05 May Un año de cambio: Guillermo y Máxima lanzan su “silenciosa revolución de palacio”
Por Luisa Corradini
Hace diez días, los holandeses vivieron un acontecimiento histórico cuando, por primera vez en 129 años, celebraron el Koningsdag (Día del Rey). El destinatario de esos festejos era Guillermo Alejandro . El primer rey de los de Orange-Nassau en más de un siglo festejaba ese día sus 47 años.
También se conmemoraba el primer aniversario de su reinado, un año marcado por lo que el prestigioso diario De Volkskrant llamó, la semana pasada, “una silenciosa revolución palaciega” para modernizar la casa real, por alguna que otra polémica y por un reclamo de los holandeses.
El afecto de los holandeses confirmó ese día la enorme y creciente popularidad de Guillermo, que heredó el trono de su madre, Beatriz, y de su mujer, la argentina Máxima Zorreguieta , una aprobación corroborada por los sondeos.
De acuerdo con el instituto TNS Nipo, el 84% de los holandeses aprueba el desempeño de Guillermo en su primer año de reinado. El 27% de esos encuestados cree que el actual monarca tuvo una performance sobresaliente, mientras el 57% cree que fue positiva. Apenas el 1% cree que hizo un mal trabajo y el 11%, que no lo hizo ni bien ni mal. Ese caudal de simpatía también incluye a su esposa: para el 80% de los holandeses, Máxima se comporta como una “verdadera reina”.
Como la tradición lo prescribe, en ese día excepcional, Holanda se vistió de naranja, y la familia real viajó a De Rijp, pequeña ciudad situada unos 36 kilómetros al norte de Amsterdam.
El rey y Máxima recorrieron los canales de la ciudad en compañía de sus tres hijas, Amalia, princesa de Orange y heredera del trono, de 10 años, y las princesas de Holanda, Alexia y Ariane, de 8 y 7 años.
Todos disfrutaron de la ciudad que, como las otras urbes holandesas, organizaba ese día una tradicional feria callejera, con concursos, quioscos de juegos y de comida, a medio camino entre carnaval medieval y fiesta comunal.
El éxito de la jornada, marcada por el buen humor y las demostraciones de afecto de la gente, confirmaron la popularidad de la pareja real. Pero al mismo tiempo, en esas horas, los reyes pudieron medir el alto nivel de demanda de la sociedad holandesa, exigente tanto con el monarca como con la clase política.
Los holandeses, por ejemplo, verían con buenos ojos un rey y una reina algo más austeros. Muchos, casi la mitad (48%), creen que Guillermo debería resignar su salario (4,5 millones de euros anuales) o parte de éste en solidaridad con la gente que sufre por una crisis económica que en los últimos dos años golpeó con fuerza a Holanda. Sin embargo, todos se muestran encantados cuando la prensa internacional elogia la elegancia de la reina Máxima.
“Todo eso tiene un precio”, afirma Danielle Pinedo, especialista de la casa real en el diario liberal NRC Handesblad.
Muchos quizás aún no perciben la tranquila “revolución palaciega” que los jóvenes monarcas iniciaron inmediatamente después de la abdicación de la reina Beatriz, el año pasado. “Aquellos que predecían que no habría cambios se equivocaron”, asegura Pinedo.
La periodista señala, por ejemplo, la drástica reducción del número de colaboradores de la pareja real. Por primera vez en casi 130 años, las damas de compañía de la reina dejaron el palacio real. Cinco de ellas partieron. Máxima retuvo, sin embargo, a Lieke Gaarlandt, que la acompaña desde el momento en que fue presentada a los holandeses antes de su boda.
Abiertos al mundo y al futuro, los actuales monarcas de Orange-Nassau parecen decididos a prestar una especial atención a la juventud.
Poco tiempo antes de asumir el trono, Guillermo y Máxima habían adoptado la costumbre de recibir en su residencia de Eikenhorst, cerca de La Haya, a nuevos talentos que despuntan en todos los sectores de la actividad social; todo parece indicar que esa costumbre ha sido preservada por los actuales monarcas.
PROTAGONISMO
Integrante del Comité Olímpico Internacional (COI) desde 1998 y actual miembro honorario de la organización, convencido de los beneficios del deporte para la juventud, el rey lanzó el año pasado un programa bautizado “los juegos del rey”, en el que participan todas las escuelas del país. El rotundo éxito obtenido decidió a las autoridades educativas a programarlo en forma permanente.
Por su parte, Máxima parece haberse acomodado al modelo que alguna vez sugirió Napoleón Bonaparte: “Reinar -aseguraba el entonces emperador – consiste en suscitar la admiración y la devoción”.
La reina no sólo tiene una influencia definitivamente positiva sobre su marido, es, además, una mujer que se preparó durante diez años para cumplir un papel ejemplar.
“Accesoriamente, esa bella mujer, madre de tres hijos, es dueña de una simpatía avasalladora”, precisa Joe Mansueto, uno de sus admiradores y presidente del Instituto de Investigaciones Financieras Morningstar.
Esa cualidad que quedó confirmada durante la tercera cumbre para la seguridad mundial (NSS) y la reunión del G-8 organizadas en Holanda entre el 22 y el 24 de marzo cuando ella y su esposo fueron anfitriones de los dirigentes de más 53 países y la residencia real, el palacio de Huis ten Bosch, se transformó en epicentro del poder mundial.
Activa participante en la escena internacional para cuestiones de desarrollo, recientemente galardonada con el Deutsche Medien Award, premio de los medios de comunicación alemanes, por su compromiso activo bajo la égida de las Naciones Unidas en favor de la finanza inclusiva, la reina Máxima cautivó a jefes de Estado y de gobierno. Un talento que la prensa no dejó de señalar: Barack Obama, David Cameron, François Hollande, monarcas del Golfo e incluso el presidente chino Xi Jinping fueron fotografiados mirando embelesados a la reina. Ese protagonismo, sin embargo, no parece hacer mella en su esposo, “cada día más orgulloso y enamorado de su mujer”, afirma Pinedo.
LA NACION