28 Apr Dos santos para que la Iglesia vuelva a sus raíces
Por Elisabetta Piqué
Dos hombres “valientes”, que “dieron testimonio de la bondad de Dios y de la misericordia”, que “contribuyeron al desarrollo de los pueblos y de la paz” y que “restauraron y actualizaron la Iglesia según su fisonomía originaria”. Así definió ayer Francisco a los papas Juan XXIII (1958-1963) y Juan Pablo II (1978-2005), que proclamó santos en una ceremonia nunca antes vista en la historia de la Iglesia, concelebrada por Benedicto XVI, papa emérito, en una capital invadida por cerca de un millón de personas, la mayoría polacos. Fue una jornada memorable y emotiva, llamada “la de los cuatro papas”.
Joseph Ratzinger, de 87 años, fue ovacionado cuando apareció en la plaza, frágil y vestido de blanco, igual que los 150 cardenales que concelebraron la misa, junto con 700 obispos. Señal del respeto que le tiene, antes de empezar, Francisco se acercó y saludó a su predecesor con un abrazo que hizo estallar a la plaza en aplausos.
“Tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús.”
Francisco pronunció en italiano un sermón vibrante poco después de haber elevado al honor de los altares a sus dos predecesores leyendo una fórmula en latín.
Las imágenes de Juan XXIII, el “papa bueno”, que muchos creyeron que sería de transición, pero que sorprendió al mundo al convocar el Concilio Vaticano II, y de Juan Pablo II, el “atleta de Dios”, que llevó el Evangelio a 129 países en 104 viajes, dominaban la Plaza San Pedro desde dos grandes tapices colgados en el frente de la basílica vaticana.
“Fueron dos hombres valientes, llenos de la audacia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia”, destacó Jorge Bergoglio, que con la inédita canonización de dos papas muy cercanos en el tiempo, aunque distintos, envió un mensaje de unidad a la Iglesia y al mundo.
La ceremonia solemne -a la que asistieron más de 100 delegaciones de todo el mundo, entre ellas la de la Argentina, encabezada por el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez- empezó a las 10 (hora local). Pero para la gente todo comenzó muchísimo antes. Más allá de participar de una “noche blanca” de oración en diversas iglesias del centro de Roma, cientos de miles de fieles de todo el mundo pasaron la noche en vela, acampando en la zona adyacente a San Pedro, que no dio abasto.
De las 800.000 personas que invadieron la “ciudad eterna”, blindada como nunca para la ocasión, 500.000 colmaron el área del Vaticano. Pero 300.000 no lograron acceder y vieron la canonización en una de las 17 pantallas montadas en plazas de la ciudad. Las vallas para ingresar a la plaza se abrieron a las 5.30 de la mañana. Entonces, coloridos ríos humanos, en medio de empujones, silbidos y escenas parecidas a un partido de rugby, comenzaron a avanzar.
En su sermón, Francisco subrayó que los dos nuevos santos “fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX”. “Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron”, destacó. “En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la misericordia de Dios”, dijo, al subrayar también que en ellos había “una esperanza viva” y una “alegría inefable y radiante”.
“Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisonomía originaria, la fisonomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia”, indicó Francisco, que destacó que al convocar el Concilio Vaticano II, Juan XXIII “demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo”. “Éste fue su gran servicio a la Iglesia: fue el papa de la docilidad al Espíritu”, sostuvo.
Acto seguido, definió a Juan Pablo II como “el papa de la familia”. “Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el cielo, ciertamente acompaña y sostiene”, dijo Francisco, al aludir al sínodo sobre temas de familia que tendrá lugar en octubre próximo y en 2015.
“Que estos dos nuevos santos pastores del pueblo de Dios intercedan por la Iglesia para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama”, exhortó.
Terminada la misa, antes de rezar la oración del Regina Coeli -que reemplaza el Angelus después de la Pascua-, Francisco agradeció a los presentes. Después de saludar, sonriente, durante 40 minutos en los que no hubo reglas de protocolo sino hasta “selfies”, a los representantes de más de 100 países, Francisco le puso el broche de oro al “día de los cuatro papas” con un recorrido en papamóvil que se convirtió en el más largo y multitudinario de los últimos tiempos, entre una multitud que lo aclamó. El jeep blanco del Papa, de hecho, cruzó el límite del Vaticano y recorrió la Via della Conciliazione hasta Castel Sant’Angelo, nunca antes visto y otra demostración de que fue una jornada que quedará en la historia.
LA NACION