08 Jun “Charlot es mi héroe”
Por Pablo De Vita
“¡Geraldine Chaplin!” Exclaman con emoción unos turistas que toman el té de las 5 a escasa distancia de la mesa de la afamada actriz. En Geraldine conviven la mirada cristalina, el humor sincero y la sonrisa plena con un universo de recuerdos que incluye a Doctor Zhivago, Cría cuervos, Los unos y los otros y Hable con ella, por sólo citar algunas de las más de cien películas en las que intervino. Un recorrido por los sets que comenzó de niña con Candilejas y que, cuatro décadas más tarde, la reencontraría con la saga familiar al interpretar a su abuela en el film Chaplin, que consagró a Robert Downey Jr.
Hija mayor del irrepetible Carlitos y de Oona O’Neill (y nieta del dramaturgo Eugene O’Neill, de quien se encuentra en cartel El luto le sienta a Electra), para Geraldine Chaplin esta visita no es una casualidad: acompaña el estreno de Amapola, el film del oscarizado Eugenio Zanetti que se conocerá pasado mañana y que permitirá volver a disfrutarla en la pantalla grande.
-¿Cuántas veces vino a la Argentina?
-La verdad son tantas que ya ni me acuerdo. Ni de la primera visita ¡Ah, sí! Vine para promocionar Doctor Zhivago, en 1967, y no me dejaban salir del aeropuerto porque, según la ley argentina de entonces, era menor de edad y no podía arribar sin una nota firmada por mis padres. Del otro lado de migraciones estaban los ejecutivos de la Metro-Goldwyn-Mayer esperándome, pero me detuvieron horas, rodeada de militares. Después me dejaron salir y conocí Buenos Aires por primera vez y me enamoré de esta ciudad. El tango era el baile favorito de mi padre, él no escuchaba tangos, pero los bailaba muy bien.
-¿Que la llevó a participar en Amapola?
Eugenio Zanetti me fascina, habíamos trabajado en otras oportunidades y me enamoré de él loca y ferozmente. Me parece un sabio y luego de leer el guión pensé que era muy interesante la propuesta aunque difícil de lograr, pero al ver la película tremenda fue mi alegría y me dije: “¡Lo ha conseguido!”. Es un film al que no puede ponérsele ninguna etiqueta, pero es de lo más romántico que he visto en años.
-¿Cómo desarrolló su personaje?
Eugenio me dirigió totalmente y tenía una idea muy clara de lo que quería hacer. Se mete en todo, hasta con la peluca. Vino y me dijo: “No, tiene que verse así porque es como el pelo de mi madre”. A mi personaje lo interpretaba muy dulce y me señalaba que tenía que tener cierta dureza. Trabajó con un presupuesto mínimo y sacó todo lo que tenía del teatro o fue prestado por sus amigos. El resultado es sencillamente deslumbrante.
-¿Y la relación con el resto del elenco?
Con Camilla Belle, con quien no nos conocíamos, nos terminamos echando de menos porque nos reíamos muchísimo. Elena Roger es un ídolo mío, es la crème de la crème, y Nicolás Scarpino es extraordinario, un todoterreno. Todo el elenco fue fantástico: están también François Arnaud, Leonor Benedetto, Esmeralda Mitre y Luciano Cáceres y, por supuesto, Lito Cruz, que hacía de mi hijo, lo que comprueba que Eugenio es ¡mágico! [risas].
-Amapola reflexiona sobre el tiempo no lineal, como en las obras de John Boynton Priestley.
-Sí, y de ciertos aspectos del sufismo. De hecho Eugenio y la célebre Doris Lessing tenían el mismo gurú. Tiene esa filosofía, pero en la película consigue elevarlo más allá de esa poética de “cuento de hadas” y ese trabajo sobre el tiempo. Lo que me alegra es que no es ése el tema de la película: es mucho más que eso. Lo lindo que tiene es que es muy accesible como historia y salís del cine sintiéndote muy bien.
