21 Apr El periodismo, una vocación tan fuerte como la literatura
Por Violeta Gorodischer
Relato de un náufrago o Noticia de un secuestro. Ésas suelen ser las referencias casi obligadas al mencionar la obra periodística de Gabriel García Márquez. Y no es que sea poco, claro está. Sucede que el “gran resto”, como dice su colega y amigo Héctor Feliciano, cientos de notas, columnas, crónicas o entrevistas que Gabo escribió desde 1948, no llegaron a nosotros de manera masiva. El célebre escritor colombiano fue reportero de calle, cronista, columnista y corresponsal extranjero, pero hasta hoy, remarca Feliciano, “sólo un puñado de lectores han leído sus artículos”.
Tal vez por eso la monumental edición del libro Gabo periodista, editado por la FNPI y aún inédito en la Argentina: una antología de sus textos periodísticos seleccionados y comentados por nombres de la talla de Juan Villoro, Jon Lee Anderson, Alma Guillermoprieto, María Elvira Samper, Martín Caparrós y Gerald Martin, entre otros. “Para García Márquez, el periodismo ha sido su vida tanto como la literatura. Contrariamente a lo que ha ocurrido con otros escritores, el periodismo no agota y seca las cualidades literarias del escritor colombiano sino que todo lo contrario, lo potencia y lo acompaña forjándose”, dice Feliciano en la introducción del volumen.
Esta historia comienza a sus 21 años, cuando el azar lo llevó al diario El Universal de Cartagena de Indias. Fue allí, en pleno ajetreo político de Colombia, cuando ese chico inquieto de pantalones de lino y camisas con flores y tucanes empezó a llamar la atención, y no sólo por lo extravagante del atuendo. “Los habitantes de la ciudad nos habíamos acostumbrado a la garganta metálica que anunciaba el toque de queda”, fue la frase con la que desembarcó en el universo periodístico en mayo de 1948. Hacía muy poco tiempo habían asesinado al candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán, y de ahí el periodo de violencia que sorprendió al joven Gabo en su segundo año de la Carrera de Derecho. Con el cierre de la universidad y su traslado a Cartagena, entonces, llegó lo que hoy muchos llaman su libertad y el abrazo a la vocación verdadera. “El Bogotazo, una tragedia para Colombia, significó para el joven García Márquez una paradójica liberación”, escribe Héctor Abad Faciolince.
De ahí en más, algo sería claro: ya no sería posible separar la escritura periodística de Gabriel García Márquez de la política. Paradoja para algunos, consuelo para otros, el momento más difícil en la historia de su país daba lugar a la mejor pluma que tendría en años: “Una de las peores tragedias nacionales tuvo para Colombia al menos una consecuencia feliz: gracias a ella, el mejor escritor de nuestra historia abandonó los códigos y se dedicó definitivamente a escribir”, remarca Faciolince.
La posterior mudanza a Barranquilla y el contacto con El Grupo que haría sede en el reducto conocido como La Cueva (Ramón Vinyes, José Félix Fuenmayor, Álvaro Cepeda Samudio y Alejandro Obregón, entre otros), daría forma a las columnas tituladas “La Jirafa” de El Heraldo. Se abría así la etapa de los Textos Costeños, aquellos en los que el futuro Nobel hablaba con insólito desparpajo de vacas, de costumbres y de coloridos personajes locales mientras el país ardía, haciendo, como dicen, del principio de humor un principio de resistencia. “El Gabo tuvo la occurrencia de recurrir al humor justamente porque venía de un país violento y represivo en el cual la censura era el pan del día a día. El mamadero de gallo en los despachos de Gabo (así es como le dicen los colombianos a su estilo de humor) le dio la posibilidad de escribir sin castigo -a buenos entendedores pocas palabras- salir al mundo, pulirse como periodista y como escritor, y desahogarse un poco del clima tan asfixiante en su país y el mundo en esos momentos, en plena Guerra Fría”, plantea el periodista Jon Lee Anderson a LA NACION.
UN PERIODISMO MILITANTE
Llegarían luego más colaboraciones, y cuentos, y un largo paso por El Espectador, que lo transformaría en uno de los críticos de cine más importantes de su país.
Los años, la edad y la sumatoria de tragedias sociales fueron afincando en él un estilo que, según su colega Enrique Santos Calderón, es un “periodismo militante”.
