09 Apr El mundo que no quiere adelgazar
Por Viviana Viviant
Según datos arrojados por la Encuesta Nacional de Factores de Riesgo, realizada por el Ministerio de Salud entre 2005 y 2009, más de la mitad de la población argentina presenta un peso corporal por encima de lo normal. Y, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, la misma situación se extiende a casi todo el globo.
La obesidad es una enfermedad crónica que se caracteriza por un exceso de grasa, cuyas células pueden aumentar en tamaño y/o número. Este fenómeno se produce por un desequilibrio en el que el consumo de calorías supera al gasto durante un tiempo prolongado. Al ser un problema de salud crónico, no se cura, pero se puede controlar o recuperar, siempre y cuando se aprenda a comer con sobriedad y a mantenerse físicamente activo.
Se dice que es una enfermedad sistémica porque afecta el funcionamiento físico, emocional y social y, también suele elevar el riesgo de diabetes, enfermedades cardio y cerebro vasculares, hipertensión arterial y cáncer. Entre las principales causas de su aparición, se pueden citar: el marketing de productos industrializados con alto aporte de calorías; las porciones grandes a precios más bajos; el acto de comer como recreación y fuera del hogar; el bajo consumo de verduras y frutas; el estrés y la falta de descanso; la presión de la tecnología del confort hacia el sedentarismo; edificios poco amigables para el movimiento; y escasez de circuitos urbanos para realizar actividad física.
Si bien la genética puede predisponer al sobrepeso o a la obesidad, el modo en que ejerce su impacto aún no está del todo claro. Existen varios tipos de genes que, activados, pueden actuar sobre la tendencia a engordar. Por ejemplo, si se activa el gen “ahorrador”, el cuerpo guarda calorías en lugar de quemarlas. El gen “glotón” inclina las preferencias alimentarias hacia las grasas y los dulces. Y el gen “perezoso” puede exacerbar la susceptibilidad al sedentarismo. Más allá de esto, los genes son sólo responsables de alrededor del 30-40%, mientras que el resto recae sobre los malos hábitos alimentarios y la falta de actividad física. No hay un fundamento científico que sostenga la afirmación “no como y engordo”.
Para poder alcanzar un peso saludable y mantenerlo a lo largo del tiempo, es indispensable proponerse cambiar progresiva y definitivamente los hábitos y el estilo de vida. Esto dista mucho de la típica “dieta”, la cual no es personalizada, es prohibitiva, no educa, genera ansiedad y frustración, conduce al círculo vicioso “dieta–atracón–dieta” y al famoso efecto “rebote”, sumamente dañino para el metabolismo.
Predisponerse en positivo y comprometerse con el cambio es la única solución, y esto puede lograrse a través de la “neuroplasticidad”. Se denomina así a la capacidad natural del cerebro para crear nuevas conexiones y circuitos neuronales a cualquier edad. Por lo tanto, ¿es tarde para cambiar? Nunca.
Para empezar a transitar el cambio, es fundamental hacerlo a conciencia y no perder de vista el objetivo. Hay que estar atento a los pensamientos, crear los resultados a fuerza de repetición y practicar los nuevos hábitos con perseverancia. En definitiva, es esto lo que produce una fuerte conexión neurológica para poder gozar de un peso saludable para siempre.
TIEMPO ARGENTINO