28 May Roberto Saviano: “Me gustaría ir a la Argentina para estudiar las dinámicas mafiosas”
Por Hugo Beccacece
La cocaína es la mejor inversión, el mejor modo de protegerse de las crisis y los efectos inflacionarios, el motor del mundo, según afirma el periodista y escritor italiano Roberto Saviano , en su nuevo libro Cero Cero Cero (Anagrama), que se ocupa del narcotráfico globalizado, particularmente del mexicano, el colombiano y el ruso. El autor de Gomorra, su anterior libro, celebrado best seller internacional, sostiene en Cero Cero Cero que ninguna inversión rinde como la cocaína. Y da ejemplos. En 2012, el año en que salieron el iPhone 5 y el iPad Mini, las acciones de Apple subieron 67 por ciento en la Bolsa. Si alguien hubiera invertido mil euros en acciones de Apple a principios de 2012 habría ganado 670 dólares doce meses después; una ganancia extraordinaria para ese tipo de inversión. Si esa misma persona, en cambio, hubiera invertido mil euros en cocaína, habría tenido a fin de ese mismo año ¡182.000 euros! La cocaína es la respuesta universal a la necesidad de liquidez. La explicación de esa fabulosa diferencia está en la historia de asesinatos, sobornos, evasión impositiva y corrupción política que satisface el consumo de drogas ilegales por medio del crimen organizado. Esa serie de causas son también las que explican la vida bajo escolta permanente que lleva desde 2006 Saviano, amenazado de muerte por sus denuncias contra las mafias.
El éxito de Gomorra , el libro sobre la camorra (la mafia napolitana), fue al mismo tiempo su condena a muerte. En él, describe los modos de operar de la organización, la esclavitud y el terror a la que estaban sometidas poblaciones enteras, pero también el amparo “familiar” que brindaban a cambio de favores, de servicios, que podían incluir el asesinato y el sacrificio de la propia vida. De ese libro, aparecido en 2006, mezcla de investigación periodística y novela basada en hechos reales, se vendieron millones de ejemplares en todo el mundo. Además, se hizo una adaptación al cine, dirigida por Matteo Garrone, que obtuvo el Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes, en 2008.
Pero no fue ese éxito mundial lo que le valió la sentencia de muerte por parte de la camorra. Saviano cometió el peor de los pecados. Fue al pueblo donde se crió, Casal del Principe, y denunció con nombre y apellido a los miembros del clan de los Casalesi, que vivían en el lugar. Lo hizo en la plaza principal de la pequeña ciudad durante una manifestación por la vigencia de las leyes. A los “hombres de honor” no les importaba que los hubiera denunciado en un libro. ¿Quién lee un libro? Y si lo lee, lo lee a solas. Tampoco les importaba que sus nombres fueran conocidos en el resto de Italia, en Inglaterra, en España. En cambio, denunciarlos de viva voz en el pueblo donde vivían era un sacrilegio. Ya no eran hombres de respeto. Apenas terminó la manifestación, un llamado telefónico informó a la policía de Casal del Principe que Saviano estaba condenado a muerte por la camorra. La escolta permanente no lo abandonó más desde ese día.
Muchas de las denuncias de Saviano ya habían sido hechas por otros y por él mismo; sin embargo, la repercusión viral que tuvieron a partir de Gomorra fue un hecho que no esperaban ni la camorra ni Saviano. Según éste, el efecto se debió al estilo directo del libro, que utiliza recursos novelísticos para contar el resultado de investigaciones sobre el delito. Gomorra abunda en impresionantes historias de vida de los delincuentes y de sus víctimas. Lo mismo ocurre en Cero Cero Cero. Con un estilo y una estructura semejantes a los de Gomorra, se describe el tráfico de cocaína, el lavado de dinero y el modo en que, a través de los bancos, las organizaciones criminales inciden en la economía de cada país, en la vida cotidiana de sus habitantes y naturalmente en la política: “¿Has de influir en campañas electorales? Importas coca y en cuestión de pocas semanas estás listo. La cocaína es la respuesta universal a la necesidad de liquidez”, dice.
