Cinco propuestas para los jóvenes que vendrán

Cinco propuestas para los jóvenes que vendrán

Por Boris Pahor
Convencido de que la sociedad necesita un cambio de ruta y de que ese cambio depende mucho de la postura que tomarán las nuevas camadas de jóvenes, querría hacerles algunas sugerencias, como lo hice en las tantas ocasiones en las que tuve la fortuna de encontrarme con ellos, atentos y atentas participantes.
Lo que les propondría ante todo es la lealtad a la propia identidad. A mí, desgraciadamente, me tocó tener que renegar de ella en los hechos, cuando me convertí en ciudadano italiano, tras el fin de la Primera Guerra Mundial, y el régimen fascista eliminó la escolarización en mi lengua natal, después de haber incendiado nuestras Casas de la Cultura, quemado nuestros libros y prohibido todas las asociaciones de lengua eslovena. A ustedes seguramente no les sucederá nada semejante, pero la sociedad globalizada, por más que no lo diga, tiene de hecho la tendencia a la unificación, con el desarrollo de la técnica y en nombre del capital, que no tiene necesidad de una identidad particular. Esas identidades que son la base de nuestra entidad personal pueden estar en peligro, al igual que nuestras lenguas, que son nuestra riqueza y se ven amenazadas por la lengua franca de la globalización.
Por lo tanto, y como afirman dos eminentes hombres de la cultura francesa como Stéphane Hessel y Edgar Morin en su libro El camino de la esperanza, yo propongo aceptar lo global que sea útil para la humanidad, pero salvar “lo local, lo regional, lo nacional y sus autonomías locales, defendiendo y favoreciendo sus peculiaridades culturales”. Esta conciencia de pertenecer a una comunidad, a un pueblo, a una nación, nos ayuda a superar el egoísmo, ya que al mismo tiempo cuidamos nuestra gran familia, interesándonos por su futuro y defendiéndola de sus adversarios.

PROBLEMA SOCIAL
Llegamos así al problema social, a la ética que debería regularlo y que, sin embargo, en la práctica no existe. Y cada vez hay más jóvenes que se refieren a esa ausencia. Pero es justamente por eso que los jóvenes deben interesarse en la búsqueda de una solución: estudiar a fondo el problema, estudiar la historia, incluso la que nadie enseña, incluso la silenciada.
Por ejemplo, el fascismo, que no sólo fue historia política, sino también económica. Terminada la Segunda Guerra Mundial, Palmiro Togliatti, importantísimo comunista, fue ministro de Justicia y, en su condición de tal, declaró una gran amnistía que extinguió los delitos y las condenas. Util también para lograr la unidad necesaria para la reconstrucción después de la ruina, la política al mismo tiempo sirvió para ocultar los males, en primer lugar los cometidos por el fascismo antieslavo con el genocidio cultural de los eslovenos y de los croatas en Istria, con los crímenes cometidos en la Eslovenia ocupada, con los fusilamientos de rehenes, con los muertos de los campos de concentración. Todo eso, como es lógico, tiene su reflejo social, que las nuevas generaciones deben conocer. Ya sé que dicen que a los jóvenes, más que las teorías, les importan los ejemplos, las personas que con una vida derecha confirman el valor de sus ideas. Es cierto, pero al ejemplo de los hombres de fuerte personalidad positiva se accede estudiando la historia.
Conocer, por lo tanto, el pasado, sobre todo el de quienes han intentado pero han fracasado, no porque sus ideas fuesen equivocadas, sino por haber sido combatidos de todas las maneras posibles. Jesús, por ejemplo, cuando se refería a los ricos no se andaba con vueltas, sino que era muy directo. Pero los cristianos de hoy, ¿tienen eso en cuenta? Es necesario, entonces, elegirse una personalidad que se empeñe en un bien, contra una injusticia, en nombre de una ética olvidada o más bien combatida: Gandhi en la India sometida, Luther King defensor de los derechos de los negros, Mandela en la cárcel durante 26 años por luchar contra el apartheid en Sudáfrica.
Ayudar al prójimo, al pueblo en sus necesidades existenciales, primordialmente las del cuerpo. Ya se ha dicho. Pero del cuerpo hay que decir algo más. Hay que tener en cuenta que el siglo XX fue el siglo en el que el cuerpo humano fue destruido como si se tratase de materia sin valor, de paja mojada, algo que se cargaba y descargaba como material insensible, y se arrojaba a la hoguera, por así decirlo, en continuado y sin pausa. De allí surge la normal, normalísima necesidad de reconocer el valor del precioso don que tenemos. Y el cuerpo entero, ya que también el cerebro, la mente, depende del funcionamiento de los otros órganos.
De allí el gran valor que tiene hoy la ecología, la necesidad y la búsqueda de sólo darle al cuerpo las sustancias más naturales posibles, sin aditivos o con la menor cantidad posible de ellos. Por cierto que es responsabilidad de la sociedad, pero también el individuo debe pensar en no dañarse a sí mismo con alcohol, tabaco, sustancias tóxicas y drogas, que arruinan nuestro desarrollo normal y nos exponen a la destrucción fisiológica y psíquica. Al considerar los males del siglo pasado, es importante entonces el respeto por el cuerpo del otro. Hoy, la sociedad en su conjunto debería enseñar el valor del cuerpo humano. En lo que a mí se refiere, como escritor he buscado señalarlo siempre que se me ha presentado la ocasión, en mis encuentros públicos y en relatos, como en Vila
ob jezeru (“Villa sobre el lago”), Zibelka sveta (“La cuna del mundo”) y
Spopad spomladjo (“Primavera difícil”).

LA VERDAD MISMA
Si alguien me preguntase a quemarropa qué verdad propondría por encima de todas las demás, no dudaría en contestar que es la verdad misma, la verdad como principio, aunque muchas veces cueste distinguirla, como es dificilísimo decirla, confesarla, sobre todo comenzando por uno mismo: la propia verdad, la propia no verdad o falta de verdad. Aquí querría mencionar los campos de concentración nazi, como Dachau, Buchenwald, Dora Mittelbau, Mauthausen, Natzweiler-Struthof, Bergen-Belsen y una constelación de otros campos que dependían de ellos. Campos de aniquilación por el trabajo, el hambre, la enfermedad y el ahorcamiento. Campos de los que se habla poco pero que fueron la mayoría, junto a sus numerosas “dependencias”, campos olvidados porque quedaron sumidos en el horror del Holocausto.

¿Y LA FE RELIGIOSA?
No creo que sea necesaria como norma de vida o como ética en una sociedad organizada sobre el principio de justicia y solidaridad. La religión católica sigue los pasos de la romana: regere imperio populos, parcere subiectis et debellare superbos (“Para gobernar a los pueblos, perdonar a los sometidos y someter a los soberbios”).
Las ideologías de gobierno, o sea las dictaduras, forman a sus propios seguidores desde la escuela primaria, del mismo modo la Iglesia recluta a sus propios adeptos desde el bautismo y todo lo que sigue. A quienes no están en regla, se los expulsa o se los elimina como hacía la Iglesia en la Edad Media. La mejor elección parece ser la de Spinoza: “Deus sive Natura” (“Dios o la Naturaleza”), todo el universo es divino, y por lo tanto, panteísmo y religiosidad cósmica (Einstein). Todos somos dioses en miniatura, en el arte, en la ciencia, en la técnica, y lamentablemente muchas veces actuamos peor que los animales, que no se masacran en guerras totales y con mecanismos creados específicamente para masacrarse.
LA NACION

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