28 Jun “El acertijo”, un cuento de Stanislaw Lem
En esta pieza que anticipamos, y que integra el libro Máscara (Impedimenta), el autor polaco de ciencia ficción parodia la idea de la soberanía humana sobre todo lo creado.
Por Stanislaw Lem
El padre Cincán, el Doctor Magnéticus, se hallaba sentado en su celda, y en aquel monacal silencio, mientras estudiaba el comentario de Clorofanto Omnicki sobre el famoso fragmento sexto, “Acerca de la creación de los robots”, el crujido de sus huesos resonaba con fuerza cuando se movía, pues había decidido dejar de practicar la mortificación mediante los ungüentos. Concentrado, tras haber terminado el versículo que aborda la programación del Universo, ojeaba las coloreadas láminas que representaban al Señor en el acto de insuflar el espíritu en el hierro, su preferido entre todos los metales. En ese momento, el padre Clorián entró en la celda sin hacer ruido y permaneció tranquilamente junto a la ventana para no interrumpir las meditaciones de tan eximio teólogo.
-¿Qué tal, mi Cloriancito? ¿Qué me cuentas? -lo saludó poco después el padre Cincán, levantando sus cristalinos ojos del volúmine.
-Señor y Padre -dijo aquel-, le traigo el Halogénico, el libro que el Santo Oficio proscribió recientemente; un libro nacido del susurro satánico que fue escrito por el terrible Marmagedón Lapidor. Incluye la descripción de los obscenos experimentos con los que este intentó derrocar al Poder verdadero.
Dicho eso, colocó delante del padre Cincán un fino librito que había sido debidamente sellado por el Santo Oficio.
El anciano se frotó la frente y de ella se desprendió un poco de herrumbre que fue a caer sobre las páginas del folleto, que había tomado en el ínterin con gran rapidez, mientras pronunciaba estas palabras:
-¡No es nada terrible, nada terrible, mi Clorete! Más bien desgraciado a causa de sus errores.
Mientras hablaba, hojeaba el macilento libro y, al advertir los nombres de capítulos tales como “Sobre los ductilaxos, los morbidacos y los maleabilis Pallens”, “Sobre los lácteos pensantes”, “Sobre la génesis de la Razón de una Máquina Irracional”, apareció en sus labios una insignificante sonrisa, a la vez que bondadosa, hasta que al fin dijo:
-Tú, Clorete, y tu Santo Oficio, por el que tengo un más que profundo respeto, abordáis este asunto de una forma totalmente errónea. ¿Qué es lo que, en realidad, tenemos aquí? Pues, simplemente, puñetas en vinagre, soberanas tonterías, falsas leyendas interpretadas por enésima vez y cuya trama se basa bien en aquellos blandurrios, morbiduchos o maleables Pallens (según otros apócrifos), o bien en los Gelatinados, que supuestamente nos crearon, hace muchísimo tiempo, a base de alambre y de tornillos.
-¡Por el Altísimo! -exclamó el padre Clorián, estremeciéndose.
-De poco sirve maldecir a diestro y siniestro -dijo el padre Cincán, y prosiguió su alegato bondadosamente-: En realidad, ¿no es más sensata la postura del padre Etérico, de los Ciclotrones, quien, hace ya tres décadas, afirmó que no era éste un problema de carácter teológico sino más bien propio de las ciencias naturales?
-Pero, padre Cincán -repuso el padre Clorián, con un fatigoso hilo de voz que adelgazaba por momentos-, está prohibido proclamar esa doctrina ex cathedra. Si no la hemos censurado ya, es únicamente por la devoción de su autor, quien.
-Tranquilízate, mi Clorete -dijo el padre Cincán-. Está muy bien que no se proscribiera, porque, al fin y al cabo, no suena tan mal. En una ocasión, Etérico dijo que, incluso suponiendo que en verdad hubieran existido los llamados Suavetos, que supuestamente nos crearon en sus laboratorios, al menos, antes de que se aniquilaran a sí mismos, esto no contradeciría en modo alguno la génesis sobrenatural de todo espíritu, pues a fin de cuentas todo obedecería a la voluntad del Señor, quien en su omnipotencia favoreció que aquellos anodinos paliduchos pudieran convertirse en una competente herramienta creadora. Del mismo modo, sería Él quien confió a sus manos la construcción del pueblo de acero, el mismo que, hasta el día del Test Final, se encargará de elevar a la esfera divina, como plegaria, sus agradecidos cacareos. Considero que, en efecto, toda postura contraria, que de forma categórica niegue semejante posibilidad, sonará a herejía, dado que, en contra de las Escrituras, negará la omnipotencia del Señor. ¿Qué me dices a esto?