El enigmático título Cero Cero Cero es una explicación sintética del libro. En Italia la harina más refinada se clasifica con dos ceros (“00”). Triple cero (“000”) correspondería a un hipotético grado de pureza máxima. Esa harina no existe en la realidad, o más bien sí. De acuerdo con Saviano, la coca es un ingrediente de la economía sin el cual no podría existir ninguna masa. Justo como la harina. “Y no una harina cualquiera. Una harina de calidad. La harina de mejor calidad: la 000.” La cocaína.
Desde Nueva York, el escritor se avino con muy buena voluntad a establecer una cita por Skype. La imagen que mostraba la pantalla de la computadora no dejaba ver nada más que medio cuerpo, su cara en primer plano y detrás de él una pared blanca desnuda. Podría haber estado en cualquier lado. Hasta en una cárcel.
-Tu libro se publica en un momento muy especial de la Argentina. Los narcos han comenzado a matarse entre ellos y también a matar gente inocente por las calles. Por lo tanto, lo que digas tiene mucha importancia para nosotros. En Cero Cero Cero decís que México se ha convertido en el centro del mundo. ¿Por qué?
-El crecimiento económico de América Latina cambió la geografía económica de estos países. México gozó de cierto silencio durante muchos años porque todos se ocupaban de Medellín y de Cali. En el silencio de esta atención mediática, acaparada por Colombia, el narcotráfico mexicano pudo crecer. Por otra parte, México está al lado de Estados Unidos, el principal mercado económico del mundo; es casi como si fuera un estado más de Estados Unidos, sin las leyes de Estados Unidos. Los narcos mexicanos colonizan, conquistan, a diferencia de los colombianos, más diplomáticos. Los colombianos hacían negocios con todos; los mexicanos, en cambio, transformaron en “territorios” ocupados a Nicaragua, Honduras, Belice, Costa Rica, Guatemala, El Salvador. El narcotráfico en la Argentina también está ligado al mexicano, porque la droga procedente de México parte desde las costas argentinas hacia Europa y África. Estoy convencido de que el crecimiento del narcotráfico mexicano fue el producto de un silencio mediático. Los periodistas siempre han contado los hechos que ocurrían, pero una cosa es el seguimiento criminal y otra, el seguimiento de la complejidad económica. Ese seguimiento ha faltado. El resultado es un verdadero narcocapitalismo.
En la Argentina está sucediendo lo mismo. El caso de México lo he estudiado a fondo, mucho más a fondo que el de la Argentina. La Argentina no tiene una cultura antimafia fuerte. Lo mismo le sucede a Alemania. Son países que no tienen una estructura cultural y judicial antimafia fuertes, que permitan comprender lo que ocurre. Los periodistas hacen su trabajo, los policías hacen su trabajo (cuando lo hacen), pero no cuentan con aquella ventaja cultural que les hubiera permitido preguntarse: ¿qué está sucediendo en la Argentina? En México, fue posible investigar por la DEA, que no logró frenar el desarrollo del narcotráfico, pero que, en cambio, le dio una interpretación distinta puesto que afectaba directamente a Estados Unidos. Wachovia, el tercer banco estadounidense en importancia, reciclaba el dinero de los narcos. Los bancos argentinos están llenos de dinero de los narcos, pero es difícil decirlo con pruebas, avanzamos por “intuiciones”.
-Más que de “intuiciones”, se trataría de deducciones.
-Sí, en efecto. Es una deducción. No tengo pruebas; de haberlas tenido, las habría publicado.
-Decís en el libro que Italia tiene una legislación contra el crimen organizado muy avanzada porque es un país con una larga tradición mafiosa, pero que otros países no han aprovechado esa legislación para inspirarse en ella y, en ese sentido, el crimen organizado, una vez más, le lleva ventaja a la ley, a la democracia, y está en la “vanguardia” respecto de las instituciones. Es quizá el caso de la Argentina.
