Arte: mirar y ser mirado

Arte: mirar y ser mirado

Por Julio Sánchez
Fue mimado por el público, las empresas y los medios. De origen humilde y boquense de alma, se destacó por su generosidad con sus colegas. En un corrillo de artistas alardeaba de sus muestras de aquí y de allá, de su contrato con una exclusiva tarjeta de crédito, de su aparición en la televisión con la conductora de moda, de su próximo libro, de la crítica que lo elogiaba, sus proyectos, sus éxitos, su futuro cada vez mejor, hasta que en un rapto de ubicación frenó su panegírico y con su tono campechano dijo: “Estoy hablando demasiado de mí, perdón. Che, Pepe, hace rato no nos vemos, contate algo, decime: ¿qué opinás de mi última muestra?”
Cientos de anécdotas como ésta podrían contarse sobre el artista y su ego. Desde una perspectiva más seria ha sido objeto de investigación para la historiadora del arte Laura Malosetti Costa, que presentó en el Espacio de Arte de la Fundación OSDE un conjunto de obras que denominó YO, nosotros, el arte . Malosetti parte de una premisa clara: “De todos los factores que han sostenido y sostienen ‘el mundo del arte’ en nuestra sociedad, la figura del artista parece la más sólida y duradera, más que las obras mismas; la excepcionalidad de los artistas, el enigma que los rodea, se sostiene en un diálogo entre su manera de presentarse -y autorrepresentarse- y lo que otros actores (mercado, crítica, público, instituciones) construyen alrededor”.
Un plotter de sólo dos letras gigantescas, un YO rotundo, recibe al espectador en el piso superior de la ex mueblería Maple. Ocho ejes temáticos ordenan las obras: “Nosotros”, “El artista y su modelo”, “Cuestiones de estilo”, “El espejo”, “El taller”, “Héroes y mártires”, “El cuerpo político” y “El mundo del arte”. Abundan los autorretratos, que van desde la más brusca soledad del taller hasta el límite de la caricatura y el ridículo, pero también hay retratos colectivos, lugares de trabajo, modelos y otras variantes.
El artista fluye como un río en su “grupo de pertenencia”. El Museo Nacional de Bellas Artes prestó un magnífico óleo de Mario Canale llamado La noche de los viernes , de 1914, donde seis caballeros alrededor de un sillón parecen discutir la imagen de un libro; el brillo de los zapatos de Walter de Navazio, la cadena del reloj de otro y el puro que fuma Rogelio Yrurtia le dan a la reunión un aire más aristocrático que bohemio. En el otro extremo se sitúa Asado en Mendiolaza , la foto de Marcos López que evoca La última cena de Leonardo da Vinci, aunque con un sentido bien profano; aquí algunos artistas cordobeses comparten un asado al aire libre, los tablones sobre caballetes, el vino en damajuana y cajas de cartón, las ensaladeras de plástico y camisetas informales (cuando no torsos descubiertos) distan mucho del aspecto distinguido de los amigos de Canale.
En otro capítulo de la muestra asistimos a la intimidad del taller donde solía posar una modelo; esta situación, la de una mujer como objeto de representación de un hombre, fue la base angular de los estudios de género que cuestionaron el patriarcado. Un caso rarísimo rescatado por la curadora es el gran óleo de Ana Weiss de Rossi, de 1938, prestado por el Museo Municipal de Bellas Artes de Tandil. La oscuridad del ambiente y la disposición de la mujer desnuda sobre un camastro recuerda la Olimpia de Manet; donde el francés ubicaba a la sirvienta de color con un ramo de flores, la argentina esboza en penumbras la figura de su esposo pintando. ¿Por qué no se representó a sí misma? ¿Acaso se consideraría lésbico que una mujer pintara el desnudo de otra? ¿O el patriarcado era tan fuerte que no se concebía que una mujer pintara a un varón desnudo?
Una pequeña acuarela de Fermín Eguía es toda una declaración de principios; retomando la iconografía tradicional del Ecce Homo -cuando Poncio Pilatos presenta a Jesús frente a la multitud- el artista pinta Ecce pincel . Aquí el humillado es la clásica herramienta de la pintura, expuesta a una multitud enardecida que pide su cabeza. “Amasijalo” y “Muerte” se puede leer en las pancartas; una metáfora del sacrifico y los embates que ha sufrido la pintura en los últimos años.
Marta Minujín aparece con la documentación un happening de 1963 en París; un día de junio llevó sus obras a un terreno baldío, donde éstas fueron destruidas a hachazos y luego prendidas fuego con una antorcha. Acto seguido, Minujín soltó quinientos pájaros al aire y cien conejos recibieron a los bomberos parisinos que acudieron a apagar el happening .
Ser es ser percibido, decía el filósofo inglés Berkeley, y esto parece ser más actual que nunca en el imperio de los medios de comunicación. “Vida pública” es un sector especial curado por María Isabel Baldasarre y se dedica a la presencia de los artistas en la prensa gráfica desde fines del siglo XIX hasta hoy. Fotografías de diarios y revistas dispuestas como en el cuarto de un adolescente (o los paneles de Aby Warburg para los más eruditos) reflejan las estrategias utilizadas por algunos creadores para construir una imagen pública del “ser” artista.
LA NACION