El susceptible no nace, se hace

El susceptible no nace, se hace

Por Miguel Espeche
¡Qué problemáticos son los susceptibles! Son muchos y ocupan innumerables lugares de la vida cotidiana.
Suele confundirse a los susceptibles con los sensibles, pero tienen poco que ver entre ellos. Mientras el sensible simplemente tiene más abiertos los caminos de su ánimo, lo que le permite un contacto más rico y sutil con su mundo interior y el que lo rodea, los susceptibles son solamente exagerados, que reaccionan en exceso ante ciertas situaciones que se les presentan, sobre todo, aquellas que no son de su agrado.
Una hipótesis es que los susceptibles dominan el mundo. Por ejemplo, si en la familia existe un susceptible (es decir, alguien que se ofende fácil, que toma a mal las cosas todo el tiempo, se duele por nimiedades o considera que todo comentario, por banal que sea, es en su contra) lo más probable es que todos los miembros del grupo familiar marchen al ritmo del susodicho. Es que los susceptibles logran, al menos mientras no se aviven sus interlocutores, que todos estén atentos a su devenir emocional, lo que impide el fluir amable y confiado de conversaciones e intercambios.
Esto ocurre en la familia, pero también en el mundo social y, en particular, el laboral, en el cual muchos jefes y empleados sufren la susceptibilidad de quienes conviven con ellos durante las largas horas de trabajo. Es que los susceptibles, si no se les pone límite, marcan la cancha y hacen parecer grande lo pequeño, y se defienden con vehemencia de aquello que toman como dañino, aunque no lo sea.
El susceptible piensa mal de las intenciones del otro y, en particular, interpreta situaciones circunstanciales como hostiles y deliberadamente realizadas en su contra. En particular procura hacer sentir culpa al prójimo, ya que sabe que en nuestra cultura aquel que logra que el otro sea el culpable gana.
Madres y padres susceptibles que se sienten abandonados por sus hijos simplemente porque éstos tienen una vida más allá de ellos. Empleados susceptibles que sienten que sus jefes son siempre abusadores, sobre todo cuando los llaman al orden porque, por ejemplo, llegan tarde. Jefes susceptibles, que perciben que sus empleados no les cumplen y se dedican a trabajar mal en su honor. Hijos susceptibles, que lloran como si fueran de cristal cuando un padre o madre osa elevar el tono de voz ante alguna macana que hayan hecho. Novios o novias susceptibles que atormentan a su compañero/a por causas intrascendentes?
Sin embargo, para ser justos con muchos de ellos que son buena gente, a veces los susceptibles no lo hacen tan deliberadamente. Es que han aprendido que ese sistema funciona, y no se han detenido a pensar en los costos del mismo. Como les da resultado, lo aplican.
Por eso, digamos que los susceptibles surgen de un ecosistema psicológico que propicia su conducta. El susceptible no nace, se hace en un medio en el que suele contar con aliados que le hacen el juego. De allí que al no entrar dentro de sus premisas se les esté haciendo un favor: se les está dando la oportunidad de buscar recursos más saludables y honestos para conseguir lo que desean.
Es habitual que los susceptibles generen alianzas entre ellos, para ofrecerse apoyo ante aquellos malos que no cumplen con sus designios. Como dicen en el barrio, se dan manija unos a otros. Incluso, a veces sobrerreaccionan ante algo que se les hace, para justificar, por ejemplo, su propia agresividad.
Como todo en la vida, vale mirar hacia adentro para encontrar al susceptible que llevamos allí, agazapado. Es que nada de lo humano nos es ajeno , por lo que, para no ser susceptibles contra los susceptibles, será bueno ver qué de ellos nos habita, para que podamos liberarnos de su yugo y vivir más en paz y contentos, al no tener que andar por allí, victimizándonos sin sentido.
LA NACION