Cómo ganarle al tiempo

Cómo ganarle al tiempo

Por Sebastián Campanario
Aunque duerme sólo seis horas, a Fer Isella, de 38 años, apenas le alcanza el tiempo restante del día para cumplir su rutina como músico, productor, emprendedor y padre de dos hijos chiquitos. Su agenda está repleta de viajes, seminarios y desafíos creativos, por lo cual no le quedó otra alternativa que obligarse a autogestionar su tiempo y su energía de la manera más eficiente posible.
“Hace años que empecé a apelar a una serie de trucos de productividad personal para mantener el equilibrio y la funcionalidad -cuenta a LA NACION-. Como soy un adicto al trabajo, utilizo una aplicación en la computadora que establece bloques de tiempo de 45 minutos donde se cancela todo acceso a redes sociales y demás distracciones, lo cual me permite no procrastinar -demorar tareas- pero, más importante aún, me marca una pausa obligada para dar una vuelta y alejarme de la compu.”
El músico y productor, que dirige LimboDigital, una distribuidora de artistas independientes, recomienda llevar siempre un cuadernito para anotar ideas y planes de acción, y aplica una técnica de priorización de tareas importantes (MIT en sus siglas en inglés). “Empiezo el día consignando entre uno y tres objetivos clave, y trato de focalizarme en ellos hasta concretarlos.”
Algo parecido le ocurre a Diego Luque, director de innovación de Ogilvy, cuyas aplicaciones favoritas son Any.Do (con la cual se obliga a la noche a planificar las tareas del día siguiente), Pocket (guarda todo lo que no puede leer, para mirarlo el fin de semana), Day One (un diario personal que ayuda a planificar) y Seven: rutinas de gimnasia intensa de siete minutos por día, que prometen que en siete meses se logra un físico como el de Cristiano Ronaldo. “Es un tema que me obsesiona”, admite.
El boom de la productividad personal tiene cada vez más seguidores en la Argentina. Sus cultores intercambian consejos, libros y charlas online que ayudan a mejorar la eficiencia no sólo en el trabajo, sino también en la vida cotidiana, con atajos novedosos y a menudo contraintuitivos que sirven para ganar tiempo. El auge se dio en paralelo con el crecimiento del trabajo independiente y hogareño, que exige reglas estrictas para aprovechar el tiempo.
El movimiento tiene un nombre que surgió hace diez años en una conferencia de tecnología en Estados Unidos: Life Hacking (Hackeo a la vida), como una alternativa para la problemática de programadores de software que tenían un evidente exceso de trabajo.
El significado original de la palabra hackear es una solución poco elegante, pero efectiva para un desafío de computación específico. En un inicio, las recomendaciones se limitaban a métodos de sistematización, sincronización de archivos y filtrado de correos electrónicos, pero luego este mundo comenzó a ampliarse. Y también su radio de fanáticos: ya no sólo abarcó a programadores, sino también a emprendedores y trabajadores de las industrias culturales y del marketing, con mucha demanda. Hoy, las aplicaciones disponibles son tantas que marean.
“Es un problema de esta época, tenés miles de opciones y cuando no encontrás lo que querés parece un drama”, cuenta Manolo Jofre, de la agencia de innovación +Castro. “Yo soy muy desordenado, funciono así y trato de adaptar las mejoras de productividad a esa personalidad, ya me conozco”. Por estos días, el creativo está preocupado porque aún no pudo hallar un buen sistema para guardar y ordenar sus notas en distintos formatos. Su jefe, Nicolás Pimentel, se diseñó un fondo de pantalla “para sus propias necesidades de desorden”, dice Jofre, y envía una captura del monitor con círculos de colores que tienen escritos: “Me falta ver”, “Ver ya!!!”, “Leer más tarde”, “Para guardar” y “Boludeces”.

