Por primera vez compilan todos los textos periodísticos de Urondo

Por primera vez compilan todos los textos periodísticos de Urondo

Por Ivana Romero
En una entrevista publicada en la revista santafesina Punto y aparte en 1957, Paco Urondo utiliza por primera vez la expresión “sabiduría de la intemperie” para referirse a la obra de Juan L. Ortiz. Urondo admiraba al poeta entrerriano. A los 22 años, había escrito un texto donde mencionaba a Juanele mucho antes de que fuera un autor reconocido. Y tras la edición de En el aura del sauce –la recopilación de la obra de Ortiz publicada a comienzos de los setenta–, realizó dos entrevistas y una reseña donde anticipó una hipótesis que la crítica especializada desarrolló 25 años después: la idea de que Ortiz escribió a lo largo de su vida un único poema, y que ese poema son todos los que ha escrito.
Ahora, por primera vez se recopila la obra periodística de Urondo. Este conjunto de crónicas, entrevistas y perfiles reúne textos escritos en diarios y revistas entre 1952 y 1972. La investigación, selección y las notas que acompañan este libro, editado por Adriana Hidalgo, son de Osvaldo Aguirre. A través de su trabajo es posible advertir que, como los poemas de Juanele, el periodismo de Urondo estaba construido sobre una sabiduría de la intemperie, asentada en la escritura pero también en su capacidad de observación. Y que estos textos son parte coherente de una obra única, que además incluyó cuentos, poemas, ensayos, obras de teatro e incluso una novela, Los pasos previos, publicada en 1972. Cuatro años después, Urondo –cuyo nombre de guerra fue “Ortiz” cuando fue enviado por la dirección de Montoneros a Mendoza– moría en un enfrentamiento con la policía de la dictadura.
Urondo nació en 1930 en Santa Fe. Trabajó como periodista entre 1960, al radicarse en Buenos Aires, y 1976, cuando participó en Informaciones, una publicación de Montoneros, cuyo único número apareció el 24 de marzo de ese año, el mismo día del golpe militar. Publicó crónicas, perfiles, aguafuertes, entrevistas, encuestas, reseñas de libros y comentarios de teatro, que en general nunca volvieron a ser reeditadas. La periodística es la parte menos conocida de la obra de Urondo pero también, señala Aguirre, una de las más significativas “no sólo por los textos en sí sino también porque permite comprender mejor y seguir de cerca tanto las preocupaciones del autor como la maduración y el desarrollo de líneas centrales en su escritura y en sus reflexiones estéticas e ideológicas”.
Se inició como cronista “todoterreno” capaz de escribir un artículo en clave humorística o de exhumar un episodio de la historia nacional para una revista de divulgación. Sus primeras publicaciones en Leoplan tienen el aspecto de los encargos que se hacen a los recién llegados aunque, señala Aguirre, por entonces Urondo ya tenía reconocimiento como poeta y guionista. De esa época son artículos como “El hombre de la bolsa”, publicado en 1961, donde la difusión de cursos realizados por la Bolsa de Comercio sirve para explicar en detalle –y con gran sentido del humor– el funcionamiento de la economía capitalista.
También integró la redacción de Che, un semanario donde colaboraron entre otros, Rodolfo Walsh y Germán Rozenmacher. Más tarde, en 1967, trabajó en la sección de información general de Clarín. En 1969 lo contrató Jacobo Timerman para la agencia porteña de El Diario, un periódico que se publicaba en Mendoza. Entre 1971 y 1972 fue redactor de Cultura en La Opinión. Además fue “free lance” en las revistas Damas y damitas, Adán, Panorama y La Hipotenusa. Finalmente, entre noviembre de 1973 y mayo de 1974, dedicado tiempo completo a la militancia, fue responsable político de Noticias, el diario que editó Montoneros.
Sus crónicas y entrevistas muestran un trabajo de experimentación y ruptura con las formas convencionales de la escritura periodística analizando, por ejemplo, los modos en que la política se inscribe en la cultura y en que la cultura responde a acontecimientos de su época. Así, en reseñas publicadas en La Opinión, como “El antiperonismo de los escritores argentinos y su lenta evolución”, reivindica la crítica y sostiene que se trata de “admitir el mentado policlasismo peronista como una fatalidad ineludible”, una reducción que no puede reducirse a una síntesis.
A lo largo de casi 600 páginas, los textos de Obra periodística trazan un panorama social, político y cultural de Buenos en esa época. Allí está la mítica entrevista que le hizo a Cortázar en 1970, cuando el escritor estuvo de paso por el país luego de asistir a la asunción presidencial de Salvador Allende en Chile. También están otros intelectuales como Jorge Luis Borges (a quien Urondo valora más en términos sociológicos que literarios), Miguel Briante o los hermanos Goytisolo. Pero como el periodismo es un oficio amplio, en estas páginas hay espacio para el yoga en su versión criolla o para la polémica que generaron en la Asociación Psicoanalítica Argentina las experiencias con ácido lisérgico. Es decir, Buenos Aires se abrió para Urondo como una ciudad que “no es la mujer ideal, no es la ciudad encantada, pero es la que amamos”. Luego, sin él y con su generación diezmada, todo lo urbano se convirtió en un relato menos sugestivo, más brutal.
TIEMPO ARGENTINO

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