27 Apr La revolución del inodoro, de los jesuitas a Bill Gates
Por Teresa Bausili
Jesús María es famosa, entre otras cosas, porque de sus viñedos salió el Lagrimilla, primer vino americano servido en la mesa de los reyes de España. Pero además de su bodega, de sus relicarios, angelitos con rostros indígenas y colección de arte sacro, la estancia jesuítica de la ciudad cordobesa contaba con un revolucionario sistema de baños. Sí, una hilera de sanitarios construidos en la planta alta de la casa, sobre una acequia que desembocaba en el río.
Las instalaciones revelan otra de las facetas progresistas de los jesuitas, sobre todo en tiempos en que los baños brillaban por su ausencia (principios del 1700). Sin ir más lejos, el Palacio de Versalles (construido pocos años después de la llegada de la Orden de Jesús a Córdoba) es famoso porque entre sus cerca de 1000 habitaciones, salones y recámaras, encontrar algo parecido a un baño es tarea de detectives. Sí existían las llamadas chaises d’affaires o chaises percées, asientos en que los nobles hacían lo suyo y que podían llevar incorporada una suerte de escritorio, para leer o escribir al mismo tiempo (los ministros incluso daban audiencia y órdenes desde su asiento).
Pero los otros mil cortesanos y cuatro mil sirvientes que llegaron a vivir en la fastuosa residencia satisfacían sus urgencias fisiológicas como podían y donde podían: detrás de los cortinados, bajo las escaleras, en los pasillos y en los jardines reales. (“Si pasas junto a una persona que se esté aliviando, debes hacer como sí no la hubieras visto”, recomendaba Erasmo de Rotterdam, el erudito humanista del siglo XVI, que escribió uno de los primeros libros de etiqueta de la historia.)
Las crónicas de la época dan cuenta del hedor pestilente que impregnaba el palacio, donde las pelucas, los polvos y perfumes poco podían hacer para disimular los olores, la grasitud y las cabezas infestadas de piojos.
Es que todo lo que avanzaron en materia de higiene los cretenses, indios, egipcios y romanos, retrocedió con cada una de las civilizaciones siguientes. (Roma, de hecho, fue la primera ciudad del mundo en tener agua corriente y una red de alcantarillado modelo, la Cloaca Máxima; en el siglo IV había 144 letrinas públicas con más de 4000 plazas).
Los historiadores coinciden en que el período comprendido entre los siglos V y XV fue oscuro para la limpieza en general. Las calles estaban llenas de excrementos y, en el mejor de los casos, se contaba con una bacinilla o palangana (cuyo contenido, claro, iba a parar a la calle al grito de ¡Agua va!).
La invención del inodoro o water closet llegaría recién en el siglo XVIII, aunque su paternidad es discutida hasta el día de hoy (se dice que el inglés Alexandre Cummings patentó una idea de Sir Harrington, y en 1778 otro inglés, Joseph Bramah, inventó la válvula y el sistema de sifón que se sigue utilizando en la actualidad). Después, mucho después,llegarían los inodoros inteligentes de los japoneses, verdaderas obras de diseño con botones para calentar la tapa del asiento, para giralo, para expulsar chorros de distinta intensidad y temperatura, para activar el masajeador, para escuchar música e incluso para activar los sensores médicos, que examinan la orina y proporcionan el nivel de azúcar en la sangre.
Pero no todo está dicho en materia de waters o retretes. El cofundador de Microsoft, Bill Gates, sostiene que la clave para mejorar la salud está justamente en el baño, ya que 4 de cada 10 personas no tienen aún acceso a inodoros (unas 2,6 billones de personas). Hace dos años, por ende, el millonario devenido filántropo lanzó la campaña Reinventemos el inodoro. ¿El ganador? El Instituto de Tecnología de California, que obtuvo 100.000 dólares por su proyecto de un inodoro que funciona con luz solar y genera hidrógeno y electricidad. Un invento casi tan revolucionario como el de los jesuitas en su época.
LA NACION