24 Apr La imparable adicción selfie
Por Fernando Massa
Les faltan unas ocho personas más en esa mesa de un bar de plaza Armenia para poder replicar el selfie que Ellen DeGeneres inmortalizó en la ceremonia de los premios Oscar. No importa. Fue un día largo terminando de pintar el local de diseño que Ana Gutiérrez está por abrir en Palermo y qué mejor que distraerse un poco y convertir ese momento en un recuerdo visual. Smartphone en mano, preparados, sonrisas, listos, ¡selfie! Ahí está: sus dos amigas, su novio y ella. Su propia versión de la foto más retuiteada de la historia. La misma que imitaron Los Simpsons en su canal de Twitter esta semana con un Homero pisoteado por Bradley Cooper para que no apareciera, o esa versión de Lego o cualquiera de los incontables memes de esa foto que hoy circulan en las redes sociales llevando a este fenómeno a un escalón más de popularidad. Y eso que creíamos que este nuevo género de autorretrato ya había alcanzado el súmmum el año pasado cuando el diccionario Oxford la coronó como palabra del año (“fotografía tomada por uno mismo que normalmente se realiza con un smartphone o una webcam y es luego compartida en una red social”).
Ya nadie duda de que no es sólo una moda. Los selfies son hoy un imparable fenómeno cultural y global, aunque, para muchos, no representen más que un mero narcisismo. Lo fáctico es la cadena de eslabones que posibilitó esta adicción: un celular en el bolsillo, la tecnología de la cámara frontal que nos permite vernos a nosotros mismos mientras enfocamos, y la posibilidad de compartir la imagen al instante en una red social.
Las ganas de sacarse una foto y capturar ese momento existieron siempre. El campo de las especulaciones comienza entonces cuando nos preguntamos qué hay detrás del auge de esta herramienta de comunicación que encuentra su ámbito natural en una cultura esencialmente visual. Narcisismo o no, parece innegable su halo de signo de época del que nadie parece quedarse afuera: Obama en los funerales de Mandela, el astronauta Mike Hopkins en el espacio y hasta el Papa junto a unos jóvenes en San Pedro. Como si fuera poco, Yahoo ya estima que en 2014 se sacarán 880.000 millones de fotos, número estratosférico inflado por el fenómeno selfie .
“El selfie , esa pasión por autorretratarse, se inscribe en el éxtasis que han adquirido las imágenes y el mundo virtual en la sociedad contemporánea, una virtualidad que representa la realidad, brindando la ilusión de controlarla”, dice el médico psiquiatra y psicoanalista de la Universidad de París XII Juan Eduardo Tesone.
Un mundo que parecía circunscripto a los adolescentes (en Buenos Aires estereotipado años atrás con los floggers y sus autofotos subidas a fotologs), dejó de ser tal: hoy los adultos también son parte. El doctor Tesone lo ve así: a través de las fotos en la Web, principalmente los autorretratos, se solicita lúdicamente la mirada del otro en búsqueda de reconocimiento identitario, el grafismo de la firma reemplazado por la foto, el diario íntimo narrado en imágenes, y el cógito cartesiano del “pienso luego existo” por el “miro y soy mirado, por lo tanto existo”.
Si no hay publicación, no hay selfie. Para Carlos Pérez, director de la agencia publicitaria BBDO, es fundamental que esté presente ese segundo acto, el de compartirlo, porque desde ahí puede entenderse el sentido y el éxito del concepto: en cada selfie hay un acto de expresión y un acto de autopromoción, de venta de uno mismo. Aunque también reconoce que este segundo acto no siempre se cumple: no todos los que hacen un selfie quieren venderse al otro. “Bajo la dinámica de las nuevas tecnologías, hay una especie de imperativo: ‹‹Serás visto o no serás nada››. El selfie es la más perfecta concreción de esa máxima”, dice.
En ese punto hace hincapié el actor estadounidense James Franco cuando en una columna que escribió para The New York Times (ver aparte), en la que explica por qué es un adepto a los selfies, asegura que pierde entusiasmo cuando mira una cuenta donde no las hay. ¿Por qué? Porque quiere saber con quién está tratando. Con esa mirada, la identidad digital, que también se construye con distintos tipos de selfies (los de viaje, los sexys, los que muestran qué comemos, quién es nuestra familia o cuál es nuestro estado de ánimo), indefectiblemente cobra importancia.
La última radiografía que se le sacó a este fenómeno está en manos de Selfiecity, un proyecto online que, a partir del análisis de un númerus clausus de selfies tomados en cinco ciudades diferentes (Nueva York, Bangkok, Berlín, San Pablo y Moscú) y subidos a Instagram, llegó a conclusiones como que las mujeres sacan más selfies que los hombres, tendencia que curiosamente se revierte cuando se superan los 40 años. Que en los de Bangkok y San Pablo se sonríe más que en los de Moscú, y que las mujeres en general suelen posar con la cabeza echada a un costado (un estilo Jennifer Lawrence en la de los Oscar).