La fundación de la revista Alternativa, en 1974, fue su punto más alto. Recuerda Santos Calderón en el libro: “Gabriel García Márquez acababa de recibir otro premio literario con 10 mil dólares y quería consejos sobre cómo y a quién donarle esa plata en Colombia. Me sentí halagadísimo cuando el autor de Cien años de soledad me llamó para preguntarme si lo indicado sería entregarle ese premio a un comité de derechos humanos o de presos políticos. Cuando le dije que en Colombia no existía una entidad de esa índole, me contestó con desparpajo Caribe: Pues fúndala, no joda, inventátela”.
Santos Calderón asumió la tarea de reclutar a líderes y organizaciones populares, y así nació el Comité de Solidaridad con los Presos Políticos. Poco después aparecía la revista.
“Gabo aceptó con reticencias ser parte de Alternativa porque estaba en una etapa muy politizada de su vida, como todos nosotros. Eran comienzos de los 70. Pinochet había tumbado a Allende, los regímenes militares se expandían por América latina, Vietnam ardía, en Colombia y por doquier se vivía una agitación social permanente. García Márquez siempre ha sido un hombre de izquierda y mal podía no participar en un proyecto periodístico que buscaba la unidad de la fragmentada izquierda colombiana sobre la base de construir una alternativa informativa pluralista y moderna. Con reticencias, porque desconfiaba del sectarismo político y del canibalismo ideológico de los movimientos revolucionarios del momento. Justificadamente, como se vio después -detalla ahora a LA NACION Santos Calderón-. Alternativa, que sin pauta publicitaria y contra viento y marea duró seis años, fue un hito en la historia del periodismo colombiano. Demostró que se podía conectar con un lenguaje diferente, con imaginación, humor, portadas irreverentes, investigaciones serias, denuncias frontales de la corrupción y los abusos. Toda una generación de periodistas que luego descollaron en diversos medios se formaron en nuestra revista.”
Aunque muchos señalaron cierto coqueteo de Gabo con el poder (Jon Lee Anderson se explayó sobre esto en “El poder de García Márquez”, el perfil que escribió para The New Yorker) muchos otros remarcan que de esa actitud se desprende, justamente, su genuino compromiso con la realidad. “La relación con el poder que Gabo ha tenido a lo largo de su vida -en su amistad con Fidel Castro, con Bill Clinton, con muchos otros líderes latinoamericanos y de Colombia misma- no es algo que yo juzgo mal. Al contrario, comparto personalmente la fascinación de Gabo con figuras del poder porque la vida me ha convencido del efecto que un solo individuo puede tener en una sociedad, para bien o para mal -plantea Jon Lee Anderson-. Es algo que ha insiprado inmemorables textos de Gabo, tanto periodísticos como de ficción. Nos ha dejado obras como El otoño del patriarca, la figura de Aureliano Buendía misma en Cienaños de soledad; el Coronel, figuras inolvidables que han entrado en el patromonio literario de la humanidad gracias a su obsesión, fijación o fascinación -llámenlo como quieran- con el poder.”
EL OTRO, ÉL MISMO
Lo interesante es que, en paralelo a su fructífero derrotero periodístico, García Márquez jamás descuidó la producción literaria. Lejos de potenciar una escritura en detrimento de otra, él supo complementar ambas a la perfección. Fue así como en 1982, cuando ganó el Premio Nobel de Literatura, se mantuvo leal a su costumbre: donar el dinero o asignarlo a algún emprendimiento cultural. ¿La idea? Crear una revista que se llamaría El Otro, para la cual recurrió a Tomás Eloy Martínez y a Rodolfo Terragno. “El nombre lo puso él y me dijo, para mi asombro, que era un homenaje a Borges. Yo presumía que lo despreciaba por reaccionario e imaginaba que su literatura le resultara artificiosa y abstracta. Pero Gabo respondió que, si el diario iba a ser una exaltación de la lengua, no se podía ignorar al escritor capaz de los adjetivos definitivos: Borges habla del alfil oblicuo y el rey postrero. No se puede decir más nada del alfil ni del rey”, cuenta Terragno a LA NACION.
