Cuando los hijos llegan… después de los 50

Cuando los hijos llegan… después de los 50

Por Ludmila Moscato
“Bienvenido @cuervotinelli al club de los mitad papá-mitad abuelo! Lo más lindo que te puede pasar en la vida!”, escribía esta misma semana Mauricio Macri, en Twitter, para felicitar a Marcelo Tinelli, quien, según se supo, será padre a los 53 años, junto con su novia Guillermina Valdés, de 36. Tanto el jefe de gobierno como el conductor televisivo forman parte de una ola de hombres “maduros” que, al encarar una nueva relación, apuestan otra vez a la paternidad.
A una edad en la que generaciones anteriores pensaban más en ser abuelos que padres, hoy es cada vez más común ver hombres divorciados que, luego de décadas de matrimonio y con hijos ya grandes, vuelven a creer en el amor con mujeres más jóvenes, lo cual lleva, en muchos casos, a tener otros hijos. Pero ¿es necesario tener un hijo para consolidar un vínculo? “No es imprescindible, hay parejas que sólo deciden consagrarse el uno al otro”, sostiene Andrés Rascovsky, psicoanalista y ex presidente de APA.
“Pero indudablemente el compromiso de tener un hijo, que es eterno, de protección y cuidado parental, genera una situación diferente, les da a ambos integrantes de la pareja una dimensión temporal de eternidad, es una gestación de algo entre dos y eso, claro, es una experiencia maravillosa”, agrega el psicoanalista.
Así lo entiende la mayoría de los testimonios consultados para esta nota, en especial, teniendo en cuenta que se trata de casos en los que la mujer aún no había sido madre. Por eso hay quienes piensan que con la llegada de un hijo no solamente se podría llegar a reafirmar el vínculo, sino que incluso es una forma de preservarlo… “El hecho de que ella no haya tenido hijos antes de conocerme hizo que pactáramos al comienzo de la relación que íbamos a tener uno, ella quería ser madre. Al principio le dije que no, que yo quería disfrutar, que ya había pasado ese momento para mí. Pero después entendí que no podía negarle su maternidad”, confiesa Alberto Odíz, de 54 años, padre de Franco, de siete.
Para Marcelo Sencio, que a los 52 tuvo otro hijo, esta circunstancia no tuvo que ver sólo con la consolidación del vínculo, sino con un deseo suyo y de su nueva mujer, de 37. Además, él considera que la llegada de Agustín lo hizo sentirse mejor y cuidarse más: “Es un rejuvenecer, te obliga a estar mucho más activo, estar en forma, hacer cosas en función de una expectativa de vida más alta que en otros tiempos”, concluye. “Tener un hijo a los cincuenta puede ser tremendamente estimulante, un relanzarse a la vida de pareja de una manera distinta con una mujer joven”, refuerza Rascovsky.
Por supuesto que tomar esta decisión no siempre resulta sencillo, sobre todo si el hombre en cuestión creía que la persiana de la paternidad ya estaba cerrada para él. “En un primer momento, me asusté un poco al preguntarme cómo me iba a llevar con esto. Después, durante el embarazo, me fui amigando con la idea, y una vez que apareció Juana, me cambió el mundo”, recuerda Gerardo Freideles, que, a pesar de tener dos hijos grandes, volvió a ser padre hace un año y medio, a sus 52. Los fantasmas que tuvo antes de ser papá en esta segunda vuelta, los disipa mediante el stand up, ya que además de empresario es. comediante. “Siempre digo en chiste que cuando fui a anotar a mi hija al jardín maternal, toqué el timbre y me dijeron que el Día del Abuelo ya había pasado. Tenés ese miedo al principio, el temor de ir y que sean todos papás jóvenes, después te das cuenta de que no es cierto, casi no hay papás de 24 o 25 como en mi época -cuenta-. Hoy la mayoría de los padres son de 35 en adelante, y hay muchos casos como el mío, de papás que ya están en la segunda vuelta.”

