17 May Autores de habla hispana le rinden tributo al gran maestro del terror
Por Ivana Romero
Cuando era chico, Jorge Luis Cáceres leyó La torre oscura III: Las tierras baldías, un libro escrito por un señor cuyo nombre (de apellido breve y sonoro) relucía en la tapa de letras doradas: Stephen King. “Fue un camino de ida. Desde entonces no puedo parar de leer cada uno de sus textos”, cuenta el escritor ecuatoriano, de paso por Buenos Aires. Como tributo a los 46 años de publicación del primer cuento de King –publicado en un fanzine y llamado Yo fui un adolescente ladrón de tumbas– Cáceres se encargó de editar No entren al 1408. “Bueno, sí, cualquier excusa es buena para hablar del maestro”, concede. Se trata de 22 cuentos que reúnen a escritores de América Latina y de España con un denominador común: son fans de la escritura de King, deudores de su escritura, del modo en que ha sabido construir un terror que no acontece en castillos lejanos sino en el corazón de las sociedades contemporáneas. Esta antología fue publicada en Quito por La Biblioteca de Babel y será editada aquí por Interzona en los próximos meses. En ella publicaron sus relatos tres escritores argentinos: Mariana Enriquez, Juan Terranova y Luciano Lamberti.
“Me interesó ver qué ocurría con el terror como género en América Latina porque, como tradición literaria, aquí no existe. Tal vez sí en España, de allí la decisión de incluir también a autores de ese país”, cuenta Cáceres. De todos modos, el hecho de que un género aún no se valide como tal no implica que ese género no exista. Algo parecido a lo que ocurre con los fantasmas. Así que las huellas del terror se pueden encontrar también en clásicos argentinos: “King admira profundamente a Jorge Luis Borges, a quien dedica su ensayo La danza macabra, porque considera que la narrativa borgeana se ocupa de lo insólito y a través de eso, de lo terrorífico”, continúa el editor.
No entren al 1408 –que alude a la habitación terrorífica que King armó en uno de sus textos– se abre con el cuento de Enriquez “Los Domínguez y el Diablo” que escribió especialmente para esta antología. Allí se cuenta la historia de una adolescente con una madre depresiva y un hermano que acaba de morir, fascinada con una amiga que es parte, a la vez, de una familia obsesionada por la religión. “La adolescencia es una etapa que revisito con mi escritura. Quizás más que la adolescencia, el fin de la infancia, el largo fin de la infancia. Creo que es una etapa, en efecto, muy intensa, y que tiene algo intrínsecamente terrorífico, relacionado con el cuerpo, con el desconcierto emocional y con cierto desamparo especialmente de las chicas a esa edad, que son muy silvestres y desatadas”, explica la escritora. Agrega que le gusta escribir sobre las amistades entre chicas en ese borde filoso donde no son niñas ni adultas “porque tienen una profundidad y una violencia casi criminal, como compañeras en un universo tan peligroso y hostil que cualquier paso al costado es una traición que se castiga”.
Enriquez apunta que el terror ha quedado subsumido, en países con una historia tan violenta como los nuestros, dentro de la literatura relacionada con lo político. “Hace unos años, Elvio Gandolfo editó una antología de terror argentino para Alfaguara y más allá de algunos cuentos muy de género como ‘Verano’ de Cortázar o ‘La gallina degollada’ de Quiroga, la mayoría de los otros también podrían formar parte de una antología de cuento político. Gandolfo eligió ‘El matadero’ de Echeverría, ‘Cabecita negra’ de Rozenmacher, ‘El niño proletario’ de Lamborghini, ‘Infierno grande’ de Guillermo Martínez… Estoy de acuerdo con él: son cuentos de terror”. “Luego, continúa, hay escritores que escribieron mucho terror pero rara vez se los lee así, como Cortázar (‘Circe’ y ‘La puerta condenada’ son dos ejemplos). “Hay fragmentos de 2666 de Bolaño que son francamente de terror también. No sé si hay que construir un terror sudamericano: creo que por ahora se manifiesta donde puede y que eventualmente encontrará sus escritores y sus temas con menos pudor”, considera.
“La masacre del equipo de vóley” es el cuento de Terranova, incluido originalmente en Vienen bajando, considerada “la primera antología argentina de cuento zombie” que se consigue en Internet y que relata una historia con muertos vivos en el Conurbano Bonaerense. “La modernidad ya demostró que puede lidiar muy bien con todo tipo de zombies, lo cual no quiere decir que haya logrado erradicarlos, pero los contiene, lo rutiniza, se transforman en una parte del paisaje. Los desheredados de la tierra, los drogadictos, los lúmpenes, los purulentos. Yo quería escribir eso. ¿Qué pasa cuando los zombies se vuelven rutina? ¿Cómo funcionan como objeto de deseo y amenaza?”, interpela el autor.
En cuanto a una posible genealogía, Terranova resalta el cuento de Lamberti “La canción que cantábamos todos los días”, que forma parte de esta antología. “Es el que más cerca está de King, el que mejor lo entendió y que más productiva hizo su enseñanza. El cuento pertenece a un libro, El loro que podía adivinar el futuro, que tiene mucho de King y a sus vez de los maestros de King, como Kurt Vonnegut, Ray Bradbury y Philip K. Dick”, observa.
Esa apreciación tiene que ver con lo que el mismo Lamberti dice sobre King: “De su escritura me interesa la generación de climas y de esos grandes símbolos (It, El resplandor) que se van creando ladrillo por ladrillo a lo largo de esas (largas) novelas y son siempre símbolos de lo inefable o inexplicable. Me interesa también que puedan funcionar en varios niveles, que sean entretenimiento pero a la vez exploren cierta oscuridad del espíritu estadounidenses, y estén ligadas a la gran literatura del sur. Para mí King es hijo directo de William Faulkner y Flannery O’ Connor”.
TIEMPO ARGENTINO