23 May Panzeri
Por Ezequiel Fernández Moores
Le agradezco mucho la incomodidad de haber estado vivo alguna vez, pero más le agradezco el entusiasmo que puso en estar incómodo.” Roberto Di Giano tomó prestada una poesía que Joaquín Giannuzzi dedicó a Almafuerte y se la ofreció a Dante Panzeri. Diego Bonadeo controló como pudo la emoción al enterarse de que los que estaban frente a él eran, ya mayores, claro, los hijos de Panzeri. Y les recordó a Sandro y a Flavia Panzeri que a su padre lo habían echado de El Gráfico porque en 1962 se negó a reproducir unas palabras del ingeniero Alvaro Alsogaray en una crónica de un Boca-River, como le pedían los dueños de la revista. “¡Pero claro que el deporte es política!”, decía el propio Panzeri, según recordó enseguida el periodista Gustavo Veiga. “Y está bien que lo sea? ¿Cómo no va a ser también política el deporte cuando a través del deporte se forja una conducta humana?… Negarlo -siguió el texto leído por Veiga, que Panzeri escribió en La Opinión en 1976- es una estulticia. Averiguarlo es una sandez. Si todo hombre es un político aun cuando no se interese por la política, forzosamente tiene que ser política todo lo que hace el hombre. Incluyendo el ocio. O el negocio del ocio que es el deporte. Hasta el apolítico es un político.”
Pablo Llonto recordó algunos de los modos tajantes de Panzeri, acaso el periodista más mítico del deporte argentino. “Ponía, por ejemplo, en un título «Boxeo. Homicidio legalizado. Monzón pelea esta noche?» o «Automovilismo, actividad industrial?».” “Y en Satiricón -siguió Alejandro Wall- escribía, por ejemplo, «Los dirigentes de fútbol, con perdón de la palabra?» y seguía.” Wall, que mostró la partida que certificaba que Panzeri nació en 1923 en Rosario, y no en Las Varillas (Córdoba), como consignan todas las crónicas, eligió citar otro texto. “El periodismo -escribió Panzeri- más que cuarto poder es el primer poder. No hay quien lo juzgue. Y si alguien osa hacerlo puede incurrir en un delito mucho más severo que el desacato. Es la casta más intocable entre todas las castas que la prensa propugna eliminar.” Y dentro de esa casta, decía Panzeri, brillaba con luz propia la del periodismo deportivo. Sonreía Ariel Scher, que hizo reír a todos al contar que su padre le impuso la lectura de Panzeri cuando él tenía siete años.
Lo mejor sucedió cuando, después de los periodistas, comenzaron a hablar familiares y amigos de Panzeri, presentes en la sala. Siempre circuló la versión del almirante Carlos Lacoste, el hombre fuerte de la dictadura en el deporte, sobre una reunión que tuvo con Panzeri. Lo había invitado a su casa de Belgrano para hablar del Mundial 78, a cuya organización Panzeri se oponía argumentando que sería un “despilfarro” de dinero. “Panzeri -relató Lacoste- llegó a casa a las nueve y media con dos enormes carpetas y nos pusimos a charlar sobre el Mundial. Él expuso sus puntos de vista opuestos a los míos y yo traté de hacerle ver que estaba equivocado. Se retiró casi pasadas las dos de la mañana. Resultado: no lo pude convencer acerca de la conveniencia de organizar el Mundial, pero Panzeri casi convenció a mi esposa de la conveniencia de no organizarlo.” Carmen, madrina de Sandro Panzeri, contó el jueves otra versión: “Nos dijo que fue imposible hablar porque a Lacoste le sonaba el teléfono cada dos minutos. Y que entonces se cansó de la situación y le dijo: «Mire señor, mejor me voy a mi casa y lo llamo por teléfono que me va a atender mejor». Y se fue”.