LOS HIJOS MÁS GRANDES
La reacción de los hijos más grandes puede ser otra fuente de conflictos. Los de 30, por ejemplo, están transitando una etapa en la que, probablemente, ellos mismos estén siendo padres, y no siempre aceptan vivir el mismo proceso a la par de su progenitor. “Al principio fue un golpe para mis hijos la llegada de Franco porque ellos ya eran grandes: tengo una hija de 30, otra de 28 y uno de 23, pero cuando nació el bebe se allanó todo, tienen una buena relación, de total cariño y respeto”, detalla Alberto Odíz.
Por su parte, el doctor Rascovsky explica que estas situaciones pueden llegar a ser bastante problemáticas: “Estos días me comentaban el caso de un hombre cuya hija iba al jardín de infantes con su nieta, y la nieta le decía: «Vos sos mi tía». Las familias ensambladas no siempre logran una armonía suficiente, no siempre los hijos del primer matrimonio aceptan gustosamente a los del segundo”.
¿Y qué motivaciones puede tener un hombre de 50 para reincidir en la paternidad? Enrique Novelli, miembro titular de APA, arriesga: “Una lectura posible es que el hombre, en cierto sentido, está mostrando una especie de poderío en relación con la sexualidad, porque a veces no alcanza el poderío económico, como un buen puesto laboral; entonces esto lo pone en una línea de «yo todavía puedo, y puedo con mujeres más jóvenes»”.
Gerardo Freideles coincide con esta hipótesis, pero también se hace cargo de la edad que tiene, la etapa que hoy transita y cómo lo hace. En este sentido, destaca algo fundamental: para ellas, la experiencia también tiene su matices. “Yo creo que una mujer de treintaypico que tiene un bebe con un hombre de 50 tiene que saber que no es lo mismo que tenerlo con uno de 30. Se te va a levantar menos a la noche, va a cambiar un pañal menos, estás un poco más gastado. Cuando tenes 28 te codeás a ver quien va, a los 50 va más la mamá que el papá”.

PUERTAS ADENTRO DE LA PAREJA
Una decisión así puede tener que ver, a su vez, con otro plano: el de la intimidad de la pareja. Según Rascovsky, “la mujer va reduciendo su apetencia sexual mucho más rápido, y si el hombre siente que no es deseado por ella y aparece deseado por otra, entonces bueno, el camino está muy facilitado”.
En palabras del psicoanalista, el hecho de que los hijos sean más grandes y falten en el hogar, a muchos hombres les puede hace añorar la escena familiar de tiempos pasados. Por eso buscarían, de alguna forma, revivirla: “De repente los hijos tienen más de veinte años, se van retirando, y se pierde esta escena familiar, del hogar, que han disfrutado mucho en la primera secuencia de sus vidas”.
Modelos heredados o autoimpuestos también pueden tener incidencia en la voluntad de estos hombres de ser otra vez padres. Esto ocurriría, según los especialistas, porque “quizás en el núcleo masculino esté la idea de tener una gran familia, que es una suerte de marca biológica; esa antigua matriz de tener muchos hijos que colaboraban con la familia y con el padre… Lo que sucede es que la economía y la vida actual limitan mucho un deseo que es primario en ciertos hombres”.

MOMENTOS DIFERENTES
Sea por el motivo que fuese, todos los casos consultados lo viven con plenitud. Y todos, también, aseguran que la vivencia es muy diferente a la de haber sido padres de muy jóvenes. “Esta vez, yo fui al pediatra en la primera consulta con conceptos que tenían 20 años de antigüedad, ponele, que tienen que dormir boca abajo al lado de la madre, le recité toda la lección al pediatra, canchereando delante de mi mujer, y el pediatra me miró y me dijo: «cambió todo, todo lo que me dijiste ya no sirve»-bromea Gerardo Freideles-. Pero hablando en serio, a los 50 te parás de otra manera con los berrinches, con las mañas, te asustás menos, llamas menos al médico, estás más tranquilo para todo. Las cosas que te podés perder por tener un bebe no te importan. A los 20 o a los 30 es una etapa en la que te querés comer el mundo, estás a mil y te cuesta parar por un hijo. Además, estás menos armado económicamente. En cambio, éste llega cuando vos le das más valor al disfrute. Ir a Palermo a leer el diario y dar una vuelta con el cochecito, por ejemplo, es un plan increíble para mí”, agrega.
Más allá de toda la experiencia que se pueda haber tenido, lo cierto es que no hay un solo mapa posible: cambian los tiempos, las coyunturas e incluso los paradigmas, pero un hijo siempre enseña. Y, según parece, hay muchos cincuentones que están dispuestos a seguir aprendiendo.
LA NACION