FAMOSO PILOTO AUTOMÁTICO
“En definitiva, el gran secreto de todo este movimiento tiene que ver con la adopción de hábitos que promuevan la productividad. Mientras más herramientas se incorporen al piloto automático, más eficiente se vuelve el día”, afirma Luque.
Se calcula que un 40% de las decisiones que tomamos cada día se realiza en piloto automático sin una apreciación a nivel consciente. Una de las recomendaciones de gurúes de la productividad, como el bloguero Merlin Mann, es focalizarse en un hábito columna vertebral, cuyo cambio tenga un efecto cascada sobre el resto, como una rutina deportiva, una dieta, una modificación en el camino al trabajo que nos desvíe del café con medialunas, etcétera.
Hombre de pocas palabras, el crítico, realizador de cine, mago y cinturón negro de sipalki Sebastián Tabany, consultado al respecto de sus herramientas de productividad, manda una respuesta por mail que es una life hack en sí misma: “1, 3, 8, 10, 14, 18, 19, 20, 34, 39 y 40”. No es la serie numérica maldita de Lost, sino los números de trucos para optimizar la vida cotidiana que utiliza de un listado de 50 que apareció recientemente en el sitio TwistedSifter. El 1 es usar clips para organizar los cables de los cargadores y de la PC; el 3 es agregarle helado al frasco de Nutella (o de dulce de leche) cuando ya casi no queda, y aprovechar así todo el contenido; el 18 es organizar las remeras de manera vertical en un cajón para poder verlas todas y no usar siempre las que están arriba; el 34 es un método para cocinar un brownie en una tasa, y el 40 un estilo ninja (rápido y eficiente) para doblar la ropa.
Los cultores de la maximización de la productividad personal aseguran que no importa la experiencia que uno tenga, siempre habrá un truco desconocido para simplificar la vida. “Es increíble la cantidad de gente con doctorados que se sorprende cuando aprende que tecleando al mismo tiempo control y F se habilita una búsqueda por palabra en la PC”, sostiene Joel Gascoigne, cofundador de Buffer, un sitio con consejos para freelancers y trabajadores hogareños.
Pablo Schiaffino, economista de la UTDT y de la Universidad de Palermo, reconoce: “Sin mis medidas de productividad personal no sería nada: tengo un Excel donde voy cargando todos los días el tiempo que dedico a casa cosa (Paper A, Paper B, Proyectos Económicos Familiares, Consultoría, Novela, Reuniones, etcétera). De esta manera voy optimizando el tiempo y regulando cada tarea”. A los 30 años, Schiaffino es una persona metódica en todos los aspectos de su vida: “Mantengo patrones de comportamiento antes de mis partidos de fútbol (cigarros consumidos, entrenamiento previo, etcétera), de manera de saber cuándo conviene parar de fumar y entrenarse para maximizar el rendimiento físico durante el partido”, dice.

LOS ATAJOS DEL LIFE HACKER
¿Qué otros atajos aprovecha un buen life hacker? Pinta sus llaves de distintos colores para no perder tiempo tratando de identificar la correcta, evita las reuniones innecesarias, se arma rutinas y apela a un uniforme de ropa todos los días -para no gastar energía en decisiones triviales-, entre otras estrategias.
Como todo fenómeno de moda, en Estados Unidos y Europa la obsesión por la productividad personal llega a lugares extremos. Una de las biblias de esta tribu es el libro La semana laboral de 4 horas, que lleva vendidos más de un millón y medio de ejemplares en todo el mundo. Su autor, Thimothy Ferriss, ideó un método para automatizar al máximo tareas no deseadas: chequear los mails sólo una vez al día, eliminar las actividades de muy bajo retorno e identificar aquellos objetivos que responden a una expectativa social -y por lo tanto pueden saltearse- con lo cual las jornadas extenuantes de trabajo quedan reducidas a un mínimo. Como el cuento de Roberto Fontanarrosa El récord de Lauven Vogelio (Nada de otro mundo, 1987), en el que un corredor profesional recurre a todo tipo de detalles insólitos para ganar milésimas en una carrera de velocidad, como inyectarse hormonas de guepardo o trasplantarse huesos más livianos.
El life hacking ya se está mordiendo la cola, con gurúes que se proclaman adictos recuperados a la búsqueda permanente de productividad. John Paulus, un escritor y bloguero estadounidense especializado en estos temas, afirma que decidió bajarse de la carrera de la productividad porque lo desviaba de preguntas más profundas y existenciales, como si le gustaba lo que estaba haciendo o si se sentía satisfecho con su vida. En su libro El antídoto, Oliver Burkeman llama a dejar de hacer listas de objetivos, con lo cual uno entra en una dinámica de posponer el momento de felicidad plena para dentro de cinco años (y luego correr el arco), y a conectarse y disfrutar más del presente.
“Me llegan tantos contenidos interesantes sobre productividad que termino procrastinando”, se ríe sobre sí mismo Fer Isella.
Lauven Vogelio, el personaje de la historia de Fontanarrosa, logra correr tan rápido que al final se termina pulverizando en el aire, ante la mirada de su equipo de entrenadores y científicos. El life hacking, en dosis elevadas, también puede tener contraindicaciones.
LA NACION