Las peripecias de un peligroso manifiesto nazi

Las peripecias de un peligroso manifiesto nazi

Por Alejandro Horowicz
Que el libro de Adolf Hitler haya vuelto a ser un best seller en el 2012; que Amazon, la librería virtual más importante del mundo, señale asimismo el boom de descargas de Mi Lucha durante el año que acaba de culminar, no puede no producir una razonable inquietud.
Asociado al miedo visceral tras el derrumbe del Tercer Reich en 1945, por su carácter de programa nazi responsable de la mayor tragedia histórica con más de 50 millones de muertos, que incluyen 6 millones de judíos; inseparable de la ingenua idea sobre la potencia hipnótica de la “personalidad” de Hitler, sobre su sicopática aptitud para someter, el texto terminó regando una leyenda que incrementó su manifiesta potencia comercial. Sin embargo, nadie editorialmente significativo estaba dispuesto a poner su pie de imprenta a semejante panfleto programático nazi, más allá de lo que personalmente pensara sobre la libertad de prensa.
Por tanto terminó siendo casi una rareza bibliográfica, y su lectura en papel había quedado constreñida al insignificante núcleo del nazismo teórico. Pequeñas ediciones clandestinas, compradas en oscuras y destartaladas librerías. El juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén, curiosamente potenció su esquiva popularidad. Y los lectores argentinos que estaban en el ajo –Eichmann se había refugiado en esta amable región, junto a centenares de jerarcas de idéntica procedencia– sabían dónde adquirirlo: un puesto de diarios de Corrientes y Talcahuano, la librería Huemul de la avenida Santa Fe, tras las conferencias furiosamente antisemitas del padre Julio Meinvielle. Eran los años de Tacuara, de la Guardia Restauradora Nacionalista, del catolicismo preconciliar, de los personajes que graciosamente Engels apostrofara como practicantes del “socialismo de los imbéciles”. Esta claro, esos tiempos quedaron sumamente atrás.
Un dato clave se impone. La prohibición de reeditarlo que todavía ejerce el actual propietario de los derechos de autor (Estado de Baviera, Alemania), seguirá vigente hasta el 31 de diciembre de 2015, cuando venza definitivamente el copyright, al cumplirse 70 años de la muerte de Hitler. De esa fecha en adelante ningún argumento legal podrá trabar su comercialización, lo que de ningún modo asegura un crecimiento de las ventas.
Sin embargo, una novedad de bulto puede modificar este panorama: la crisis europea y global. Es cierto que no se trata de una reproducción de los acuerdos de Versalles del año ’19, acuerdos que transformaban a Alemania en una suerte de semicolonia financiera de Francia y Gran Bretaña, al tener que pagar unas imposibles “reparaciones de guerra”; y sobre todo la distancia entre la miseria que impuso la crisis del ’30, no guarda proporción con los padecimientos actuales de un español, o un griego; entre ambos episodios median los restos del Estado de Bienestar, y su apoliyada red de contención, pero no cabe ninguna duda de que la pendiente de la degradación social avanza, y que nadie cree que esta situación quedará zanjada en el 2015.
Con varios añadidos. Antes que la crisis estallara, el debate sobre los nuevos judíos de Europa, los musulmanes, ya se había instalado. El grado de racismo aumentaba al mismo tiempo que la bonanza económica tendía a desaparecer. Basta recordar el crecimiento de fuerzas como la de Jean Marie Le Pen, durante los ’90 para entender. Los emigrantes eran los responsables de todo, quitaban trabajo a los locales, empiojaban las condiciones laborales aceptando peores salarios, y lo que es mucho mas grave, sus hijos ya no se conformaban con las “conquistas” de sus padres, y reclamaban salir de los nuevos ghetos, y como sus planteos caían en oídos sordos no descartaron la acción directa. Miles de automóviles quemados en París remiten a episodios de la primera mitad de la primera década del 2000. Por eso, si bien Le Pen no ganó las elecciones nacionales, su temario, su tono, su sensibilidad racista, se terminó imponiendo.
