Pablo Goldschmidt: “En ciertas circunstancias, la comunidad médica sufre de miopía intelectual”

Pablo Goldschmidt: “En ciertas circunstancias, la comunidad médica sufre de miopía intelectual”

Por Nora Bär
“Desde el lunes están bombardeando Kolofata, en Camerún, cerca de Nigeria. Me dice Ellen, la médica con la que trabajo, que grupos ultra extremistas invadieron los pueblitos del Norte, y que el ejército está bombardeando a los dos lados de la frontera. La gente huye y los sobrevivientes corren con los bebés en brazos hacia Kolofata y al interior del país. El hospital en el que debería estar ahora está lleno de heridos de bala, esquirlas de bombas y derrumbes de chozas de barro.”
Este relato estremecedor no fue escrito por un reportero de guerra, sino por un científico. Nacido en la Argentina, y “multigraduado” de bioquímico, farmacéutico y psicólogo en la UBA, Pablo Goldschmidt es capaz de pasar, en lo que dura un vuelo de avión, de la investigación de punta en un aséptico laboratorio del Centre National d’Ophtalmologie des Quinze-Vingts, de París, a villorrios rodeados de yuyos en algunas de las regiones más pobres del planeta, donde participa en misiones humanitarias para evitar la ceguera por tracoma, una infección bacteriana.
Lugares como Guinea-Conakry, donde la expectativa de vida no llega a los 50 años, el 60% de los hombres y el 82% de las mujeres son analfabetos, los miserables caseríos carecen de agua potable o letrina, y ni los hospitales tienen electricidad. O como Kolofata, en Camerún, donde el analfabetismo llega al 95%.
“La pobreza extrema que hace posible esta infección es inimaginable”, asegura.
Radicado en la ciudad luz hace más de treinta años, Goldschmidt es un investigador sensible, humanista y vehemente, que se rebela contra la sumisión a las “modas” imperantes en la medicina y frecuentemente llega a conclusiones provocativas.
Como perito de la OMS trata a los chicos infectados y entrena personal de salud para enfrentar esta catástrofe sanitaria que podría evitarse con un tratamiento de 0,8 dólares por persona. Pero para su frustración, tras haber erradicado la infección en cientos de poblados rurales cumpliendo al pie de la letra la estrategia de la organización sanitaria internacional, comprobó que luego de tres años en algunos distritos hasta el 15% de los chicos volvía a presentar signos de tracoma activo y no menos del 25%, caras sucias y moscas nutriéndose de las secreciones de sus ojos y nariz, la señal de alerta de la enfermedad.

-¿Qué experiencia dejan más de diez años de campañas contra el tracoma?
-En 2008, 2009 y 2010 seguimos los lineamientos de la OMS y las cosas salieron bastante bien, porque lo eliminamos en un 95% . Pero en 2013 nos encontramos con que de nuevo había chicos enfermos. En Etiopía la gente ya está yendo siete veces seguidas a dar antibióticos. En algunos lugares de Tanzania, hasta nueve veces. ¿Por qué la gente vuelve a enfermarse, si no hay ningún caso dscripto en el mundo de Chlamydia trachomatis resistente al fármaco que les estamos dando? En un trabajo que acaba de publicarse en Tropical Health and Medicine, planteo que no bastan las cloacas, ni las letrinas, ni siquiera la “educación para la salud”, si no hay escolarización.

-¿Les explicaban a las madres que el tracoma puede mantenerse alejado con sencillas medidas de higiene?
-En esos lugares hay gente de fundaciones como la de Bill Gates y la de Carter, que están haciendo baños y letrinas; y sin embargo hubo una terrible epidemia de cólera. En Nigeria, este año hay polio, sobre todo en las nenas, porque no dejan ir a vacunar a las escuelas coránicas: creen que la vacuna esteriliza a las mujeres. Una situación gravísima. Y te dicen que tenés que educar para la salud. Entonces, yo organizo grupos y explicamos que los microbios están en las moscas, que hay que hacer esto y lo otro. Lo hacemos en las puertas de las casas, en los pozos y los mercados. Hubo que hacerlo 250 veces en 250 pueblos. ¿Cómo es posible que cuando vuelvo en 2013 hay chicos llenos de moscas? ¿No será que la estrategia de la OMS es reduccionista?