A mediados del año pasado, la agencia británica Opinium publicó un informe a nivel local que ya revelaba algunos datos interesantes: el 70% sacó un selfie para capturar un momento feliz o divertido, y la red social más elegida para compartirlo fue, por lejos, Facebook. Atrás quedaron WhatsApp, Twitter, Snapchat o Instagram que, bajo el hashtag #selfie ya suma más de 83 millones de fotos.
Es que todas las redes sociales están construidas para generar hábitos en las personas. Así lo entiende Andrés Snitcofsky, director de Leadaki.com, que apunta que en esos “me gusta”, “te sigue”, “te retuitea” o “retuitea tu retuit”, la persona se afirma permanentemente. “Toda la arquitectura sobre la que se montan está hecha para masajear el ego –dice–. No es casual entonces que en este ámbito el selfie se haya vuelto un elemento paradigmático.”
En eso de masajear el ego es donde puede meter la nariz Narciso. Para el doctor Tesone en esa publicación de autorretratos en la Red se produce a veces una inflación narcisística que intenta recubrir el vacío que puede generar el temor al anonimato, que remite a la vivencia de no existir para el otro. Se intenta confirmar su propia identidad o producir una alteridad controlable en ausencia de un otro real, siempre incierto.
La psicoanalista Ana Krieger coincide en esa lógica del ser visto como meollo de la cuestión, pero insiste en el costado lúdico de este fenómeno. “Me parece que hay un plus de goce, un placer de verse atrapado en ese juego y en eso de que la imagen no quede para uno mismo, sino que sea infinitamente vista. Es una especie de salvación para no sentirse ahogado en la propia imagen”, dice.
Los autorretratos de pintores famosos, Vincent Van Gogh en el siglo XIX, Frida Kahlo en el XX, autoinstantáneas con la Polaroid o la cámara descartable, las de los primeros celulares y webcams, y las que facilitaron los dispositivos más modernos con cámara frontal: esto de capturar nuestra propia imagen no se inventó con el selfie. Es una conducta que, sin dudas, excede a ese concepto. Por ejemplo, Pablo Capara, socio de la agencia creativa Cuko y fanático de las cámaras lomo, recurre a la autofoto cuando está de viaje porque así evita darle la cámara a otra persona… Por más buena intención que tenga, no se sabe ni cómo saca o si hará el encuadre que él pretende para ese momento. En cuanto a los selfies per se, habla de la puerta que abrió el fenómeno: el celular con cámara frontal. “Esto ayudó a instalarlo y masificarlo –dice–. La cámara frontal permite dar con el ángulo justo, ese que te deja conforme cuando te ves… porque todos quieren verse bien.”
En la charla con los creativos de Cuko surgen distintas aristas del fenómeno. El voyeurismo, el deseo de exhibirse y la aceptación social traducida, por ejemplo, en esa práctica instalada en muchas chicas de chequear su look con la audiencia de turno en la red social antes de salir. A más likes, mayor confianza. Y no olvidar que vivimos en un mundo cada vez más visual, donde se lee menos y se mira más. Mencionan el caso de Twitter que modificó hace un tiempo su perfil para tornarlo más visual con las fotos abiertas, o Facebook adueñándose un par de años atrás de Instagram.
Capara hace un alto: a la foto de los Oscar la retuitearon más de tres millones de personas, sí. ¿Y qué? “La vida digital nos lleva a esos números, pero uno se pregunta qué tiene de sustancial, qué cambia, más allá de la movida publicitaria.”
Porque, claro, Samsung estuvo detrás de ese selfie, por lo menos desde el celular que lo sacó. “Otro capítulo es por qué ese selfie y no otro –se pregunta Carlos Pérez–. Una posible ruta de interpretación: a todo lo dicho hay que sumar el hecho irresistible de ver a famosos comportándose como cualquiera de nosotros, acomodándose para aparecer en una autofoto. Y otro dato más: en este caso el selfie fue histórico porque tuvo la retroalimentación de la TV. Fue un selfie de híperfamosos televisado. La expresión y la autopromoción al cubo.”
El sociólogo e investigador Marcelo Urresti cree que el concepto de selfie no es más que una denominación nueva para un fenómeno relativamente conocido. “La novedad radica en la instantaneidad: ahora predomina el teléfono como dispositivo y la subida en tiempo real a la Web –dice–. En este sentido, hay una aceleración que es novedosa.” La próxima pregunta podría ser a dónde nos llevará esta aceleración.
LA NACION