PASADO Y PRESENTE
Geraldine Chaplin tiene el brillo de una gran estrella pero no busca el glamour de una diva. Habitualmente se viste de manera informal con remeras y zapatillas, y puede llevar incluso un gran bolso con la cara de la rana Kermit. De ahí que su primer encuentro con el impecable clasicismo de Zanetti la hiciera pensar de manera muy diferente: “Nos conocimos cuando fuimos jurados en un festival de San Luis. Íbamos en un avión pequeño y yo lo miraba, vestido como sólo él se viste, y me dije: «No puedo tener nada en común con este hombre, en que lío me metí». Pero todo fue muy bien y se enteró de que después con mi marido [N.d.R: el cineasta chileno Patricio Castilla] nos íbamos a Santiago. Eugenio tenía una exposición ahí, fuimos a verla y lo llamamos por teléfono para agradecerle. Le conté que estaba frente a un cuadro bellísimo. «Te lo regalo», me dijo. La dueña le aclaró que estaba vendido en 17.000 dólares y él le dijo que no, que era para mí. Y Ahí tengo el cuadro en mi casa en Suiza. Eso y tantas otras cosas demuestran su generosidad”.
-En Suiza se abrirá un museo en la casa donde vivió su papá.
-Yo no tengo nada que ver. El día que murió mi madre vendí mi parte de la casa, porque eran todas peleas: somos ocho hermanos, y para peor siempre las votaciones daban par. Pero estamos todos de acuerdo en contribuir a su acervo con los objetos que tenemos de él. En el sótano estará recreada su infancia en Londres y se construirá un edificio nuevo para ver sus películas. En la casa, como en el proyecto participa el Musée Grevin, pondrán figuras de cera, como Michael Jackson, que visitó mucho a mi madre y ella lo adoraba. Pero hay otros personajes en discusión: quieren incluir a Marilyn Monroe, que se acostó con uno de mis hermanos como con otras veintiocho mil personas.
-Estamos grabando…
-Sí, pero es conocido el tema, creo. Ella no era parte de la vida de mi papá y de la de su hijo creo lo fue por no más de dos semanas. Es una parte cómica la que te cuento, pero la verdad quiero ver cómo quedará. Será precioso, está arriba de la colina en donde vivo.
-Curiosamente se habló mucho sobre el mal humor de su padre en la vida hogareña.
-No tenía mal humor, pero todos se lo imaginan en casa como el Charlot de las películas, sin acordarse de que él era de la época victoriana. Nosotros teníamos a nuestras gobernantas que nos vestían con una ropa bonita, nos presentaban a los invitados, hacíamos una reverencia, y cuando ellos se iban a cenar, nosotros nos metíamos en la cama. Mi madre se vestía con un traje de noche para la cena.
-Y luego se empleó como mucama en Londres…
Sí. Papá me dijo: “No vamos a estar pagando tus caprichos, tienes 17 años y tienes que aprender a trabajar. Vas a la universidad o te las arreglas”. Así de simple. Era imposible pensar entonces que podías irte como una niña consentida, aunque lo fueras. Tenía que estudiar y trabajar también. Me tocó limpiar la casa de una señora encantadora que fue una especie de segunda madre.
-En paralelo, primero a su vida llegó el ballet y, luego el cine.
-El ballet me rechazó a mí. La primera película fue muy fácil, porque era con Jean-Paul Belmondo, aunque el enamoramiento con el cine fue con Doctor Zhivago, de David Lean, ahí comprendí que el cine era lo que realmente me gustaba.
-Después de muchos años retornó al cine español con Pedro Almodóvar.
-Creo que esos veinte años sin trabajar en el cine español fueron debidos a mi separación de Carlos Saura, porque estaba asociada a su imagen por tantas películas juntos. Con Almodóvar fue muy cómico, nos encontramos en un quiosco comprando el periódico: “Tú vives por aquí, dame tu teléfono que te llamaré, a veces me aburro”, me dijo. Esperé durante meses, pero nunca me llamó, hasta que sonó el teléfono. Era él, para ofrecerme el papel en Hable con ella. Ojalá suceda otra vez.
-¿Cómo convive con el recuerdo de su padre?
Es muy emocionante cuando viene una persona y me habla de él con lágrimas en los ojos. Me sentiría muy desamparada si no tuviera eso. Charlot es mi héroe porque yo conocí a mi papá siendo un hombre viejo, muy diferente al de las películas. En donde vivo, muchas veces las mamás les dicen a sus hijos: “Ella es la hija de Charlot”, pero los niños no les creen, porque él es joven en las películas y ¿cómo voy a ser su hija entonces? Ahora en el pueblo me conocen como “la mamá de Charlot”.
LA NACION