29 May Pinochet y el Colo Colo de 1973
Por Ezequiel Fernández Moores
“Esto -dice Carlos Caszely- pudo haber sido diferente.” El ex crack del fútbol chileno, actor improvisado, habla en el mismo escenario en el que hace más de cuarenta años negó la mano al general Pinochet. Hace de sí mismo en ¿Quién es Chile?, la pieza teatral en el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM), ex edificio Diego Portales, que fue sede gubernamental de la dictadura. Caszely tenía apenas 23 años cuando decidió dejar su mano baja. El dictador de capa, anteojos negros, gorro y bigote, despedía a la selección chilena que partía al Mundial de Alemania 74. En abril de 2014, el Caszely actor y sus compañeros de elenco muestran a personajes anónimos en los días previos al golpe. Y recuerdan también al DT Luis “Lucho” Alamos: “En este país -decía “el Zorro”- estamos acostumbrados a restar y dividir; a mí me gusta sumar y multiplicar”. La obra habla en realidad del Colo Colo de 1973, el equipo que entusiasmó a todo un país y que fue derrotado por Independiente en final polémica de Copa Libertadores. Aparece la foto del presidente Salvador Allende recibiendo al equipo. “Si gana Colo Colo, Chicho (Allende) está seguro en La Moneda”, dice el mítico jugador Francisco “Chamaco” Valdés. Hasta el 11 de septiembre, cuando comienzan a caer las bombas. ¿Quién es Chile? se basa en el libro de 2012 del periodista Luis Urrutia O’Neil (Chomsky): Colo Colo 1973. El equipo que retrasó el golpe.
“A pesar de mi juventud -me dice Caszely en Santiago-, te puedo decir que algo de razón tiene el libro, porque cuando jugaba Colo Colo el país se volcaba hacia el estadio, la radio y la TV.” En los meses previos al golpe, Caszely veía desde las ventanas del hotel Carrera, concentración de Colo Colo, que de un lado de la calle protestaban miembros de Patria y Libertad gritando “no hay carne, no hay pollo?”. Y del otro llegaban los de Unidad Popular cantando “el pueblo unido jamás será vencido”. La confrontación cesaba cuando jugaba Colo Colo. Campeón chileno de 1972 con 90 goles y una media de 39.000 personas por partido, el Colo Colo de Caszely inició la Libertadores de 1973 aplastando 5-0 a Unión Española. Luego fue 5-1 a Nacional de Quito, 5-1 a Emelec, 4-0 a Cerro Porteño. Triunfo histórico 2-1 en el Maracaná ante el Botafogo de Jairzinho. Hay huelga salvaje del transporte, pero casi 80.000 hinchas colman el Estadio Nacional. Llegan a dedo, caminando, en camiones, como sea. Quieren ver los golazos de Caszely (goleador final de la Copa, con 9 tantos). Los tiros libres del Chamaco Valdés. Ese fútbol de ataque y fuerza colectiva. “Son las noches de Colo Colo, el equipo del pueblo”, dice el libro La historia secreta del fútbol chileno.
Un agónico 3-3 en la vuelta contra Botafogo da el boleto a la final contra Independiente, que busca su cuarta Copa. Fue un robo, dicen en Chile. “Están las imágenes.” En la Argentina -me dice Caszely-, el Loco Mario Mendoza empujó al arquero Adolfo Nef “con pelota y todo dentro del arco”. Fue el empate 1-1 del Rojo, ante la pasividad del árbitro uruguayo Milton Lorenzo. Furioso, el defensor Alejandro Silva pegó una patada de expulsión en una acción siguiente a Eduardo Maglioni. Guillermo Páez contó que él mismo le sacó las tarjetas a Lorenzo, que Sergio Messen lo tomó del cuello y que Leonel Herrera le metió un cortito en las costillas. No pasó nada. Salvador Allende, que estaba en Buenos Aires por la asunción del presidente Héctor Cámpora, recibió al plantel en la embajada de Chile. En la revancha de Santiago (0-0), el árbitro brasileño Romualdo Arpi Filho, me dice también Caszely, “reconoció su equivocación” al marcarle offside “en un gol legítimo”, porque lo habilitaban cuatro jugadores del Rojo. Y en el desempate de Montevideo fue el turno del árbitro paraguayo José Romei, aunque Independiente, con Bochini-Bertoni titulares en la parte final, ganó 2-1 en el alargue imponiendo autoridad. Chamaco Valdés asegura que “nos anticiparon que los árbitros aparecerían en nuestro hotel para ser sobornados. Íbamos a hacer una vaca en el plantel, pero el presidente Héctor Gálvez se opuso. La terna de jueces llegó, esperó y al ver que no pasaba nada se fue”. Messen, aún más duro, afirmó que “la terna de árbitros estaba sobornada en las tres finales”. Habló de cifras (33.000 dólares) y se declaró convencido de que “ese Independiente se inyectaba”. Son leyendas comunes en la Copa de los 70, cuando había equipos, del país que fuere, que dopaban a los jugadores de todo el lateral izquierdo para un partido y, si la revancha era tres días después, a los de todo el lateral derecho para el siguiente.
