Top ten de la vida

Top ten de la vida

Por Esteban Schoj
“Mis viejos me marcaron el camino”, dice Gustavo. Tenía un año y medio cuando sufrió un infarto medular que desde ese momento le imposibilitó mover las piernas. Pero esa limitación física nunca fue un obstáculo. Y hoy, con 20 años recién cumplidos, Gustavo Fernández es el número cinco del ranking mundial de tenis sobre silla de ruedas, este año llegó a la final del Abierto de Australia y acumula más de veinte títulos en el circuito.
Pero antes de hablar de tenis, el joven de Río Tercero, Córdoba, necesita volver a sus padres. “Desde que tuve el problema hasta hoy, mi viejo me ha ayudado mucho en el aspecto deportivo, y con mi vieja me han formado como persona.” Su padre es Gustavo Ismael, el “Lobito”, un destacado base cinco veces campeón en la Liga Nacional de Básquet, y su hermano, Juan Manuel, volvió al país para jugar en Obras luego de hacerlo en Italia. Su familia, que se completa con Nancy, su mamá, es el sostén fundamental en su vida y en su carrera. Él agradece: “Estoy muy contento de lo que soy hoy. No podría ser tenista si ellos no se hubiesen preocupado por mí de la manera que lo hicieron. Nunca me dijeron que no a nada y siempre buscaron mi felicidad. Y como yo tenía la ‘idea loca’ de hacer deporte, me apoyaron. Loca por decir algo, porque la gente no suele asociar discapacidad y deporte. Así que les debo todo lo que soy a ellos.” Se dice, entonces, “familiero y amiguero”, y como a todo pibe de su edad, le gusta estar con su novia, Florencia. La sonrisa lo sobrepasa cuando habla de ella, dos años menor que él. “Me viene bancando hace cuatro años”, reconoce Gustavo y la coloca junto a su familia a la hora de enumerar las personas importantes en su vida.
En un descanso de su entrenamiento en el Centro Asturiano, en Vicente López, con miras a dos torneos que disputará en Estados Unidos y que ya ganó el año pasado, Gustavo no duda a la hora de elegir un referente tenístico: “Nadal, por su actitud competitiva, que es mucho más copiable que, por ejemplo, el talento de Federer. No todos pueden tener el talento de Roger, pero todos podemos tener la actitud de Rafa.” Con actitud, a Gustavo le ha ido muy bien, pero mantiene la mesura: “No hace falta ser el mejor en todo para ser exitoso en la vida. Ser discapacitado y tener una vida normal más allá de los problemas que uno tiene, es un éxito también.”
Lo dice a días de haber perdido la final de un Grand Slam, el Abierto de Autralia, ante el número uno del mundo, el japonés Shingo Kunieda, por 6-0 y 6-1. Gustavo fue el primer sudamericano en llegar a un partido decisivo en esta disciplina: “Dolió mucho perder. Pero más por la manera, porque uno puede perder sabiendo que dejó todo y que hizo todo lo que estaba a su alcance. Pero perder como un boludo, no… Es bastante frustrante.” Él creía que estaba preparado, “pero evidentemente, no”, confiesa, e inmediatamente proyecta: “Espero que me sirva de experiencia para mejorar en el futuro.” Y lo del “primer sudamericano” no le quita el sueño: “Sirve para motivarse y ver la proyección que uno tiene. Después, es sólo para chapear. En la cancha se gana con la pelotita y la raqueta. Y con todo el trabajo que hiciste antes.”
Y trabaja mucho. Cuando no va al cine (en auto, porque maneja él) o mira series en tevé (dice que se devoró Breaking Bad en 15 días), cuando no está jugando al FIFA en la Play o rindiendo una materia de Derecho en la Universidad Siglo XXI, Gustavo entrena de lunes a viernes entre cinco y seis horas por día: cuatro de tenis y el resto, en el gimnasio. Y las semanas previas a los torneos, también entrena sábados y domingos. Es así desde los 14, cuando empezó a viajar. Con la raqueta arrancó a los seis años. Y pese a la dura derrota con el japonés, tiene claro que los resultados no determinan el éxito: “Ganar es un simple resultado. Si gano o no, nadie me puede sacar el esfuerzo, el sacrificio o lo que viví. Obvio que uno siempre juega para ganar. Odio perder. Todo es difícil, y más cuando uno quiere ser el mejor en lo que hace. Pero yo tengo que ir a hacer lo que me gusta, esforzarme como me esfuerzo, y ganar ya no será el objetivo principal.”
LA NACION