Omar De Felippe, el futbolista al que Malvinas le cambió la vida

Omar De Felippe, el futbolista al que Malvinas le cambió la vida

Por Jeremías Prevosti | canchallena.com
Su cabeza prefería no pensar, sino estar ocupada, aunque por momentos le resultaba imposible. Estaba en la guerra, pero aún no lo sentía. Sólo percibía el desolador silencio que se escuchaba en cada rincón de las Islas. El frío era cruel. Dolía. Y, mientras, la cabeza trataba de concentrarse en la fogata y los mates que ayudaban a luchar contra, hasta ese momento, el único enemigo, el frío. Pero, sin quererlo, pensaba. Sin embargo, a las 4.40, de ese primero de mayo de 1982, en territorio malvinense, todo volvería a cambiar para ese joven de 20 años. Un ruido lejano irrumpió en la tranquilidad de la noche. Un instante después, habrán sido minutos o, tal vez, segundos, el ruido se intensificó y se dejó reconocer: eran hélices, era un avión. Luego, la primera bomba tocó la tierra y dos más la acompañaron. En él, un sentimiento irreconocible se apoderó de cada una de sus células. Poco después entendería: era miedo, era la guerra.
A 30 años de aquel trágico enfrentamiento que le costó la vida a 649 soldados argentinos, 255 británicos y tres civiles isleños, más otros tantos posconflicto, Omar De Felippe, ex jugador y entrenador de fútbol, habló con canchallena.com y narró su experiencia en Malvinas. “Hace unos años, cuando estaba contando en una nota que no iba a hablar más del tema, el camarógrafo me miró y me dijo: ‘No lo tome mal, pero nos gustaría que la historia la cuenten los que estuvieron y no cualquiera’. Me hizo reflexionar y tiene razón. Uno debe homenajear a los compañeros que volvieron y a los que quedaron allá. Es importante que no se olvide y las nuevas generaciones lo sepan”, confiesa De Felipe, sentado al borde de la pileta del edificio donde vive, en el barrio porteño de Caballito.

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El 7 de abril, a la madrugada, cinco días después de que el ejercito argentino tomara Puerto Argentino, un soldado le entregó a Rosa, la madre de De Felippe, una cédula de citación para su hijo, que acababa de ser dado de baja del servicio militar. Entre lágrimas, como si hubiese sentido lo que vendría, entró al cuarto de Omar, que aún descansaba, y le dio la noticia. “Le dije que se tranquilice, que después iba. Y, a las 10, me presenté en el regimiento. Yo no pensaba que me iban a llevar. Y cuando entré, me dieron la ropa y me contaron el pelo. Parecía algo normal. No nos decían nada”, recuerda el ex DT de Olimpo, equipo con el que logró el ascenso a primera división en 2010 y que dirigió hasta noviembre de 2011.