Es posible parodiar la pregunta con que arranca Mi Lucha para inteligir su actual potencia semiótica. Una fotografía muestra a un judío ortodoxo envuelto en su chal ritual y pregunta: “¿Es esto un alemán?” La respuesta colectiva no es un misterio. Basta poner la foto de una mujer musulmana envuelta en una burka, ropa tradicional que utilizan algunas seguidoras de Mahoma, y preguntar “¿Es esto una francesa?”, para que una ola catártica de repugnante xenofobia circule libremente. Más aun, puede hasta alcanzar “formas” progres, ya que se trata de proteger a su portadora de la “opresión a las mujeres”. Y con este argumento y otros semejantes, la prohibición de su uso – aduciendo incluso razones de seguridad policial, ya que la mujer no puede ser correctamente identificada– fue votada con aporte comunista, y transformada en ley.
Es cierto que su utilización no goza de predicamento, o en todo caso sigue siendo un instrumento librado a la arbitrariedad policial. Pero marca una tendencia inequívoca. No menos potente que los alcaldes dispuestos a violar la ley e impedir el matrimonio entre homosexuales.
Esto no impide por cierto la lectura “clásica” de Mi lucha. El texto conquista seguidores allá donde el nacionalismo y el antisemitismo proliferan. En India, por ejemplo, es aceptado con cierta condescendencia, y en el mundo árabe, el odio hacia Israel y la extraña alianza que el nazismo mantuvo con la región, fascinada con la figura del führer y su vacía promesa de liberación del yugo inglés, facilitan su penetración actual. Ahí donde la joven de 16 años Amina Filali, violada, golpeada y obligada a casarse con su violador, se suicidó porque fue la única manera que encontró de saltarse las leyes marroquíes y escapar de su marido. O en Turquía, donde Mi Lucha se situó entre los más vendidos del 2005, porque sus “teorías” parecen casar bien con el antiamericanismo, y la urgencia por adquirir una identidad propia que distinga al antiguo Imperio Otomano de Europa. En suma, las ventas del libro y la marcha de las crisis, y los problemas irresueltos de la globalización en curso, no pueden leerse por separado. Ergo, la estructura de sentimientos que cristaliza Mi Lucha remite, inequívocamente, a las peores lacras que arrastra la cultura occidental; su pervivencia es la clave de su éxito permanente. Y aun así: “el miedo no es una visión de mundo”.
No es lo único que sucede; un joven periodista francés, Antoine Vitkine, produjo otro best seller. En 2008, a través del documental «Mein Kampf», c’était écrit, dejaba claro que toda la política del Tercer Reich estaba ya expuesta en 1923. En 2009 apareció Mein Kampf, historia de un libro, transcripción del documental, donde Vitkine reconstruye las peripecias del texto, desde su redacción hasta el presente, pasando por el asombroso desconocimiento que por él mostraron muchos dirigentes políticos europeos de la época o, después de la guerra, la disputa acerca de la conveniencia o no de publicar la obra, hasta su reciente difusión. El libro de Vitkine se convierte en una encendida denuncia: la del peligroso entusiasmo que Mein Kampf despierta.
Nunca faltan los que practicando una cierta ecuanimidad universal nos hacen saber que sólo se trata de un libro. Y que si libros mucho más significativos no cambiaron el mundo, no hay especial motivo para creer que este lo hará, incluso que lo haya hecho. No son los argumentos de Hitler los que impactaron a los europeos. Más bien se trata, dicen, de que los argumentos ya estaban previamente inscriptos en las molleras de sus potenciales lectores. El Capital de Karl Marx, por ejemplo, también vio incrementadas sus ventas con motivo de la crisis, sin que esto suponga necesariamente ninguna conversión de sus lectores. Lo peor que le puede pasar a una buena explicación es carecer de eficacia práctica; la derrota material de un punto de vista suele arrastrar consigo los textos que la fundaron. Y Hitler no sería exactamente una excepción a esta cruelísima regla.
TIEMPO ARGENTINO