15 May Tradición en la era Twitter
Por Gimena Fuertes
Se habían reencontrado a mediados de noviembre, cuando por las rutas bonaerenses cabalgaban tropillas conducidas por familias enteras hacia San Antonio de Areco, para festejar la Semana de la Tradición. Autos, caballos, motos se mezclaban con paisanos vestidos de gaucho, chicas de largas polleras celestes y trenzas, que chequeaban sus mensajes en el smartphone, nenes corriendo y el humo de las parrilladas. Hubo peñas, jineteadas, doma, baile y desfile por todo el pueblo. Después, el regreso a Buenos Aires, el diciembre caldeado, y por fin, a contramano del éxodo que –parecido al que abandona la ciudad– va del campo hacia la costa, muchos jóvenes arequenses que estudian o trabajan en la gran metrópoli regresan aunque sea unos días al pago.
Atadas al creciente turismo rural, nunca faltan peñas y cabalgatas, y se genera ese contraste cada vez más evidente entre tradición y modernidad, apero y 4×4, mensajitos y rebenques.
Dos chicas toman cerveza de un gran vaso de plástico, sentadas sobre las raíces de un ombú gigante. Vienen de pasar la tarde en lo de Bessonart, “el mejor bar de Areco, que ahora lo atienden los nietos”, asegura Natalia Cvitovic, una arequense de 25 años que se fue a vivir a Buenos Aires después de terminar la secundaria porque, según asegura, “en Areco, cuando terminás la secundaria, o formás familia o te vas a estudiar a la Capital”. Otro de los bares típicos es La Pulpería, “pero está para la foto nomás”. También se puede ir al almacén de Ermilio, “pero es antiguo y oscuro, se juntan los viejos a tomar todas las tardes”. Cuentan que la mayoría de los paisanos son peones, no propietarios. “Hay apellidos, familias ricas históricas, como los Güiraldes, los Alonso, con casas muy lindas en el pueblo, pero los grandes campos se fueron dividiendo entre los hijos”, asegura Natalia.
Para probarlo, llama a su papá, Juan Cvitovic, un gaucho gringo y alto, de rubias cejas puntiagudas y enormes ojos celestes. Vestido de pantalón bombacha, camisa, boina y alpargatas, el hombre aún se queja de que la municipalidad haya invitado al Chaqueño Palavecino para el último festival, de que se arme recital y baile en lugar de peña y fogón. “Cuando yo era chico había un fogón atrás de otro, y ahora toca el Chaqueño en un escenario. Hay que cuidar la tradición, lo nuestro”, le dice a su hija y le agarra el hombro. “Pero pa, es para los chicos, que les gusta la cumbia”, responde Natalia. Don Cvitovic niega con la cabeza. “Hay que conservar lo autóctono, que no se nos vaya. ¡Ahora hay hasta chicas vestidas de gaucho!”, se queja. “¿Su familia siempre fue de acá?”, le preguntan. Y él niega con un gesto: “Mi viejo era de Croacia. Para la Segunda Guerra se vino a América, se subió a un barco, llegó a la mesa de entrada y se fue a una pensión, después lo agarraron de un brazo, lo subieron arriba de un tren y se bajó acá en la estación”, sintetiza.
Natalia comparte su vaso de cerveza con Daniela, su profesora de croata que vino a la Argentina a enseñar el idioma y a quien trajo a Areco para que viera a los gauchos.
Daniela recuerda haber visto en su país alguna foto de Gardel vestido de gaucho, pero no sabía que esa figura histórica seguía viva en Areco.
En la peña también está Florencia, la profesora de Historia del pueblo que enseñó a varias generaciones. Baila con su pollera larga, botas, anteojos redondos y una trenza de costado. “Fue mi profe –cuenta Natalia–, es una genia, canta re bien en los fogones, es como nuestra Janis Joplin.”
A la charla se acerca Luis Cuesta, un paisano bajito y barrigón, de cachetes colorados y gran facón en la espalda. Todos dan cuenta de su noble pasado y se sonroja. “Acá, don Luis actuó de Justo Morales, el novio de Soledad Silveyra en Don Segundo Sombra, que se filmó en el pueblo en 1968 –lo describen los parroquianos y aclaran–, en realidad, hizo del doble de Morales, para las escenas de a caballo.” Areco es un semillero de cracks a la hora de la doma y las destrezas criollas, sus grandes atracciones.
En las grandes extensiones de campo que rodean la ciudad de Areco se siembra soja, como en gran parte de la provincia de Buenos Aires y el resto del país. “La soja nos deja sin trabajo, no nos deja nada en la tierra, nos va contaminando, es como un embudo, se lleva toda la tierra hacia la soja y se deja de producir otras cosas”, asegura el Cvitovic. “¿Y usted qué siembra?” “Soja. La mitad de mi campo es de soja –reconoce–. Si pudiera, no la sembraría. Porque cuando pasa la cosecha, no queda nada, en julio es toda tierra muerta. Históricamente se hacía agricultura y ganadería cada cinco años, se rotaba, y así se garantizaba la fertilidad del suelo. Lo que la agricultura quitaba, la ganadería reponía”, relata como si fuera una payada. “Pero del 2000 para acá que somos sojadependientes”, dice y se encoje de hombros.
“¿Qué lo hace gaucho a un paisano?”, le preguntan en tono antropológico a Cvitovic. Mientras su hija tuitea con sus amigas porteñas, el descendiente de croatas y, a la vez, gaucho de puro cepa, se para erguido y toma aire. “Un gaucho jamás mata a su caballo. Mis caballos merecen morir de viejos. Y después me quedo con un hueso de cada uno, no van al matadero para hacer mortadela, hay gente que los venden a frigoríficos. Si sos un buen gaucho, tenés el caballo como corresponde.”
TIEMPO ARGENTINO