-Siempre me pregunté por qué la Argentina, un país con tanta inmigración italiana, no tiene una mafia semejante a la ítalonorteamericana. Hubo italianos que, en el pasado, intentaron imponer la tradición mafiosa en la Argentina y fracasaron. No he sabido darme una respuesta, pero puede haber varias. La que más me satisface es la siguiente: quizás ahora hayan nacido organizaciones mafiosas, pero hasta ahora en la Argentina hubo gángsters, es decir, hay criminalidad, homicidios, pero no leyes o reglas mafiosas. La extensión del territorio, la capacidad que tuvo el país de crear trabajo, la posibilidad o la esperanza de un desarrollo económico impidieron que las organizaciones del crimen organizado italiano -mafia, camorra, ‘Ndrangheta- echaran raíces allí. La diferencia entre gángsters y mafia es fundamental para entender la lógica del narcotráfico. Una cosa es la banda que roba en bancos, que vende droga y que, una vez arrestados sus integrantes, se termina. Otra, la mafia, que nace de estructuras jerárquicas, de juramentos y rituales; el arresto y la muerte de uno o varios de sus miembros no acaba con la organización. Sus reglas son mucho más rígidas que las leyes, porque éstas controlan a todos; en cambio, la regla de la mafia es una especie de ley derivada por completo de la “naturaleza humana”; la ley mafiosa prevé que tu brazo derecho pueda traicionarte; la ley mafiosa prevé que haya sueldos, pensiones a sus adherentes, y también procesos a un mafioso que se comporte mal según las reglas de la organización. Todo esto no sucede en la Argentina, aunque varios bosses italianos vivieron allí; uno de ellos, Mario Fabbrocino, se preguntaba cómo la camorra, a la que pertenecía, no había podido apoderarse del país, ya que estaban dadas todas las condiciones para que eso sucediera: corrupción política y policial, una gran comunidad de inmigrantes; en cambio, el país logró resistir: hubo gángsters, hubo criminalidad, pero no hubo una verdadera presencia mafiosa.
Hoy, las cosas están cambiando en la Argentina porque hay un gran flujo financiero de los cárteles rusos, mexicanos, italianos, que crean una economía importante, a la que se debe gestionar con reglas; se corre el riesgo de que estas reglas sean las del crimen organizado. En ese sentido, la política argentina no ayuda al análisis, porque, dichas estas palabras, la política argentina probablemente dirá: “No tenemos prueba de que, entre nosotros, exista la mafia rusa y de que los mexicanos sean tan poderosos; es más bien una actividad de venta, de consumo. En las periferias más violentas, se utiliza la lapidación para matar, pero es el fruto de la miseria y de la ignorancia. No hay un verdadero problema de crimen organizado”. De ese modo, se llega a la incomunicación. Es preciso que la sociedad civil argentina cambie las cosas, pero antes de cambiarlas debe comprenderlas y estudiarlas.
-En Cero Cero Cero, afirmás que los capos mafiosos no quieren ser extraditados a Estados Unidos, porque allí quedan aislados. Pero, al mismo tiempo, Estados Unidos es el mayor consumidor mundial de drogas y los bancos están contaminados por los capitales narco. ¿Cómo se explica esa contradicción? Son incorruptibles cuando los capos entran en la cárcel, pero parecen ser muy corruptibles respecto del ingreso de dinero en los bancos.
-Es muy interesante ese planteo. Tenés razón en cuanto a esa contradicción. Hay algo por aclarar. La corrupción de las instituciones estadounidenses no es muy alta y, sin embargo, existe el mercado de drogas más importante. Vivo ahora en Nueva York, donde todos se drogan; por “todos” me refiero a cualquier nivel social. Si querés sacarte de encima el estrés que la vida aquí te impone, es imposible no drogarse. Es como si la cultura del capitalismo contemporáneo te invitase a consumir cocaína, porque te rinde. Las otras drogas son distintas. El sistema financiero, cuando recicla, cuando lava, no registra el problema moral, no lo percibe. Sabe que está violando la ley, pero la considera una violación menor, puesto que el dinero que llega a los bancos estadounidenses proviene de todo tipo de actividad. Cuando les pregunté sobre este aspecto a los brokers del narcotráfico, me contestaron: “¿Acaso pensás que los que trabajan con el petróleo son buenos? ¿Acaso los empresarios que pagan coimas en los mataderos para que los análisis de la carne que venden se hagan velozmente son buenos?” Las respuestas de los narcotraficantes de alto nivel, no los que se balean en las calles, es: “La economía no es justa ni buena. La economía, por tradición, es maligna y busca eliminar al enemigo”. Comparto esa opinión y, sobre este punto, me atacan. Tuve una discusión acerca de este asunto con Mario Vargas Llosa, al que estimo mucho. Me dijo: “Tú afirmas que en el capitalismo hay mafia; yo digo que hay mafia cuando hay demasiado poco mercado”.
