Los extraños nombres que recibe la hoy célebre arroba en otros idiomas

Los extraños nombres que recibe la hoy célebre arroba en otros idiomas

Por Uriel Bederman
Célebre gracias al email y al auge de Twitter, el símbolo de la arroba tiene su propia historia para contar. Curiosidades idiomáticas penden de su redondez: desde el rabo de un simio hasta un postre de manzana. Pero vamos al asunto.
Pulsar dos o más teclas para anotar el símbolo @ se ha convertido en un acto corriente, que no requiere cálculo. La misma suerte corre su mención: cuando vociferamos una dirección de correo electrónico o una cuenta de Twitter, articulamos su nombre con la misma soltura que, varias décadas atrás, alguien decía estampilla o buzón. El símbolo hoy es tecnológico, aunque su origen no.
La arroba fue una medida de peso popular entre los comerciantes de Europa y Oriente del siglo XVI, representando la cuarta parte de una medida superior, el quintal. En la báscula arroja entre 11,5 y 13 kilogramos, según la región en la que se utilice. A pesar de sus mutaciones, nuestro diccionario evidencia la cuna del término al indicar que la locución adverbial por arrobas significa abundantemente, sobrada, excesivamente. Su empleo para vincular productos con precios unitarios (en muchos países aún la llaman A comercial) explica su inclusión en los teclados de las máquinas de escribir aparecidas en Estados Unidos hacia fines del siglo XIX, herencia que recibió en entorno informático.
El 21 de junio de 1971, Ray Tomlinson envió el primer y mítico email de la historia desde la cuenta tomlinson@bbn-tenexa de la red Arpanet, antecedente directo de Internet. La presencia en el teclado de un signo en desuso motivó a este ingeniero a utilizarlo para intermediar entre el nombre de usuario y el del dominio, dándole continuidad a la dirección de correo electrónico.
Además, la grafía del signo -ese dibujo que avanza en caminos circulares- se vincula a la fusión gráfica de la palabra latina ad que, entre otras acepciones, se traduce como en, at en inglés. En este orden, la elección de Tomlinson adquiere más sólido cimiento: escritas de este modo, las direcciones de correo se corresponden con el esquema equis usuario, en equis dominio. Un dominio es, grosso modo, un nombre fácil de recordar para un conjunto de recursos que, técnicamente, se identifican mediante números difíciles de retener. Por ejemplo, gmail.com o lanacion.com.ar. Pero volvamos a la arroba.
A comienzos de este siglo, el historiador italiano Giorgio Stabile dio con un documento comercial fechado el 4 de mayo de 1536 en el cual aparece dibujada una arroba. En una entrevista cedida a La República, el académico revela detalles acerca de su pesquisa en torno del símbolo y de un posible uso por parte de Leonardo Da Vinci. Stabile la llama chiocciola, es decir, caracol. Ocurre que al término, bajo los efectos de la globalización, se lo conoce bajo múltiples denominaciones, algunas más que curiosas.
Al igual que en italiano, le llaman caracol en coreano (dalphaengi) y en esperanto (heliko), aunque en el idioma universal también le dicen volvita A, que significa A envuelta. Si bien en hebreo se conoce como shalbul (otra vez caracol), strudel es otro de sus nombres, tanto en ese idioma cuanto en idish; basta observar el perfil de este postre manzana típico de Europa Central para encontrar un fundamento visual. En esta misma dirección, algunos españoles le dicen ensaimada.
Sin embargo, el reino animal es el más visitado: trompa de elefante o cola de cerdo en danés; cola de gato en finlandés; ratoncito en mandarín; gusano en húngaro y, entre sobrados ejemplos, patito en la tierra del Partenón. Otros curiosos: arenque en adobo en checo, y también alfa encrespada; los rusos le dicen rosa, y A loca para los serbios. Pero es el simio el más elegido para hablar de la arroba en el mundo. En alemán, frisio, holandés y rumano, entre otros, la denominan cola de mono.
Actualmente la arroba ha sido captada por ciertos militantes de la igualdad de género y por aquellos que bajo licencias del lenguaje la anotan en reemplazo de la a de las chicas y la o de los muchachos. Son pocos, eso sí, los que muestran habilidad para dibujarla dignamente sobre una hoja, lapicera en mano, en esas extrañas ocasiones en las que anotamos una dirección de correo electrónico por fuera del mundo digital.
LA NACION