-De cualquier manera, padre Cincán, el Doctor de la santa teología, Ciborax, demostró que toda la Pozología del palidólogo Turmalín, la misma en la que, junto con aquellas tesis que insultan la inteligencia, se basó el páter Etérico, incluye un buen número de blasfemias. El libro afirma que los Pozolos no creaban a sus descendientes a partir de los típicos planos, con la participación de los ingenieros de fetostrucción y mediante el montaje de piezas prefabricadas, que es la única manera efectiva de llevar a cabo semejante proeza. Por el contrario, emprendieron semejante tarea sin haber realizado estudios de ninguna clase, ni poseer siquiera la documentación adecuada; es decir que obraron clandestinamente, e incluso sin ningún tipo de análisis o reflexión que los guiase. Entonces, ¿cómo es posible que crearan un descendiente sin basarse en un proyecto previo? Podría comprender que fuera ilegal, según un plan que, digamos, no haya sido aceptado por la correspondiente instancia del Departamento de la Industria Demográfica, pero ¡¿que se haga sin ninguna documentación en absoluto?!
-Es raro, lo reconozco, aunque, dime, ¿en qué consiste esa blasfemia que tanto te inquieta?
-Discúlpeme, excelencia, pero me resulta extraño que sea incapaz de verla. Si lo sabían stante pede, ex abrupto, expromptu, lo cual, hoy y aquí, requiere tener finalizados unos estudios superiores, la presentación del proyecto ante una comisión, así como su peritaje, cada una de aquellas criaturas debía de poseer una competencia fetostructiva tal que no les sería difícil emular los conocimientos de nuestros cibernéticos y doctores más insignes, así como, quizás también, de nuestros doctores en informática con estudios de postgrado. ¿Acaso es esto posible? ¿Es que cualquier chisgarabís, sin pensar siquiera, era capaz en aquel entonces de dar vida a una criatura? ¡¿Cómo es posible que supieran hacerlo?! Una alternativa al diploma sería, pues, alguna forma de obtener esa descendencia sin la ayuda de los conocimientos pertinentes, de un tirón y mediante unos cuantos empujones (apenas pueden salir estas palabras de mi boca), porque es así como se les atribuye la potencia creationis ex nihilo, creación a partir de la nada, y, por tanto, el poder necesario para realizar milagros, facultad que, como bien sabe, es propia y exclusiva de nuestro Señor.
-¿Estás diciendo que, o bien eran unos genios de la concepción, o bien hacían milagros? -preguntó el padre Cincán-. Pero el palidólogo Dialisio escribió que, aunque no creaban a sus párvulos tras las sesiones de un consejo de sabios, ni tampoco entre la multitud, no lo hacían a solas, sino en parejas. ¡Es aquí donde creo poder observar cuál era su especialidad! De ello dan fe los términos preservados, que han llegado hasta nosotros gracias a los desastrados folios que fueron salvados de los incendios de las bibliotecas: “Guapito”, “Guapita” (donde debería decir “Suavito” y “Suavita”), por tanto semper duo faciebant collegium multiplicationis, ¿no crees? Buscaban estar a solas con el fin de plantearse las consultas, de comentar los dibujos técnicos y realizar los cálculos pertinentes. En cuanto a los conceptos, seguro que los analizaban, porque sin conceptos la propia concepción resulta imposible, como bien indica su etimología. ¡Cómo no!, ¡aquí no cabe ninguna duda, mi Clorete! Es innegable que realizaron diversas investigaciones antes de proceder al montaje de los microelementos, pues no podría ser de otra forma. La creación de un ser inteligente, sea duro o blando, no es una cuestión menor.
-Me atreveré a decir, pues, lo que preferiría no llegar a decir nunca -replicó el padre Clorián con voz temblorosa-: Su pensamiento, reverendo padre, ¡discurre por sendas peligrosas! Dentro de poco, me dirá usted que es posible engendrar no ya junto a la mesa de dibujo, una vez los prototipos han sido puestos a prueba en el laboratorio y con la máxima concentración del espíritu, sino en la cama, sin ninguna clase de modelos o estudios, a ciegas, a tientas, y como quien no quiere la cosa. Se lo imploro y se lo advierto, ¡esto no sólo es un vano sinsentido, en ello veo la mano de Satán! Entre en razón, padre.
-¿Crees acaso que Él se toma tantas molestias? -contraatacó el terco anciano-. Dejemos de lado, por el momento, los arcanos de la procreartesanía. Acércate y te confesaré un secreto que quizás te tranquilice. Ayer me enteré de que tres químicos del Instituto Coloidal habían logrado fabricar, a partir de gelatina, agua y algo más (creo que queso) un pudin que denominaron “Cerebro Gelatínico”. Y éste no sólo es capaz de llevar a cabo operaciones de álgebra superior, sino que ha aprendido a jugar al ajedrez, e incluso en una ocasión le hizo jaque mate al director del Instituto. Como ves, es inútil empeñarse en que las ideas no pueden permanecer dentro de esta gelatina y, sin embargo, esto es lo que defiende ¡la inquebrantable postura del Santo Oficio!
LA NACION