Aunque el proyecto nunca terminó de concretarse, de aquel “periódico ficticio” nació una gran amistad. “Gabo me había llamado de Estocolmo a Londres. Iba a dedicar el dinero del Nobel a fundar un periódico y quería que lo hiciera yo. Él no me necesitaba a mí ni a nadie: hay que leer «Entre cachacos» para comprobar que es un periodista imposible de igualar -detalla Terragno-. Pero durante aquel llamado intentó fundar su propuesta, inverosímil, diciendo que su idea era hacer algo como El Diario de Caracas y Soledad Mendoza le había dicho que el artífice de ese diario había sido yo, lo cual era también una desmesura.”
Terragno asegura que los dos, los tres, en rigor de verdad, veían al periodismo como una rama de la literatura y querían demostrar que las noticias podían narrarse, haciendo de la escritura una obra de orfebrería lingüística y, al mismo tiempo, siendo tan sencillos y claros como para llegar a todos. “Creo que ninguno creyó en el fondo que íbamos a crear ese diario. En Europa trabajamos mucho, analizando grandes periódicos, discutiendo diseños y haciendo un libro de estilo. Un día Gabo me dijo: Quiero que vayas a mi país y me cuentes cómo es. Él había organizado el diario allí con grandes escritores y periodistas colombianos, pero me propuso que me quedara en Bogotá para dirigirlo. Me negué, porque estaba resuelto a regresar a la Argentina, y él aprovechó eso para decir algo que nadie creyó: que no hacía el diario porque yo abandonaba. Sostuve que era una excusa y él dijo que, con tantas razones que tenía para no hacer un diario, no necesitaba una excusa. De aquel periódico ficticio quedó sólo nuestra amistad”, sostiene Terragno con cariño.
ANIMARSE A SUBIR LA APUESTA
Uno de los giros decisivos de su carrera llegó en 1992, cuando subió la apuesta y aceptó formar parte de QAP, un noticiero televisivo, junto a la periodista María Elvira Samper. No sólo era accionista, era, también, el espíritu de todo el proyecto.
Samper asegura que aquello eran como clases de periodismo, que Gabriel García Márquez asistía a todas las reuniones y hacía de profesor con los periodistas más jóvenes, acaso anticipando la Fundación que fundaría en 1994.
Muchas cosas pasaron durante los seis años que duró el noticiero, que para sorpresa de muchos arrasaba con el rating de Colombia: la fuga de Pablo Escobar, los momentos más críticos del gobierno de Gaviria y su muerte, atentados con carros bomba, los racionamientos de energía, la elección de Clinton, el golpe contra Carlos Andrés Pérez, la llamada guerra de los Balcanes y el 5-0 de Colombia contra Argentina. “Fueron el proceso 8000 y el juicio al presidente Ernesto Samper en el Congreso como consecuencia de la financiación de la campaña por el Cartel de Cali la etapa más compleja y difícil para el noticiero. La posición crítica que asumió, lo mismo que declaraciones públicas de Gabo en las que expresó su malestar, fueron su condena a muerte”, señala María Elvira Samper.
“Éramos una fuerza pequeña contra la terrible fuerza del Estado”, resumió por su parte García Márquez en 1997, cuando el noticiero tuvo que cerrar, debido a la ley que lo sometía a una nueva licitación.
Claro que quedarse quieto no estaba en sus planes, y aunque el noticiero no regresó Gabo sí lo hizo, con la revista Cambio, en 1999 y nuevamente asociado con María Elvira Samper. Cada semana presidía la Junta de Redacción en la que se decidían los temas de la semana. Si hoy los grandes periodistas admiten haber tenido en su pluma la inspiración necesaria, muchos recuerdan cómo, por aquella época, Gabo se transformaba en un periodista raso que trataba de igual a igual a sus fascinados redactores. Fiel a su estilo, pregonaba lo mismo una, y otra, y otra vez: la idea de que no había que callarse nada, que era prioritario usar el periodismo como un campo de batalla desde el cual trabajar con la pluma, pero también con las verdades, las denuncias y las más radicales opiniones políticas. “Cambio se había vuelto demasiado incómoda para Uribe”, asegura Samper. De ahí el cierre de la publicación y el parate periodístico de sus hacedores.
Poco tiempo antes, Gabriel García Márquez había dado un discurso ante la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) que pasaría a la historia. En él, hablaba de la tarea de ser periodista, aseguraba que la mejor noticia del mundo no es siempre la que se da primero sino, muchas veces, la que se da mejor. “El mejor oficio del mundo”, fue el título que eligió entonces. Hasta hoy, lo seguimos honrando.
LA NACION