-Suele pensarse que, habiendo un fármaco efectivo, la batalla está ganada. ¿No es así?
-Que desde Ginebra y Nueva York, lleguemos a tratarlos, les digamos que se laven la cara y los ojos no alcanza. Te vas y siguen sucios, porque no hay asociación de causa y efecto. Me di cuenta de que estamos con madres que no fueron a la escuela, y que las madres de estas madres no fueron a la escuela, y las madres de éstas tampoco. ¿Cómo alguien que nunca entendió lo que es una hipótesis, una causa y un efecto va a entender cuando viene gente de París, Ginebra y Londres a decirles que hay que lavarse la cara porque si no van a quedar ciegos? Cuando dicen “hay que educar para la salud”, cometen un error gravísimo: hay que hacer colegios, porque quince o veinte minutos de consejos no sirven. Una cosa es desparramar conocimiento y otra, transmitirlo. Hay lugares en Tanzania donde van por el séptimo año de tratamiento, y chicos en Camerún que recibieron diez tratamientos con antibióticos. Pero los pueblitos siguen infectados. Los antibióticos sirven, pero la gente sigue enferma. Y lo mismo ocurre con muchas otras enfermedades.

-¿No hay experiencias exitosas?
-El primer país que erradicó el tracoma es Marruecos. Dieron muchísimos tratamientos, lo que muestra que los antibióticos y los médicos curan. Pero fijate: en los años setenta, menos del 39% de los chicos iban al colegio; en 2011, un 96% están escolarizados. ¿No será que la escuela cura más que los remedios? En Gambia, en 1991 tenían menos del 50% de los chicos escolarizados. En 2011, más del 80%. ¿Sabés que en Gambia prácticamente sin ningún médico desapareció el tracoma? Y lo más notable ocurrió en Nepal y en China. En Nepal no se hizo ninguna intervención, pero se construyeron colegios. La maestra tiene un poder sanitario mucho mayor que la enfermera o el médico.

-¿Todo indica que es imperativo restituirle una dimensión sociológica y antropológica a la medicina?
-Hay que incluir otros valores, sociológicos y filosóficos. No se puede mejorar la higiene solamente con investigación farmacológica. Si hay que repetir siete o nueve veces un tratamiento para un microbio que es sensible al fármaco, el problema no es el microbio. Sin embargo, en la última reunión de la OMS, en Ginebra, las directivas fueron en una dirección completamente diferente: hay que mejorar los tests de Chlamydia, hay que volver más seguido a los pueblos a dar remedios… ¿Hasta cuándo vamos a seguir pensando en términos científicos y médicos solamente, negando la evidencia de que si la gente no va a la escuela, la educación para la salud no sirve?

-¿Por qué decidiste radicarte en París?
-A los 21 o 22 años había entrado a trabajar en el Malbrán y en el Borda. Un día, mientras viajaba en tren a mi casa en Villa Ballester con un libro de Francoise Dolto sobre psicoanálisis y pediatría, sube un grupo del ejército y me dicen: “¿Qué es esto?” Y cuando abro la contratapa se lee “esta revolucionaria visión de la psiquiatría”. Me agarraron de los hombros, me bajaron, me pusieron contra la pared. Fue terrible. Yo no tenía bagage ideológico, no sabía qué hacer, era joven e ingenuo. Entonces me dije que me tenía que ir. Recorrí muchos países de Europa hasta que fui al Instituto Pasteur, de París, donde había una selección con 24 candidatos. Me dijeron: ¿”Cuándo quiere empezar?”

-¿Cómo fue la adaptación a una cultura y un medio diferentes?
-Hoy, a ningún chico joven le diría que venga. En otros lugares, cuando llegás de afuera sos interesante, podés enriquecerlos con tus diferencias; acá sienten que es para comer el pan de ellos, y te lo dicen mañana, tarde y noche. Al principio, cuidé chicos, limpié verdura en un restaurant universitario. hasta que una amiga me propuso hacer guardias de terapia intensiva, un trabajo que nadie quiere porque hay que quedarse toda la noche. Después hice un doctorado, crecí y me fui blindando. En cierto sentido, hay una cultura un poco medieval, pero hay otros aspectos muy positivos. Menos verso y macaneo. Y un respeto único por lo que se llama “el interés común”. En el hospital, todos los días me dicen: “Vos tenés que hacer lo mejor posible en el mundo para tus pacientes con el menor costo”. Entonces, cuando te educan así, te volvés más exigente con el Estado y con vos mismo.

-¿Qué te llevó a participar como voluntario en misiones humanitarias?
-Cuando gané el concurso para ser funcionario de la república en Bioquímica y me dieron el cargo en el hospital, firmé por tiempo parcial. Pero como yo voy todo el tiempo y no pueden pagarme horas extras, me dan jornadas de recuperación, que son alrededor de 6 por mes, más los 35 días de vacaciones. Me pareció inmoral quedarme en casa. El próximo lunes salgo para Mozambique.
LA NACION