Diez mil personas, que llegaron de cualquier modo porque seguía la huelga de transporte, recibieron a Colo Colo en el aeropuerto. Veintitrés días después de la final, el 29 de junio de 1973, se produjo el “Tanquetazo”, un fallido golpe, que incluyó cerca de 500 balazos a La Moneda y, entre otras, la muerte del camarógrafo argentino Leonardo Henrichsen, y que fue abortado por el general constitucionalista Carlos Prats, asesinado por la DINA en 1974 en Buenos Aires. Leonardo Veliz, que junto con Caszely no ocultaba su pensamiento de izquierda, dijo alguna vez que, más que Colo Colo, fue tal vez la selección chilena la que retrasó el golpe. En la Roja, además del DT Alamos, jugaban once jugadores de Colo Colo, algunos de los cuales llegaron a disputar cerca de 80 partidos en 1973. El 5 de agosto, el Chile con base de Colo Colo venció en desempate de Montevideo 2-1 al Perú del Cholo Sotil y ganó el derecho a un repechaje con la entonces URSS para ir al Mundial 74. La ida, en Moscú, un partido sin registros de TV y que terminó 0-0 en el Estadio Lenin, se jugó quince días después del golpe. El avión partió el 18 de septiembre para jugar primero ante México. “¿Qué opina de que haya muertos flotando en el Mapocho?”, preguntó un periodista a Caszely, autor de dos goles en el primer triunfo de Chile en el Azteca. “¿De qué estás hablando? Pregúntame por los goles, no tengo idea”, respondió el jugador.
La URSS no se presentó a la revancha porque el Estadio Nacional, escenario del partido, era centro de detención, tortura y muerte. La farsa, se sabe, se celebró igual ante 15.000 hinchas, con árbitro FIFA y jugadores chilenos arrancando desde mitad de cancha y pasándose la pelota hasta que el Chamaco Valdés, capitán, hace el gol simbólico, que decreta el triunfo reglamentario. Es el mismo Chamaco que días antes había pedido la liberación de jugadores y vecinos que eran víctimas de la dictadura. Caszely, que en ese mismo 1973 fue transferido al Levante español por 130.000 dólares, conmovió cuando en 1988 participó de la célebre campaña por el no que condujo al fin de la dictadura. “Fui torturada y vejada brutalmente tantas veces que no las conté, por respeto a mi familia y a mí misma”, dice en el spot Olga Garrido. “Sus sentimientos son los míos, esta señora es mi madre”, añade Caszely, que aparece en la imagen, ante la sorpresa de millones de chilenos.
Caszely, que este viernes participará de un debate en San Pablo sobre fútbol, dictaduras y política junto con Raí y algunos presidentes sudamericanos, forma parte del filme francés Rebeldes del fútbol, escrito por Eric Cantona y que incluye, entre otros, al brasileño Sócrates y al marfileño Didier Drogba. También señalado por hinchas porque fue expulsado en Alemania 74 y falló un penal en España 82, Caszely ocupó fugazmente hasta hace unos días la representación de los socios ante Blanco y Negro, la empresa privada hoy dueña de Colo Colo, que tuvo como accionista inicial al hoy ex presidente Sebastián Piñera. “Ooooh, lo que quiere el pueblo, que se vaya, Blanco y Negro”, cantaban los hinchas. Los coros cesaron cuando Colo Colo subió a la punta y, tres semanas atrás, salió campeón. Pero el fútbol es algo más que títulos e ídolos. Una camiseta de Colo Colo con el nombre de Alexis Sánchez brillaba en esas mismas horas en la cancha El Mugriental, de la población José Miguel Carrera, en Antofagasta, Chile profundo. El ex árbitro Héctor Baldassi contaba los pasos, el Tata José Luis Brown se alistaba en el arco y Pedro Monzón y el DT uruguayo Víctor Púa controlaban la acción. Braian, a los 11 años ya con problemas de drogas y cuyo padre se había colgado tiempo atrás en uno de los postes de luz, gritaba feliz tras anotarle el penal a un campeón mundial.
LA NACION