El regreso de la niña prodigio del tenis

El regreso de la niña prodigio del tenis

Por Malva Marani
Sé que el tenis siempre será parte de mi vida, y definitivamente algo en lo que puedo confiar.” Cuando la histórica tenista suiza Martina Hingis (cinco Grand Slam, 209 semanas como número 1 del ranking WTA) pronunció esas palabras, todavía faltaba un año para que el deporte que practica desde los dos años se convirtiera -para ella- en un terreno no tan confiable. Era agosto de 2006, más de un año antes de que se conociera su dóping positivo en Wimbledon de la temporada 2007. Se la acusó de haber consumido cocaína y aunque la tenista de entonces 27 años se declaró inocente y se hizo una contraprueba (un control capilar, que dio negativo), el mundo del tenis no dejó de señalarla. A dos temporadas de su regreso a las canchas -se había alejado por una lesión en su tobillo-, Hingis respondió con su retiro (entonces) definitivo. Y su querido deporte, ese que la predestinó con su mamá también jugadora y con el nombre de la leyenda checa Martina Navratilova, le dio la espalda: en los dos años de suspensión que la suiza prefirió no afrontar, ni siquiera se la dejaba ingresar como espectadora a ver un partido.
“Eso la marcó emocionalmente”, le contó la estadounidense Lindsay Davenport, rival pero también amiga, al New York Times. “No fue fácil para ella. Por eso, creo que cuando finalmente logró levantarse, todavía no estaba lista para abra¬zar de nuevo al mundo del tenis. Le tomó un tiempo curar esas heridas”.
Martina Hingis tomó su primera raqueta cuando la mayoría de los niños empiezan la salita de dos años. De ahí en adelante comenzó su carrera exponencial: a los cuatro, jugó su primer torneo; a los ocho, se mudó junto a su mamá a Suiza (ella nació en Kosice, hoy Eslovaquia); a los 16, ganó el Abierto de Australia, su primer Grand Slam en solitario (el año anterior había conquistado Wimbledon, en dobles), y se convirtió en la campeona de un Major más joven del siglo XX. Dos meses después, sería número 1 del mundo (otra vez la más chica en la historia del tenis) y, antes de cumplir 17, ya se había consagrado en Wimbledon y en el US Open, además de alcanzar la final de Roland Garros. Esa niña prodigio cobijada por el universo tenístico, cuando se volvió mujer y fue ex¬pulsada de él, tardó seis años en amortiguar el golpe.
Y, cuando lo hizo, volvió. “No tengo ninguna expectativa. Obviamente, no me pondría en esta posición si no me sintiera capaz para competir a este nivel. Veremos”, explicó Hingis en su segundo regreso. El triunfal. La elección de quien hoy tiene 33 años (uno más que el suizo Roger Federer y la estadounidense Serena Williams) fue el dobles. “Siempre dije que yo era mucho mejor jugadora de dobles que de singles. La clave es el trabajo en equipo, y, claro, tener el compañero correcto”. La pareja ideal, para esta renovada Martina Hingis que volvió a competir en julio del año pasado en Carlsbad, llegó recién este 2014, luego de no tan buenas actuaciones junto a la primera elegida, la eslovaca Daniela Hantuchova, con quien ganó tres partidos en cinco torneos jugados.
La multicampeona suiza, que durante su retiro se dedicó a entrenar jugadoras, se decidió por la alemana Sabine Lisicki, justamente una de sus discípulas, nueve años menor. En el debut de la pareja, en Indian Wells, perdieron en la ronda inicial. Pero el domingo pasado se coronaron campeonas del Masters 1000 de Miami, tras vencer en la final a las rusas Ekaterina Makarova y Elena Vesnina por 4-6, 6-4 y 10-5.
Hingis no se consagraba por la WTA desde su título en Doha, en 2007 (también en parejas), y la sonrisa con la que recibió el trofeo y posó para la foto no le entraba en la cara. Se notaba, en sus ojos achinados de felicidad, que no estaba haciendo cuentas sobre aquella última consagración, ni sobre su edad, ni sobre su título número 81 (38 en dobles, 43 en singles). Tampoco era una revancha. Ni dolía ya la cicatriz. “¿Si voy a seguir jugando? Si me preguntaban hace dos semanas, hubiera respondido algo completamente diferente. No estaba segura. Pero después de esta victoria, las cosas cambiaron: sería muy feliz de continuar jugando algunos dobles más.” Para una de las mejores tenistas de la historia, simplemente, era volver a sentir eso: jugar al tenis, con¬fiar en él, y ser feliz.
EL GRAFICO