28 May “Si no fuera actriz estaría en un psiquiátrico”
Por Nicolás Peralta
Mihaela es rusa. Vive en Moscú, pero nació en Blagoveshensk, un pueblo en la frontera con china, cerca de la ciudad portuaria de Vladiviostock, ubicada en el extremo oriente del país más extenso del mundo. Tiene 24 años y es periodista, pero le gustaría ser actriz. Y cantante, como su ídola desde la infancia: Natalia Oreiro. Le gustaría tener un marido talentoso y sensible como Ricardo Mollo, y un hijo, como Merlín Atahualpa. Viajó al Festival de San Sebastián sólo porque pensó que Natalia iría a presentar Wakolda. No pasó. Espera con ansias poder lograr una entrevista con ella cuando vaya a fin de año a presentarse en Moscú, mientras tanto ella la admira: sigue por Internet Lynch, la serie que hoy comienza su tercera temporada en el canal Movicity y que tiene como protagonista a la chica que nació hace 36 años con ojos verdes enormes y redondos en Cerro, barrio al sudoeste de Montevideo; la misma que se lució en la tira Solamente vos junto a Adrián Suar, donde jugó por momentos a ser una cantante, una faceta que también tiene en la vida real. “Me considero una actriz que canta, me divierte prestarles la voz a los personajes que hago”, dice.
Natalia Oreiro se sienta en un sillón de un hotel céntrico para hacer una entrevista y no queda claro si está cavilando, si cayó rendida de cansancio o qué pasa. Se relaja y se predispone a contestar con amabilidad las preguntas que vengan. Escucha la historia de Mihaela, una de sus fans soviéticas, y se sonríe. Pero no le sorprende: “Se generó una conexión con los rusos y toda esa zona de Europa. Son esas cosas que son inexplicables.”
Oreiro es como una mujer orquesta. Madre, esposa, actriz y cantante, comprometida con causas varias, imagen y promoción de Las Oreiro, la marca de ropa que tiene junto a su hermana Adriana; ahora está en el trajín cotidiano de hacer una tira que, según ella, le permitió salir de los clichés de las “chicas de novela” y que sólo lo puede hacer gracias a a la ayuda de su esposo. Volvió después de siete años lejos de las tiras diarias (la última fue Sos mi vida, en 2006) en los que estuvo cerca del cine (donde fue dirigida por Benjamín Ávila, Ariel Winograd, Adrián Caetano y Lucía Puenzo), algo que sólo haría con una condición: la de no repetirse, la de poder tocar nuevas cuerdas.
–¿Sos como una mamushka? ¿Hay muchas Natalias dentro?
–Me gusta mucho trabajar, soy muy estudiosa, soy muy consecuente con las elecciones que hago, consciente de mis propios límites. Creo uno puede tener cierta ductilidad, pero con eso no hacés nada. O tenés suerte y te quedas en eso, pero por lo menos la base de lo que yo estoy construyendo es sobre una base de mucho trabajo. Trato de enriquecerme todo el tiempo, de leer, de aprender, y sabiendo cuáles son mis limitaciones tratar de pulirlas. No sé si se nota, pero trato de hacerlo. Después, mucha gente ha confiado en mí y me han ayudado a llevar con verdad mis trabajos. Estudio teatro desde los 8, siempre tuve muy definido qué era lo que quería hacer. Todas las personas, en cualquier profesión, deberían en los momentos límite, mirar hacia dentro y recordar ese niño que no deberíamos olvidar, para ver qué es lo que queríamos ser. El actor tiene esa posibilidad diaria. Porque juega todo el tiempo a ser otros, eso es fantástico. Me parece que si se pudiese que todos tengamos un poco de ese juego, sería todo mejor.
–¿También te pasa con la música?
–En la música, que es lo que menos manejo, siempre fue algo que me llevó mucho esfuerzo, mucho trabajo, más que otra cosa. Ahora, a fin de año, tengo una serie de recitales en Rusia y Polonia. Ensayo todos los días con la banda. Duermo poco, pero estoy contenta, me divierto mucho. Ricardo me alienta, me corrige, y eso me da mucha confianza, porque me dice todo desde el amor. Eso ayuda.
