejemplo, que esa combinación forma letras, que estas letras forman grafemas (conjuntos de letras, como “on”, por ejemplo) y que esos conjuntos de letras forman palabras. Y cada una de esas etapas se realiza de región en región. Una vez recompuesta la palabra, será enviada a ciertas regiones para la pronunciación y a otras para encontrarle el sentido. Son dos vías que trabajan en paralelo. Así, en un cuarto de segundo, el cerebro encontró como se pronuncia y cuál es el sentido de la palabra que leyó. Restaría comprender cómo enseguida combinamos las palabras para construir frases. Pero eso no está dentro del dominio de la lectura, sino del lenguaje, son operaciones comunes al lenguaje hablado y escrito.
-¿Sobre la base de los conocimientos que aportan las neurociencias, qué aconsejaría a los profesores para mejorar la enseñanza de la lectura?
-Nosotros mostramos que el aprendizaje fónico (es decir, la correspondencia sistemática entre cada letra y su sonido) es lo que da mejor resultado. Hay que enseñarles a los chicos que las palabras se leen de izquierda a derecha, que hay que escanear la palabra y que es necesario conocer la pronunciación de cada letra y cada grupo de letras. El método “global” se basa en un error. Es como decirle a un chico que quiere tocar el violín: “Acá está el violín, arreglátelas”. Las cosas no funcionan así. Debe haber una pedagogía que enseñe la mecánica del instrumento. Y después uno puede apreciar de manera más directa el sentido de un texto. Es necesario que el proceso de reconocimiento de las letras sea tan automático que todos los recursos mentales del chico puedan concentrarse en el sentido del texto. La idea es transferir el automatismo de la lectura a los circuitos de la parte posterior del cerebro, de tal manera que el córtex prefrontal se libere para el razonamiento sobre el sentido.
-Ya estudió la noción de número, decodificó la lectura. ¿Cuál será su próximo desafío?
-El tema de mi próximo libro es la conciencia. Ya salió en los Estados Unidos, estoy trabajando en la versión francesa… Tratará precisamente sobre las operaciones inconscientes y conscientes del cerebro.
-Es el hueso más duro de roer de las neurociencias…
-Yo argumento que no es tan difícil atacarla en el plano experimental. Tenemos muchas, muchas evidencias a partir de la anestesia, del sueño, de la pérdida de conciencia común, de las imágenes subliminales… y todas son extremadamente valiosas, de modo que el problema de la conciencia no es algo sólo especulativo, sino un gran dominio de investigación científica.
-Hay muchas hipótesis, aunque ninguna probada…
-Tiene que leer mi próximo libro (se ríe con ganas). Yo creo que actualmente sabemos muchas cosas. Hasta el punto de que nosotros hemos propuesto un método para medir la conciencia en pacientes en estado vegetativo. Es un método que no es caro y que podría incorporarse en los hospitales. Si usted es consciente de una información, la actividad cerebral cambia enormemente y eso no es difícil de detectar.
LA NACION