Las siguientes 48 horas de De Felippe, como él explicó, estuvieron cargadas de incertidumbre. El viernes 9 de abril vería por última vez a su familia antes de viajar a Malvinas. Pero ellos no lo sabían. Él tampoco. “Cuando se fue la visita, nos formaron y nos empezaron a entregar el armamento. Entraron a unos colectivos, nos subieron y salimos para Malvinas”, cuenta Omar, y agrega: “El viaje tuvo dos etapas muy marcadas. La primera fue la salida del regimiento con mucha algarabía. La gente nos alentó durante todo el viaje al Palomar. De mi familia no había nadie. La única persona que conocía era un amigo que estaba dando vuelta por ahí. Me preguntó dónde íbamos y le dije que no sabía, pero que le avise a mi vieja que me iba y que iba a estar bien. La segunda fue cuando llegamos al aeropuerto, donde todo cambió. En las cinco o seis horas que duró el viaje, creo que no hablé. Era otra realidad la que íbamos a empezar a vivir”.
De Felippe desembarcó en la Isla Soledad y, tras caminar más de 12 kilómetros por un camino sinuoso y acechado por las bajas temperaturas, llegó a Puerto Argentino. “La primera imagen siempre la recuerdo: era un agujero en la pared de una casa que se había ocasionado cuando tomamos Puerto Argentino. Mientras recorríamos las calles, los padres encerraban en las casas a los niños que jugaban en la plaza. Ellos también tenían miedo. Una vez instalado, comenzamos la rutina”, describe el ex jugador de Huracán, Villa Mitre y Olimpo, entre otros, con la mirada perdida, como si aún estuviese viendo esas imágenes.
Pero esa rutina cambió aquel primero de mayo, cuando comenzaron los enfrenamientos, cuando el miedo invadió a Omar, como seguramente lo hizo con gran parte de los jóvenes que lucharon, casi sin recursos, para defender a la Patria.
“No me imaginaba la guerra así. En un momento, mirando un combate, parecía una película. Hasta había momentos de belleza por la trazante de los fuegos. No llegás a ver a la gente, ves las cosas que se tiran. Tiene de todo una guerra. Estás sentado, rezando para que no te caiga una bomba, pero sabiendo que están cayendo en algún lugar y psicológicamente te destruye. Por momentos, no teníamos cómo contrarrestar los ataques de ellos a toda hora. No dormís, estás sobresaltado constantemente”, relata De Felippe, que, sin quererlo, mezcla pasado con presente, como si aún fuese parte de ese combate.
¿Cómo se hace para ver morir a un compañero y seguir? ¿Para no comer y sacar energía de donde no la hay? ¿Para que nada te afecte? Para De Felippe, la respuesta es una sola: “Mecanismos de defensa”. Y explica: “Te vas endureciendo de tal manera que sólo te preocupás por tu grupo, que son 4 o 5 personas. Todo se hace más duro. Y vos te endurecés tanto que por ahí ves morir a alguien y es como que no hubiera pasado nada. Creás mecanismos de defensa que no hay nada que te pueda alterar tu pensamiento y tu supervivencia. Mirás las cosas y no te penetran”.
“No cierro los ojos para recordar, lo hago estando despierto. Son situaciones que viví y estarán siempre presentes: pasar hambre, sufrir frío, estar descompuesto, tener que robar para comer, tener que comer la grasa que sobraba, escuchar la primera bomba, tirar todas las balas que pudimos. Hay mil imágenes en la cabeza”, dice, mientras esa mirada sigue perdida a más de 1900 kilómetros de donde está sentado, 30 años atrás. Y esos recuerdos, que parecen volver a sentirse, llevan a otros: “Era difícil cerrar los ojos y dormir. El peor momento fue cuando sabíamos que estaban los gurkhas [soldados británicos] dando vuelta por la noche y te acostabas con la nueve milímetros sin seguro en el pecho. El alerta siempre fue permanente y eso te llevaba a dormir con un solo ojo. Allá no nos daban tanta información, pero te enterabas por rumores que se corrían”.
El 14 de junio la guerra llegó a su fin, o no. Quizás, fue sólo el principio de todo. “Cuando se firmó la rendición, nosotros estábamos volviendo del frente. Caminamos unos ocho kilómetros, pero fue un caos. Si bien la guerra se había terminado, nos seguían disparando. Hubo heridos y hasta muertos. Fue un descontrol. Teníamos que empezar a readaptarnos a lo que sería la vuelta. Cuando empezaron a llegar los ingleses, vimos a los chicos de 18 años que ellos traían para hacer experiencia. Ellos eran profesionales. Los de mayor rango no podían entender el equipamiento y la ropa que teníamos”, recuerda. Y continúa: “Nos juntaron a todos en Puerto Argentino para llevarnos al aeropuerto y, en la mitad del camino, nos iban desarmando. Eso fue devastador. Muy difícil. Es una mezcla de bronca, de odio, de dolor”.
Una vez de regreso, De Felippe, junto al resto de los combatientes, estuvo 48 horas aislado en Campo de Mayo. “Comíamos asado a toda hora: a la mañana, al mediodía, a la tarde y a la noche. No usábamos los cubiertos, comíamos con las manos. Nuestro estado de ansiedad era muy grande. Hubo muchas peleas ahí adentro. Las deudas no cobradas en Malvinas se dirimieron ahí a mano limpia”, relata, mientras la mirada parece haber vuelto y, con ella, De Felippe.
A punto de cumplir 50 años, De Felippe, casado y con una hija, la pequeña Bianca, de cinco años, reflexiona: “Siempre lo digo, más allá de lo familiar, el fútbol me salvó la vida. No sé si habré tenido las condiciones suficientes para ser jugador, pero Huracán me había evaluado mucho tiempo. Tan bueno no era porque no jugué en ninguna selección, pero me ayudó a encarrilarme en la vida. Me dio la posibilidad de poder ser una persona normal, como cualquiera, sin olvidar que me tocó estar en una guerra, de la cual tengo mucho orgullo de haber estado”.
Prohibido olvidarse.
LA NACION