–En definitiva, ¿por qué hacés lo que hacés y no otra cosa?
–Elegí una profesión para no crecer. Para ser una niña eterna. Yo elegí ser actriz porque necesito comunicar un montón de cosas que tengo dentro, que me suceden y atraviesan, y de otra forma las padecería. Si yo no fuera actriz estaría en un neuropsiquiátrico, es muy probable. (risas)
–¿Sentís una responsabilidad mayor por tener la llegada que tenés a la hora de trasmitir un mensaje?
–La responsabilidad la tengo conmigo, lo peor que puedo hacer es mentirme o censurarme. Siempre tuve convicciones muy fuertes. Siempre dije lo que pensaba, nunca me censuré. La gente me valora más cuando yo opino sobre algo en lo que creo. Si no, no digo nada. Creo que lo más productivo de mi profesión en relación con lo que trasciende es tener la chance de comunicar proyectos, desigualdades, todo tipo de cosas que pasan y que no se atienden. Es un deber el que siento, tratar de hablar de injusticias. Es un deber para mí, no quiere decir que lo sea para el resto. Es lo que siento. Si tengo la chance y lo creo, no tengo por qué contenerme.
–¿Cuáles son tus búsquedas para crecer como actriz?
–En lo personal, las experiencias van haciendo que tengas más herramientas para poder interpretar papeles diferentes. A lo que voy: cuando uno es más joven, es más difícil imaginar situaciones que no ha vivido o no ha atravesado. El oficio del actor tiene eso como algo intrínseco, eso de imaginar algo que nunca te sucedió y bucear en tu propia verdad. Uno tiene todos los colores dentro, es como un yin yang. Ni todo es bueno y no todo es malo, y un poco de todo eso. Creo que además uno tiene que buscar hacer personajes distintos, tratar de no repetirme, de que no se parezcan a mí. Si tienen un color mío, que no sea lo que siempre muestro. La clave del actor creo que es saber elegir los papeles.
–¿Sos dura con vos cuando te ves?
–Soy autocrítica, soy de mirar todos los trabajos que hago. Todos, cine, tele, todo. Es bueno poder conocerme, para saber cuáles son mis puntos débiles, para saber dónde tengo que trabajar más; siempre hago mucho hincapié en la mirada. La mirada tiene que ser sincera, verdadera. Que no todos los personajes tengan la misma mirada. Creo que me ayuda verme, para saber si vas bien o corregirte. Pero no siempre se puede o se nota. Hacer cine me gusta porque una confía en el director, pero te tenés que lanzar y ves lo que sale meses después. En una serie tenés revancha al toque. Si no te gusta algo, lo das vuelta rápidamente. Trato de elegir cosas distintas por eso, si siento que no puedo aportar, por más que sea algo lindo, no lo hago.
–¿Cómo se maneja el ego en una profesión que parece que lo alimenta indómitamente?
–En realidad, uno tiene una esencia y no creo que la fama cambie a las personas. Eso es la peor parte de nuestro oficio, que la gente te reconozca y que algunas cosas sean más fáciles. Es la consecuencia de la elección de vida. Seguro hay un costado del actor que es muy egocentrista, donde necesitamos la aprobación del otro. Lo correría del ego, y lo identificaría con una especie de falta de afecto, necesitar que todos te quieran. Pero no sé si es eso: ¿quiero que me quiera alguien que en realidad no me interesa? Es muy particular. Roza la locura. Me parece que el reconocimiento de tu trabajo está bueno cuando es de tus pares, cuando es del público que te cree lo que estás haciendo, que se emociona cuando lo hacés, que se ríe cuando vos te reís. Pero hasta ahí. Me gusta que miren los trabajos que hago, no a mí cuando estoy viviendo. Por eso me gustan mis fans rusos, porque les gusta lo que hago. Por eso me caen bien las personas como Mihaela.
TIEMPO ARGENTINO