No estamos solos en el universo

No estamos solos en el universo

Por Alberto Rojo
Casi con certeza, el universo está sembrado de planetas remotos con especies inimaginables, posiblemente muy diferentes de las que pueblan la Tierra. No tenemos ancestros comunes, pero compartimos con ellas el mecanismo de la vida. Si bien la génesis de ese mecanismo es todavía un enigma, sabemos que es un proceso físico, como sabemos también que su evolución, desde las formas más primitivas a las más complejas, requiere un balance preciso de condiciones ambientales: un planeta más o menos del mismo tamaño de la Tierra, que orbite a la distancia justa del “Sol” que lo ilumina.
La existencia de planetas fuera del sistema solar era una conjetura natural desde tiempos de los astrónomos del Renacimiento, cuando quedó claro que el Sol es una estrella. Si los planetas giran alrededor del Sol, lo natural es pensar que las estrellas tienen sus propias familias planetarias. La confirmación directa llegó recién en 1995, cuando los astrónomos Michel Mayor y Didier Queloz descubrieron el primero (llamado 51 Pegasi b), a 50 años luz de la Tierra. Desde entonces, en ese ínfimo intervalo de menos de 20 años se observaron, con diversas técnicas astronómicas, más de 5000 estrellas con sistemas planetarios. Y hace pocos días, un artículo publicado en la revista Science reportó la observación del primer planeta propicio para la vida, el ahora famoso Kepler-186f.
De este descubrimiento alucinante charlé en un café de Ann Arbor con Fred Adams, uno de los autores del trabajo y director de tesis de Elisa Quintana, la primera autora. Fred mismo, junto con Paul Butler, encontró, entre 2008 y 2010, 12 planetas. “Pero nuestro descubrimiento no fue revolucionario porque para entonces ya se habían encontrado muchos; si lo nuestro hubiera ocurrido en los años 90 -dice entre risas-, la cosa habría sido distinta.”
En sus trabajos anteriores, Fred usó datos del telescopio Magallanes y concluyó que el movimiento oscilante de la estrella observada se debía al tironeo de un planeta que giraba a su alrededor. De otro modo, habría estado quieta. Para causar ese movimiento en la estrella, el planeta debe ser muy grande (Júpiter hace lo mismo con el Sol) y un planeta muy grande no es propicio para la vida.
A Kepler-186f lo descubrieron con otro método. Un telescopio espacial, el Kepler, puesto en órbita en 2009, registra el brillo de muchísimas estrellas y busca detectar sus disminuciones ocasionales. Si las disminuciones de brillo de una estrella se repiten regularmente en el tiempo, es dable inferir que un planeta está girando alrededor de él, obstruyendo periódicamente parte de la luz que llega al telescopio. El tiempo entre cada disminución de brillo es el año de ese planeta (el tiempo que éste tarda en completar una vuelta alrededor de su Sol). Con los datos registrados por Kepler se identificaron ya 413 estrellas (bautizadas secuencialmente Kepler-1 hasta Kepler-413) y 962 planetas, etiquetados con letras consecutivas, empezando con la “b” para el más próximo a su estrella: Kepler-186f es entonces el quinto planeta de la estrella Kepler-186, que está a 500 años luz de la Tierra. Y ahí podría haber vida.
Según el trabajo de Science, el año de 186f es de unos 130 días. Ese dato, y el tamaño de Kepler-186 (astro bastante más chico que nuestro Sol) dan una idea de la distancia del planeta a la estrella. A partir de ahí infieren que recibe menos calor que nosotros, pero suficiente para que haya mares de agua líquida y no congelados, que son poco propicios para la vida (si estuviera más cerca, el calor evaporaría los mares). La otra variable crucial es el tamaño del planeta. En un planeta muy chico la gravedad no es suficiente para atrapar materia gaseosa (el nitrógeno y el oxígeno que respiramos), y por eso no tiene atmósfera. Y un planeta muy grande atrapa más gas de la cuenta, sobre todo moléculas y átomos muy livianos que abundan en el universo (helio e hidrógeno), que interfieren con la respiración de los organismos vivos. La información del tamaño no está en el brillo cambiante de la estrella; hay que extraerla de consideraciones teóricas en las que Fred es experto. Y Kepler-186f tiene, o parecería tener, el tamaño justo: apenas un 10% más grande que la Tierra.
Estamos lejos de garantizar que en Kepler-186f haya vida, y mucho menos vida inteligente, pero lo magnífico de este descubrimiento es que insinúa la existencia de una infinidad de planetas similares a la Tierra. Según Fred, se estima que casi la mitad de las estrellas tienen planetas. Agrego, en tono especulativo, que si después de examinar “apenas” 5000 encontramos uno habitable, aproximadamente uno de cada 5000 planetas será habitable. Sólo en nuestra galaxia hay 400.000 millones de estrellas, con millones de planetas posiblemente parecidos a la Tierra. Y se estima que en el Universo hay 500.000 millones de galaxias. Resulta inconcebible que estemos solos, dada la vastedad de ese mercado inmobiliario poblado de planetas hechos de los mismos elementos químicos -los ladrillos de la vida- que la Tierra, y donde rigen las mismas leyes físicas.
Por primera vez en la historia de la humanidad somos capaces de dirigir la mirada tan lejos. En algún lugar remoto del espacio y del tiempo (pues lo registrado hace un año ocurrió en realidad hace 500 años, el tiempo que tarda la luz en llegar desde Kepler-186 a la Tierra) podría haber formas complejas de vida. Haremos contacto con ellos en un futuro quizá remoto. Mientras tanto, de algún modo, nos acompañan.
LA NACION