Si el banco Wachovia, el tercero en importancia en los Estados Unidos, hubiera escondido al Chapo Guzmán y Michele Zagaria, capo de los capos de la Camorra, en los garajes de la firma, habría asumido una responsabilidad militar y moral gigantesca; pero habría causado menos daño que con el lavado de miles de millones de dólares. De hecho, sus directivos han confesado que han lavado dinero (380.000 millones de dólares en cuatro años), por eso los menciono; de lo contrario, si ellos no hubieran confesado, me entablarían decenas de querellas, como me las harían en la Argentina, si citara los nombres de los bancos que, obviamente, me imagino, por ciertos comportamientos, están llenos de dinero del narcotráfico. El Wachovia Bank, el HSBC, el banco más importante de Europa, en Londres, han confesado al gobierno estadounidense que han reciclado dinero; pagaron por ello una multa insignificante. Nada. Pero, al mismo tiempo, el gobierno de Estados Unidos embiste contra el narcotráfico mexicano porque le crea problemas. Este doble nivel de juego es también un doble nivel de percepción moral. Las cárceles norteamericanas están llenas de detenidos por temas relacionados con las drogas; es el primer motivo de encarcelamiento en esa nación. ¿Se debe cambiar de enfoque? ¿La política estadounidense orientada a la represión no ha dado ningún resultado positivo? En mi opinión, llegó el momento adecuado para hacer una afirmación de ese tipo. Los militares contra el narcotráfico, el plan Colombia, el reciclaje del dinero, ese doble nivel son típicos de la democracia estadounidense. Si te debo decir quién es el político que mejor comprende esto, mencionaría a Carl Levin, que ha formado una comisión sobre los evasores neoyorquinos que han sacado millones de dólares de Estados Unidos gracias al Credit Suisse. Este banco iba puerta a puerta entre sus inversores para explicarles cómo podían evadir dinero. El administrador delegado del Credit Suisse fue llamado por la comisión estadounidense para responder sobre este asunto. Italia no tendría el poder para hacerlo, tampoco Canadá ni la Argentina. Estados Unidos tiene el poder de hacerlo, pero hasta hoy las cosas no han cambiado radicalmente.
-Parece imposible, de acuerdo con lo que explicás, que no haya comunicación entre esos dos niveles; por ejemplo, la corrupción en la DEA.
-Por supuesto que la hay. La DEA tiene ciertos tipos de estrategia muy desenvueltos, que deberían debatirse. Surgió una polémica sobre estos temas en los últimos meses. La DEA permite que pasen algunas cargas de cocaína a cambio de información. La DEA lo ha negado, pero un hombre del cártel mexicano, tal como está relatado en mi libro, dio muchos detalles respecto de ese mecanismo. La DEA había creado un banco que reciclaba dinero de los narcotraficantes. Ese dinero fue reciclado realmente. Los bancos han gozado de ese dinero; el procedimiento le servía a la DEA para saber cómo se realizaba el lavado de dinero. Este tipo de actitud permite ver a América del Sur como un enorme laboratorio donde poder experimentar. Según alguna gente, DEA y el narcotráfico serían casi lo mismo. No lo creo. Más bien creo que la no legalización de la droga pone en funcionamiento un mecanismo perverso. Como es tanto el dinero que entra por la droga, el Estado organiza una policía que, de cuando en cuando, le da un tijeretazo a todo ese capital. De otro modo, esas sumas comprarían todas las instituciones económicas y legales. Más que una verdadera lucha contra el problema es un modo de frenar, intermitentemente, un poder. Esto es lo que pasa en México, en Colombia y en Brasil, en este momento. Cristina Kirchner no puede decir que hay un serio problema de narcotráfico en el país. Puede decir que hay vendedores de drogas, gángster, asesinos; pero no que ese problema, el del narcotráfico, se está comiendo la democracia argentina, como se come la de muchos otros países. El debate es complicado.
