Eric Hobsbawm, un retrato intelectual

Eric Hobsbawm, un retrato intelectual

Por Ana María Vara
La “era de los extremos” -como llamó al siglo XX- fue para Eric Hobsbawm tanto experiencia como objeto de análisis, en un sentido comprometido, íntimo y agonístico. Nació el 9 de junio de 1917 en Alejandría, entonces sultanato de Egipto y parte del Imperio británico. Huérfano de padre a los 12 y de madre a los 14, ambos de familia judía, fue adoptado por sus tíos, con quienes pasó parte de su adolescencia en el Berlín que vio el ascenso de Hitler. En ese contexto políticamente efervescente, justo antes del desastre del que lograron escapar, se hizo comunista. “No sorprende que sus memorias de la última marcha del ya condenado Partido Comunista Alemán en el atardecer berlinés lo hayan marcado más profundamente que sus tiempos de estudiante secundario en la paralizada Londres del gobierno nacional”, describió Perry Anderson, sellando en un instante biográfico el origen de una decisión política que lo acompañaría para siempre.
Estudió en el King’s College de Cambridge ?y fue admitido en la elitista fraternidad estudiantil de los Apóstoles en la que previamente habían participado intelectuales del grupo de Bloomsbury, John Maynard Keynes, Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein. Esta distinción podría haberlo protegido inicialmente de las suspicacias que despertaba su comunismo, que de todos modos lo mantuvo lejos de cualquier ocupación interesante cuando fue enrolado durante la Segunda Guerra y que demoró su ascenso como profesor.
“La versión británica del macartismo fue débil y errática, pero Hobsbawm cree que tuvo suerte al ser nombrado como asistente de Historia en el Birbeck College de Londres antes de que la crisis de 1948 diera impulso a la Guerra Fría”, especula el periodista Neal Ascherson, que fue su alumno en Cambridge.
Aunque algunos críticos pusieron en duda esta apreciación, resulta claro que la filiación política de Hobsbawm produjo una incomodidad constante en el mundo académico anglosajón. Se lo interrogó repetidamente sobre las atrocidades del régimen soviético, sobre los cismas de la izquierda, sobre la caída del Muro. Por otra parte, de manera sistemática, fue presentado como “historiador marxista”, un calificativo que, con una carrera ya consagrada, no le quitaba reconocimiento ni ponía en duda su rigor, pero que limitaba el alcance de su maestría: como si Hobsbawm nunca pudiera ser considerado, sencillamente, el mejor historiador británico del siglo XX.
Y eso a despecho de que sus trabajos clave se hubieran convertido tempranamente en manuales universitarios, a la vez que en long sellers. Su trilogía inicial se ocupó del largo siglo XIX: La era de la revolución. 1798-1848 (1962); La era del capital. 1848-1875 (1975); La era del imperio. 1875-1914 (1987). Cerca de los 80 años, en 1994, publicó el libro de sus tiempos: La era de los extremos. El corto siglo XX. 1914-1991 (hoy conocido en español como Historia del Siglo XX). Tan amplio es el reconocimiento de estas cuatro obras que incluso el historiador de derecha Niall Ferguson, uno de los intelectuales referentes del neoconservadurismo norteamericano, las considera “la mejor introducción a la historia del mundo moderno en idioma inglés”.
Vale apuntar que Hobsbawm mismo reconoció algún impacto de su afiliación en su trabajo. Según argumentó en sus memorias, Años interesantes, la demora por estudiar su propio siglo se debió a que “dadas las fuertes visiones que el Partido y la Unión Soviética tenían del siglo XX, uno no podía escribir sobre nada posterior a 1917 sin afrontar la alta probabilidad de ser denunciado como un hereje político”.
Si historiador desde los comienzos de su carrera, en el último tramo de su vida se convirtió en un intelectual, y en uno muy prolífico, incluso pasados los 90 años. En los ensayos agrupados en Guerra y paz en el siglo XXI, publicados en 2007, argumentó de manera decidida contra la orientación de la política estadounidense en la era Bush, comparando el nuevo imperialismo de ese país con el británico; y analizó los impactos más importantes de la globalización, adelantándose a la crisis que estallaría al año siguiente. El año pasado publicó Cómo cambiar el mundo. Marx y el marxismo, donde hizo su propio balance sobre el pensamiento marxista desde distintas perspectivas. Prueba de su capacidad de trabajo hasta el final es que para 2013 está programada la publicación de Fractured Times -“Tiempos fracturados”-, que tratará aspectos de la cultura y la sociedad actuales.
Preocupado por el declive de los Estados-nación, que entendía como escenario ineludible de la política, y por las limitaciones de la democracia clásica ante los desafíos del impacto humano en el ambiente, “de proporciones geológicas”, consideraba que nos enfrentamos a los problemas del siglo XXI con un conjunto de mecanismos políticos “radicalmente inadecuados para abordarlos”. Testigo y analista de un siglo que había concentrado lo mejor y lo peor de la historia, ante los nuevos desafíos, alentaba: “Pero de aquí es de donde hemos de partir”.
LA NACION