03 May Entre la elegancia y la velocidad, un homenaje a los legendarios autos de carreras
Por Jorge Pandini
Desde hace 20 años me dedico al periodismo de automóviles. Me puse al volante de todo tipo de modelos: familiares, convertibles, todoterreno, minicars, nafteros, gasoleros, eléctricos, impulsados por hidrógeno. Como se imaginarán, en cada reunión de amigos hablamos de autos y casi siempre aparece una pregunta: ¿Cuáles son los mejores deportivos que manejaste? Potentes, veloces, bellos, suelen ser los más preciados. No es cosa de todos los días, pero digamos que ponernos al volante de vehículos de 300, 400 o 500 CV de potencia máxima es algo que suele sucedernos con cierta frecuencia…
Sin embargo, hace algunas semanas tuve una de esas experiencias que se dan, tal vez, una vez en la vida: ponerme al volante del Porsche 918 Spyder. Se trata de una edición limitada a 918 unidades de un superauto único: moderno, aerodinámico, con un motor naftero y dos eléctricos, tracción integral y una potencia, cuando todos los impulsores trabajan en conjunto, de 887 CV, casi como un Fórmula 1.
Todavía recuerdo lo que pensé cuando lo vi en uno de los últimos salones del automóvil: “¿Qué se sentirá manejarlo?” Pronto lo descubriría.
La cita fue en el autódromo Ricardo Tormo. Llegué temprano y asistí a una breve conferencia sobre las características del modelo.
Se trata de un auto híbrido, que combina un motor naftero con otro eléctrico (en este caso dos eléctricos, uno por eje), y es un homenaje a los legendarios coches de carreras Porsche. Por un lado se basa en el 917 de 1970, y por otro recuerda al exitoso RS Spyder.
En pocas palabras, se trata de una bestia que combina un V8 naftero de 4.6 litros y 608 CV de potencia máxima, más dos motores eléctricos que, sumados, entregan otros 286 CV adicionales.
El resultado es un auto que puede funcionar dócil y silenciosamente usando sólo la electricidad o convertirse en un auto de carrera; de hecho es el primer vehículo con permiso de circulación internacional que registró 6 minutos y 57 segundos para dar la vuelta en el mítico Anillo Norte de Nürburgring.
El auto tiene cinco formas de conducción que se seleccionan desde un comando ubicado al volante, parecido a los que tienen los Fórmula 1.
Con E-Power, sólo funcionan los motores eléctricos; con Hybrid, los motores eléctricos y el de combustión trabajan de forma alternada; con Sport Hybrid, el motor naftero empuja de forma permanente; con Race-Hybrid se obtiene el máximo rendimiento y un estilo de conducción especialmente deportivo, y la frutilla del postre es el modo Hot Lap, que se activa pulsando un botón rojo que libera todas las reservas del 918 Spyder para algunas vueltas rápidas.
Finalmente, el gran momento llegó. Un Porsche GT3 con un piloto profesional iría adelante y me indicaría cuándo cambiar los modos de conducción. “Disfrútelo”, fue lo último que escuché.
Ponerlo en marcha es una sensación extraña porque apenas se escucha la activación de los sistemas eléctricos, es algo parecido a lo que sucede en la cabina de un avión. Pisé el acelerador y empecé a moverme por la calle de boxes; el silbido de los motores eléctricos comenzó a escucharse, algo parecido a un suave sonido de turbina; primera curva a la izquierda y antes de terminar la corta recta cambié al modo Hybrid; el ronco sonido del V8, cuyos escapes están justo atrás de la cabeza en la parte superior de la carrocería, sonó como música para mí.
Di la primera vuelta tratando de tomarle la mano al auto y al circuito; enfilé en la recta principal, cambié al modo Sport y pisé el acelerador con fuerza.
Como pocas veces en mi vida, la espalda se pegó al asiento y el 918 salió disparado hacia delante devorando asfalto. El final de la recta se me venía encima, pisé el freno y el auto se pegó al suelo; curva cerrada a la izquierda y comencé, con más confianza, el segundo giro. Frenaba cada vez más cerca de las curvas; aceleraba cada vez con más firmeza. “Race Hybrid”, sonó la voz del piloto del GT3 en mi handy .
Giré el selector ubicado en el volante, pisé el acelerador y escuché el trueno de los escapes. Sin perderle el respeto, pero cada vez más amigado con la pista fui por más.
Una acelerada demasiado brusca antes de tiempo y el Spyder amagó con ponerse de costado; contravolante, enderezada y otra vez la aguja del velocímetro que trepaba tan rápido como la de un jet. Nos quedaban tres vueltas y estaba llegando a la última curva, cuando escuché la esperada indicación: “Hot lap”, dijo la voz en el handy .
Pulsar el botón rojo no sólo puso al Spyder en su máxima expresión; también mi adrenalina trepó a las nubes. Conocía la capacidad del auto antes de subirme: de 0 a 100 km/h en 2,6 segundos; de 0 a 200 km/h en 7,6 segundos; de 0 a 300 km/h en menos de 20 segundos. Pero una cosa es leer la ficha técnica en el escritorio y otra es estar arriba del auto… “Allá vamos”, me dije, y pisé el acelerador; mi nuca impactó contra el respaldo, el auto rugió como nunca y el cuentavueltas trepaba y trepaba. El paredón de la calle de boxes se esfumaba a mi lado; en un abrir y cerrar de ojos ya estaba otra vez al final de la recta.
Consciente de que no hay que despertar demonios que después no se pueden controlar pisé el frenó con fuerza y la fantástica caja PDK de 7 marchas hizo lo suyo; uno, dos, tres, cuatro rebajes y metí la trompa del Spyder en la curva. Me quedaba todavía una vuelta rápida por delante. Me lancé por última vez.
La vuelta final fue lenta, para enfriar los frenos y estacionarlo en boxes. Todavía teníamos una sorpresa más: un paseo, con el 918, por las calles de Valencia. Cada detención en un semáforo y decenas de personas se acercaban para ver el auto de cerca.
Al fin me bajé y, de algún modo, me despedí de ese auto fantástico. Como toda experiencia, las sensaciones suelen ser muy difíciles de transmitir a los otros.
Obviamente, a mi regreso, la pregunta de mis amigos esperaba una respuesta. Esa que, ahora, yo comparto con ustedes. ¿Qué sentí manejando el Porsche 918 Spyder? Bueno, se me ocurre definirlo con una sola palabra: felicidad.
LA NACION