Sucedió el jueves pasado en la librería La Libre, de San Telmo. Capitán Swing, mérito del tenaz Sebastián Kohan Esquenazi, reeditó Dinámica de lo impensado , un clásico de la literatura deportiva que Panzeri escribió en 1967. Asustado de los profetas de la “modernidad”, Panzeri reivindica al fútbol como “arte del imprevisto”, “espontaneidad”, “engaño” y “lucha de picardías”. No hay fútbol “viejo” versus fútbol “moderno”, dice, sino que “hay dos únicas maneras posibles de jugar al fútbol, bien o mal”. “Para adelantar hay que retroceder. Lo antiguo puede no ser caduco. Lo moderno puede no ser progresista.” Y sigue Panzeri: “El fútbol siempre será antiguo, porque no es ciencia que pueda enseñarse”. Y porque, además, siempre habrá una “oposición combativa” que también quiere la pelota. Por eso, porque siempre habrá un rival que también juega, decía Panzeri, el fútbol es “dinámica de lo impensado”. Alarmado ante un futuro que veía negro, Panzeri jamás podría haber imaginado que su libro se reeditaría también en España y en plena vigencia de un equipo como Barcelona, de cuyos jugadores y (ahora ex) DT podría sentirse “orgulloso”. Lo dice en el prólogo de la flamante reedición el gran periodista español Santiago Segurola. Eso sí, mientras Panzeri “aboga por la espontaneidad para construir el orden natural del fútbol, Guardiola considera que el orden es el factor indispensable para alimentar la espontaneidad de los jugadores. Dos posiciones opuestas, pero que conducen al mismo sitio: al fútbol bien jugado”, dice Segurola.
Los jugadores de físico pequeño y talento inmenso de Barcelona, que efectivamente agradarían a Panzeri, han hecho un arte del engaño, el toque y la dinámica para esquivar el choque. “Jugamos como mi padre me contaba que lo hacía Brasil”, dijo alguna vez Guardiola. Los primeros jugadores negros del viejo Brasil también potenciaban su habilidad para evitar el choque contra el blanco. Era lo más conveniente en tiempos de duro racismo. Extasiados por su juego preciosista, pocos reparan hoy en la dura disciplina que tiene el Barcelona para recuperar la pelota. Tostao suele recordar que los delanteros del idealizado Brasil de México 70 cometían más faltas que los propios defensores para ayudar en la marca. Y tampoco se habló mucho de que el arrollador “fútbol total” de los holandeses precisaba de una presión feroz sobre el rival. Omisiones, tal vez, aprovechadas por otros para erigirse en patrones absolutos del orden y del pragmatismo. Escribe Andrés de Francisco en un hermoso epílogo de la nueva reedición de Panzeri: “En el fútbol, como seguramente en la vida, tiene prioridad lo útil sobre lo bello”. Y “se puede vivir sin belleza, sin duda -sigue De Andrés-, pero no se puede ser feliz sin ella”. En el fútbol -agrega- y también en la vida.
Panzeri, que murió en abril del 78, poco antes del Mundial, suele ser recordado como un denunciante crónico y un disconforme eterno. “Ayer vi ocho partidos. Todos mal. Los jugadores mal. El árbitro mal. Hasta los vendedores de panchos desubicados”, decía “Panzeri” en el teatro Maipo. Era un Panzeri de ficción. Panzeri, que tenía enorme popularidad, jamás se habría prestado a ese show. “Actitud constante de Catón”, “jamás pisó un vestuario”, “yo y la pelota”, lo critica, aunque lo respeta, el fallecido periodista uruguayo Emilio Lafferranderie (El Veco) en el libro Dante Panzeri Entretelones , de Ampelio Liberali. El “cabrón intransigente”, que tuvo retos a duelo, amenazas en estadios y demandas judiciales, creía sin embargo en la “belleza” del fútbol. Por eso, decía que al fútbol le faltaban tres cosas: “Dirigentes, decencia y wines”. “Era inclasificable”, dijo su hija Flavia en la presentación del jueves pasado. Supuesto “liberal” echado por no publicar a Alsogaray, Panzeri dijo alguna vez que “la libertad de prensa es para los cinco dueños de los grandes diarios o las grandes editoriales, pero nada que ver con el público o con el periodista”. “Revolución -escribió en otra ocasión- no es cambiarlo todo. Revolución es sanearlo todo.” Panzeri, que duró apenas cien días en su último trabajo en La Prensa, contó que en la sensacionalista ASI , que vendía entonces unos 700.000 ejemplares, tuvo más libertades que en El Gráfico . Que no podía hacerse cargo de dónde trabajaba, pero sí de lo que él escribía. Carmen, la madrina de Sandro Panzeri, contó esta otra anécdota el jueves pasado: desalentado un día con el periodismo, Panzeri llegó a decirle a María, su esposa italiana, que, tal vez, debía buscar trabajo en otro oficio. “Si es necesario, yo me voy a vender limones, pero vos -le contestó María- no vas a dejar de escribir.” Mañana se celebra un nuevo Día del Periodista. Si viviera, Panzeri estaría seguramente destapando alguna cloaca. Buscando belleza entre la basura.
LA NACION
Foto: Sebastián Domenech