José Mujica, el presidente uruguayo, ha legalizado la marihuana. Óptima medida. No la legalizó en nombre de la libertad. “Todos tienen derecho a drogarse.” ¿A quién le importa eso? La legalizó, basta leerlo en las entrevistas que concedió, para defender el mercado contra los criminales. Si no legalizamos, los narcotraficantes recaudan toneladas de dinero; ese dinero debemos quitárselo; es preferible que lo percibamos nosotros. Por eso, la legalización del Uruguay es mucho más importante que la de Holanda, que terminó en un fracaso. En Holanda, la legalización fue más bien una liberalización del uso. Se toleraba el consumo. Se creó una isla “feliz”, lo que podría llegar a ocurrir en Uruguay dentro de diez años, porque los narcos pueden hacer llegar la droga a Uruguay para que de allí pase a la Argentina o a Brasil de un modo ilegal. La legalización funciona cuando todos los países limítrofes deciden llevar adelante una política de esa naturaleza.
-Antonio María Costa, el ex director de la Oficina Antidrogas de la ONU, dice que está en contra de la legalización por las consecuencias que podría acarrear. Los laboratorios farmacéuticos se estarían preparando para ese nuevo estatuto legal y crearían nuevas drogas destinadas a ese futuro. Con lo cual, se pasaría del narcocapitalismo a un capitalismo de las drogas “limpio”. ¿Qué pensás sobre estas derivaciones?
-La legalización no es fácil de afrontar. Se llega a ella porque la prohibición de la droga ha creado un sistema terrible. La legalización no es la solución del problema, pero crea una nueva estrategia. Es cierto que los laboratorios farmacéuticos iniciarán una batalla para dominar el mercado apenas empiecen a regir otras leyes. Crearán nuevas drogas para el consumo. Pero si dejamos la droga al cártel de los Zeta o a la ‘Ndrangheta, no estamos en una situación mejor que si se la dejáramos, por ejemplo, a un laboratorio como Pfeiffer. En este último caso, el problema serían las firmas farmacéuticas, su inmenso poder, el monopolio, las increíbles estrategias que utilizan para captar a los médicos. Estoy convencido de que la legalización es una inevitable elección, dolorosa en el plano moral, pero necesaria. ¿También de la cocaína? Sí, también de la cocaína, pero bajo reglas distintas de las de la marihuana. Con una campaña seria, como se hizo con el tabaco. Quitándole la fascinación de lo prohibido.
-Hay una paradoja. El narcotráfico necesita de la ilegalidad para ser un negocio colosal, pero al mismo tiempo le resulta indispensable estar dentro del Estado.
-Es cierto, el narcotráfico necesita el Estado. Una república narcotraficante no es un negocio para el crimen organizado, le traería demasiados gastos, debería administrar todo. Nunca utilicé una expresión de la izquierda italiana, “mafia antiestado”. La mafia italiana ha sido siempre parte del Estado, no todo el Estado. No puede dejar de ser una actividad criminal, porque si no lo es, las ganancias bajan. La cocaína o la hierba legal no cuestan nada. La cocaína se paga mucho porque es ilegal. Además, si la venta de drogas fuera legal, habría que pagar impuestos. Este equilibrio permite a la organización ser una estructura polimorfa. Ya sea que esté de por medio Chávez o Berlusconi, las organizaciones criminales subsisten porque cambian de identidad y de relaciones de acuerdo con sus conveniencias. No existe una ideología dentro de esos grupos. Hubo narcotraficantes de tipo más ideológico, como Pablo Escobar Gaviria. Él es el arquetipo del narcotraficante del pasado y la negación del narcotraficante actual. Su gran hacienda, su zoológico, los carros armados que llegaban al Parlamento cuando se iba a votar la extradición de “Pablito”, todo eso es el pasado remoto. “Pablito” fundó un partido, quiso pagar la deuda externa colombiana, son todas cosas que dan pérdidas. El narcotraficante que quiere apoderarse del Estado no es narcotraficante y si lo es o quiere serlo, se convierte en uno de los tantos políticos empresarios que inevitablemente terminará por caer.
En la Argentina, hoy se habla del tema porque hay una crisis política. Una parte del país no se siente feliz con lo que ocurre y empieza a ver al problema de la mafia no como el gueto de la gente que se tirotea, sino como una forma económica que cada vez más gobierna la economía sudamericana.
-Teniendo en cuenta que sos una especie de Salman Rushdie del narcotráfico, que te resulta muy difícil moverte con libertad, ¿cómo hiciste para desarrollar tu investigación?
