24 May El título de gran maestro, una singular historia que cumple un siglo
Por Carlos Ilardo
Esta es una crónica reminiscente. Pertenece a otro siglo, acaso a un tiempo que no fue hermoso ni su gente libre de verdad. Hace 100 años, para el Imperio Ruso, la práctica del ajedrez representaba algo más que un simple juego de guerra. Durante la dinastía Romanov, el zar Nicolás II llevó a cabo, con particular impronta, la celebración de un histórico certamen: el Torneo San Petersburgo 1914. Fue una competencia que dio origen a un reconocimiento indeleble: la creación del título de gran maestro de ajedrez; una bendición que partió del todopoderoso zar y que desafió el paso del tiempo a lo largo de toda una centuria sin que nadie se atreviera a modificarla. Nace la historia.
Tal vez, en la fatua y veleidosa forma de gobierno de Nicolás II, que fue entronizado de apuro y sin ablande en 1894, a los 26 años y tras la inesperada muerte de su padre Alejandro III, de 49, se encuentre la clave del porqué, hace exactamente un siglo y mientras un crispado clima social afectaba a buena parte del continente europeo, el zar aprobó, 60 días antes del inicio de la Primera Guerra Mundial -un conflicto que entre horrores y espantos causó 9 millones de muertos-, la realización de una competencia con motivo de los festejos por el 10° aniversario de la Sociedad de Ajedrez de San Petersburgo.
Fue así que entre el 21 de abril y el 23 de mayo, en el Club Liteiny Prospekt, se celebró el histórico certamen: San Petersburgo 1914; cuyo proyecto inicial incluía la invitación, con gastos de traslado, estada y honorarios pagos, para cada uno de los 24 mejores ajedrecistas del orbe.
Algunos como Amos Burn, Richard Teichmann o Szymon Winawer rechazaron el convite por cuestiones de edad, mientras que otros como Oldrich Duras, Geza Maroczy, Rudolf Spielmann, Savielly Tartakower y Carl Schlechter se excusaron ante la tensa relación que afectaba y amenazaba la paz entre el Imperio Austrohúngaro y Rusia.
Por ello, sólo 11 jugadores concurrieron a la cita: Emanuel Lasker (alemán), el campeón mundial; José Raúl Capablanca (cubano) y Akiba Rubinstein (ruso), los dos principales aspirantes al título; los rusos Alexander Alekhine y Aron Nimzowitsch, ganadores de los torneos Todas las Rusias en 1913 y 1914, respectivamente; otro ruso (Ossip Bernstein), el campeón norteamericano, Frank Marshall; el alemán Siegbert Tarrasch, los ingleses Isidor Gunsberg y Joseph Blackburne, y el francés David Janowski.
Cada sesión de juego se fijó en un máximo de 7 horas y media, ya que el ritmo de las partidas se estableció en 2 horas para las primeras 30 jugadas por rival, de otros 90 minutos para los siguientes 22 movimientos, y 15 minutos a finish. El torneo se disputó por round robin (todos contra todos) a una sola vuelta, y solamente los cinco mejores clasificados accedieron a la siguiente serie, en la que se enfrentarían a doble vuelta (partida y revancha) con cada rival.
Fue entonces cuando Nicolás II, personaje tímido, romántico e idealista, amante del teatro, la música y la navegación, dio la sentencia con alcance de poder real: “Los cinco mejores ajedrecistas recibirán el título de gran maestro de ajedrez, creado a partir de este momento por disposición del Imperio Ruso”.
El 24 de mayo de 1914, tras el final de la competencia, los actores posaron para la foto, con la tabla de posiciones conformada de la siguiente manera: 1° Lasker, 13,5 puntos, 2°, Capablanca, 13, 3°, Alekhine, 10, 4°, Tarrasch. 8,5 y 5°, Marshall, 8.
Si bien la FIDE, el organismo rector de la actividad fue creada en París, en 1924, hasta mediados del siglo XX, y considerando que entre 1939 y 1945 el mundo fue sacudido por la Segunda Guerra Mundial, solamente estos cinco ajedrecistas mantuvieron esa condición única. Pero, en el Congreso de la FIDE en Yugoslavia, en 1950, se revalidaron los cinco títulos existentes y fueron reconocidos otros 27 jugadores, entre ellos el argentino Miguel Najdorf, con idéntica distinción. A partir de 1958 se establecieron los requisitos formales para alcanzar el título de gran maestro.
El ingreso de la tecnología en el mundo del ajedrez acortó las horas de estudios y aumentó la cantidad de jugadores titulados. Su ayuda provocó que se fueran batiendo récords de precocidad para tamaña hazaña. Bobby Fischer fue el más joven gran maestro, con 15 años, en 1958, pero el ucranio Sergey Karjakin, que obtuvo el título con 12 años y 7 meses, en 2002, es la nueva marca por vencer.
Hace un siglo en San Petersburgo se disparó la anécdota. La imposición del zar y la coronación de los primeros grandes maestros. Una historia singular, que resistió dos guerras y mantiene vivo el recuerdo.
LA NACION