-El diálogo lo encuentro en las interceptaciones; la profundización la encuentro en las investigaciones de la policía, los procesos y los dossiers de la justicia; ése es el material con el que trabajo. Donde no puedo estar en la calle, estoy en el tribunal. Por eso, al final del libro hay una larga lista de agradecimientos a distintos cuerpos de policía de quienes recibí mucha información; sin eso, no podría haber escrito ese libro. De hecho, la Argentina y Rusia son lugares difíciles de estudiar porque las divisiones antimafia tienen dificultades para hacer su trabajo. Para un investigador como yo, no quedaría sino realizar la investigación de campo. Sería mi sueño poder hacerlo; me gustaría ir a la Argentina para estudiar las dinámicas mafiosas.
-Has hablado en tu libro de las distintas formas de la actividad mafiosa; en cambio, hay otro asunto del que te ocupaste de un modo muy lateral. Si existe narcotráfico, si hay un consumo tan alto de drogas, es porque hay una demanda de droga. Sin demanda, no hay oferta. La responsabilidad del consumo de drogas se atribuye siempre a los narcotraficantes, pero nadie habla de la responsabilidad de los consumidores. Sobre ese punto, no se discute, no se habla nunca, tampoco en tu libro. Como si fuera imposible no drogarse.
-Tenés razón. Me planteé ese problema, pero quise poner el acento en el narcotráfico para mostrarles a los consumidores a qué horror da origen el dinero que pagan por la droga. El consumidor de droga no se siente distinto hoy de quien compra una pelota de fútbol cosida por un niño de Pakistán o las computadoras fabricadas por obreros chinos pagados con sueldos de hambre. Ahora en la Web hay un movimiento vegano contra el consumo de carne. Las imágenes de los mataderos son espantosas. Y la gente come carne. ¿Cuándo el consumidor puede entrar en crisis? Cuando en un tiroteo matan al periodista o al cura del pueblo donde uno vive, a alguien que uno conoce, a un inocente. En mi pueblo de origen, cuando mataron al cura Don Peppe Piana, el pueblo respondió. Votó a un alcalde antimafia. ¿Por qué? Porque las organizaciones estaban equivocándose.
-¿Qué tipo de vida hacés en Estados Unidos?
-Enseño economía criminal en la Universidad de Princeton. Siempre soñé con crear una cátedra de estudios de economía criminal. Ésta es una experiencia única, muy distinta de la experiencia universitaria italiana. Tuve que aprender a relacionarme, a vestirme de cierta forma. Empezar de nuevo. Extraño la posibilidad de poder vivir libremente en Italia, pero la complejidad de la vida italiana, la falta de ganas de razonar de los italianos en este momento, me lo impide. Allí prima el instinto, el deseo de atacar o de abrazar, hay pocas ganas de profundizar. Todo eso es peligroso para un escritor.
-En entrevistas recientes, contabas que te gustaría probar un nuevo camino en la escritura. ¿Cuál?
-Un camino que fuera coherente conmigo, neorrealista, pero que pueda llegar a la ficción. En este momento, estoy escribiendo series televisivas, Gomorra, que, creo, se dará también en América del Sur, porque fue comprada por la HBO Sudamérica. También se hará una serie con Cero Cero Cero. Es un trabajo literario, mucho más literario que construir un film, porque la complejidad de la serie es mucho más semejante a la complejidad de un proyecto literario, mientras que en un film todo es mucho más veloz.
-Dijiste en tu libro, y lo dijiste en el comienzo de esta conversación, que es imposible no drogarse en la sociedad actual, particularmente en Nueva York, por el estrés. Tu caso, en ese sentido, es casi el ejemplo extremo del estrés. Estás amenazado de muerte por las organizaciones criminales, vivís con escolta todo el tiempo, debés responder a las exigencias editoriales y a las del periodismo… ¿Cómo hacés para no drogarte?
-En una entrevista de El País, dije que tomaba psicofármacos. Sin una ayuda, blanda, de fármacos tengo dificultades para dormir. Mi resistencia es sobre todo física: mucha gimnasia, imaginación. Me imagino que mi cuerpo se ha convertido en una coraza, que mis labios, nariz, manos fueran de metal y lo único que se ve de mí, a través de la ventanilla de la armadura, son los ojos. Me imagino así cuando me procesan, cuando me atacan y me insultan. Es una forma de defensa.
-¿En Nueva York, te has creado una red de amigos?
-Muy lentamente. No confío en la gente. Este tipo de vida te lleva a desconfiar de todo y de todos.
LA NACION